Una encíclica molesta y desafiante
En medio de una pandemia y de una crisis económica global proclamar a los cuatro vientos que todos somos hermanos, como lo ha hecho el papa Francisco en su tercera encíclica parece haber ofrecido una temática poco atrayente.
Esa parecería ser la conclusión de ciertas lógicas dominantes, no pocas veces manipuladas o ganadas por cuestiones intrascendentes. Creo que hay otras razones para que Fratelli Tutti por tantos elogiada, sea para muchos una noticia sin importancia o, ¿por qué no decirlo?, una afirmación incómoda. Para muchos, quizás demasiados, recordar que somos "todos hermanos", lejos de ser una conmovedora verdad es una evocación molesta.
Hablar de "todos hermanos" –en un mundo y en una Iglesia astillados en múltiples "nosotros" y "ellos"– es utilizar un lenguaje que solo con cierto cinismo puede ser elogiado desde todas las latitudes. La lógica de la convivencia, también en el interior de la Iglesia, funciona hoy con otros criterios
Hablar de "todos hermanos" –en un mundo y en una Iglesia astillados en múltiples "nosotros" y "ellos"– es utilizar un lenguaje que solo con cierto cinismo puede ser elogiado desde todas las latitudes. La lógica de la convivencia, también en el interior de la Iglesia, funciona hoy con otros criterios.
Así, no puede disimularse que la encíclica es desafiante y claramente contracultural. Aceptar que se trata de un llamamiento que no es "políticamente correcto", y como tal más desafiante que Laudato Si, es quizás el primer paso para comprender su mensaje y aquilatar la inmensa tarea que supone en especial para los creyentes.
Hasta la expresión "hermanos" esconde un desafío en el cual difícilmente nos detenemos. Quienes tenemos hermanos de sangre lo sabemos muy bien: se trata de un vínculo muy complejo. Las inevitables "peleas entre hermanos" son el áspero territorio en el que los humanos aprendemos a convivir. Allí aparecen las primeras y más primarias emociones: las envidias, los celos, las competencias. Padres y madres saben bien que la tarea de mantener la pacífica convivencia en el hogar es de las más arduas que deben enfrentar.
Sin embargo, en medio de todas esas tensiones se experimenta una de las vivencias más profundas y sanadoras: para bien y para mal, el vínculo de los hermanos es indestructible. Incluso, pasada la infancia, las peleas entre hermanos adquieren la dolorosa dimensión de esa verdad inalterable: somos hermanos. Recordar "la fraternidad universal" no es un llamamiento sensible y conmovedor dirigido a los corazones mejor dispuestos. Se parece más bien a la actitud de "poner el dedo en la llaga", de tocar allí donde más duele.
No se debería esperar aplausos a menos que estos estén inundados de hipocresía. En Fratelli Tutti, el papa Francisco ha planteado –con su habitual valentía y su ternura de padre– un inmenso desafío a todos, tanto a nivel personal como mundial y, también, hay que repetirlo, eclesial. Como en las peleas de la infancia no son suficientes las buenas intenciones. Será necesario aprender a dialogar, a perdonar, a reparar los vínculos, a volver a confiar. Aprender a crecer.