Reseña: Ocho, de Amy Fusselman
Una confesión lúcida, simple y moderna
Ocho sirve para reanimar la discusión sobre qué es la ficción (el predominio de la imaginación) y qué es la no ficción (el territorio de la realidad) desde el instante en que la "literatura del yo" sobre la que la neoyorquina Amy Fusselman construye su voz amenaza con desplazar cualquier juicio estético y político en beneficio de la pura proliferación de desahogos, recuerdos e intimidades.
Desde el estilo, el efecto es inmediato. En primera persona, fragmentaria y mediante aseveraciones irreductibles ("Una vez fui una niña que tenía un padre. Ahora mi padre está muerto. Estoy tratando de prestar atención a lo que siento"), Fusselman presenta la prosa llana y confesional de cualquier viejo blog, impresión que se corresponde al tipo de artículos que suele publicar en The Washington Post ("Cómo nombrar a su perro sin ofender su sensibilidad canina" o "La ortodoncia en la adultez es como encontrar la fuente de la juventud"). Y desde el tema, las dos partes del libro son consecuentes con la necesidad de algo traumático que confesar: "Diario de a bordo" narra los tratamientos para quedar embarazada tras la muerte de su padre, y "Ocho" el abuso sexual que sufrió en su infancia.
Sin embargo, lo que coloca al conjunto por encima de la simple tarea de conmover es la lucidez con la que Fusselman se ubica por delante y no por detrás del dolor. "¿Los humanos son capaces de hacer dos cosas a la vez con propósitos opuestos?", se pregunta la protagonista de Ocho. Por supuesto que sí, y por eso su historia se transforma, finalmente, en una experiencia que va más allá de las anécdotas tristes.
Ocho
Por Amy Fusselman
Chai. Trad.: V. Higa. 199 páginas. $ 620