Una deslumbrante traducción, fruto de un estudio exhaustivo
Artesanal. El Ulises de Joyce cobra una luz nueva en la traducción de Rolando Costa Picazo, que aporta además una gran exégesis terminológica, topográfica, histórica y biográfica en más de 6000 notas
Rolando Costa Picazo es crítico, traductor de literatura de lengua inglesa y profesor universitario. También, miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Y, curiosamente o no, un hombre más amigo del silencio que de la elocuencia.
Si la consistencia de una vocación la prueba la perseverancia en su cultivo, no cabe duda que Costa Picazo es, como crítico, traductor y profesor, un hombre de vocación. Dar a conocer es y ha sido su pasión. Es, puedo asegurarlo, un mensajero (por las “noticias” que trae) y un intérprete (por el destino que en su sensibilidad corre la obra literaria). También, y por todo eso, es oyente y vocero: hace oír en nuestro idioma lo que él ha oído y leído en lengua inglesa. Pertenece a la estirpe de los intermediarios, de los mediadores; sea cual fuese su relación con la religión y las jerarquías eclesiásticas es un pontífice, en sentido literal, pues tiende puentes entre orillas apartadas; reúne, congrega, aproxima. Lo suyo es la atenuación de las diferencias. Traduce: conduce hacia la convergencia.
Hay entre el traductor y el crítico cercanías que permiten o autorizan a presentar a quien cultiva ambas aptitudes como aquel que, de un modo y otro, aspira a dar a conocer su lectura de una obra determinada. Traducir y analizar son dos formas del comentario. En lo que hace a la publicación de Ulises de Joyce, estamos ante una nueva y quizá culminante expresión del bicefalismo de Rolando Costa Picazo.
Todo el trabajo realizado hasta esta obra prueba el conocimiento excepcional de Costa Picazo no solo ni obviamente de la lengua inglesa, sino de las tonalidades expresivas que esa lengua gana en cada uno de los artistas que la emplea. Costa Picazo, oyente de modalidades elocutivas de escritores ingleses y norteamericanos, sabe escuchar la singularidad de cada enunciación; es decir, la suerte que el idioma inglés corre en cada temperamento creador.
Pero con Joyce, con Ulises de Joyce, lo que Rolando Costa Picazo viene a mostrarnos ya no es su singular aptitud para conocer el inglés y reconfigurar su elocuencia en nuestro idioma, sino su formidable capacidad y ductilidad para desconocer, para ir más allá de lo sabido y sumergirse en el océano de las innovaciones lingüísticas, sintácticas e incluso ortográficas introducidas por Joyce en el idioma inglés y dar vida a ese océano de innovaciones en el castellano de nuestro país. De modo tal que al leer la versión de Ulises que nos propone podamos decir el Ulises en la versión de Costa Picazo, como se dice el concierto para piano y orquesta de Ludwig Van Beethoven en la versión de Daniel Barenboim.
Las circunstancias personales, y desde ya la generosa propuesta de Costa Picazo, me han habilitado a sumarme a esta presentación teniendo en mi haber una experiencia que, como traductor también, me brinda una oportunidad de comprender el trabajo realizado con Ulises por nuestro comentarista y traductor. Me refiero a la posibilidad de haber vertido al castellano y del portugués a un escritor profundamente hermanado a James Joyce en sensibilidad, desvelo estético y genialidad expresiva. Hablo del brasileño João Guimarães Rosa. A él se le deben y se le seguirá debiendo por muchos años la composición de cuentos y novelas como Sagarana, Grande Sertão: Veredas y Tutaméia, títulos que menciono para ejemplificar, en lo esencial, su dilatada producción. Pues bien y en síntesis: la suerte que la lengua portuguesa corrió en manos de Guimarães Rosa solo encuentra equivalencia en lo que con la inglesa supo hacer James Joyce. Al intentar la traducción de Tutaméia, expresión que podríamos traducir como Menudencia, me encontré con desafíos, sino equivalentes, sí muy próximos a los que puedo suponer, con muy buen fundamento, que le cupo enfrentar a Costa Picazo en “su” Joyce.
Dicho esto quiero reconocer algo que él llevó a cabo y yo no en lo mío cuando traduje a Guimarães Rosa, y es la formidable y gigantesca exégesis terminológica, topográfica, histórica y biográfica de la que en su versión de Ulises dan prueba las 6381 notas que redactó para dar sustento a una comprensión complementaria y amplificadora de aquella a la que habilita su deslumbrante traducción.
La tarea artesanal de Costa Picazo, la investigación ponderada y exhaustiva que llevó a cabo le demandó – no puede menos que haber sido así – días y días, consultas e inferencias nacidas de horas de reflexión, de incontables ponderaciones léxicas, gramáticas y articulaciones experimentales en su propio idioma, llevadas a cabo para responder a los juegos interminables de Joyce en busca de ese idioma solo suyo que es el de su Ulises.
James Joyce – y dicho esto apenas a modo de ilustración – registra en su novela, con un detallismo cartográfico, nombres de calles de Dublín en las que, directa o indirectamente, tiene lugar la inusual acción de Bloom y el coro de voces que lo secundan, lo desplazan y lo devuelven al centro del relato.
Ese escenario objetivo, discernible de la ciudad de Dublín, contrasta hasta lo abismal con el mundo interno, imponderable, de una conciencia lanzada al ejercicio de una marcha sin rumbo aparente ni propósito evidente como es la de este Bloom, palpable e infinitamente inasible para el lector. Las notas de Costa Picazo se suceden, se diría, produciendo un doble efecto en quien las toma en cuenta; un efecto paradojal, pues orientan por un lado, develan, informan y, por otro, lo hacen en un escenario dramático donde la lógica del discernimiento pleno fracasa una y otra vez. Juego apasionante de luces y sombras entre el traductor y su autor; entre dos hombres que intentan, cada uno en su propio idioma, insinuar la presencia, el aliento, de un todo no solo imposible de ser discernido, sino, además, inhabilitado para terminar de constituir en hecho acabado, en realidad consumada.
Llego al final de estas líneas celebratorias sin haberme referido argumentalmente al Ulises de Joyce. He querido suscitar, mediante el interés y el reconocimiento de quien hoy vuelve a poner la novela a nuestro alcance, la posibilidad de advertir que al no ser esta traducción sino una interpretación personal e inédita, también puede ser nueva, para quien la aborde, la experiencia de leer Ulises, de Joyce. Nos invito pues a todos a descubrirla y redescubrirla de la mano de Rolando Costa Picazo.