Una colecta para Alberto
“Estoy entre la espada y la pared, entre no poder seguir difundiendo mi actividad lícita que permite llevar el pan a la mesa” (De Alberto Fernández)
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Esta pequeña columna tiene hoy un gran propósito: hacer una vaquita para que el exprofe-presidente pueda tener una vida digna. El 10 de diciembre se le terminaron los castings triple X en la quinta de Olivos y en Balcarce 50, vive en un departamento prestado, perdió el trabajo como docente en la UBA y la Justicia le secuestró el celular. O sea, no tiene ni para llamar a un doble de delivery que le alcance dos empanadas de utilería.
Tristeza infinita la del autopercibido prócer que pretendía pasar a la historia como estadista y que está entrando en ella, pero como estadística. “Es el peor de todos”, dicen ahora los que veían en él poco menos que la reencarnación de Martin Luther King.
No me diga, querido lector, que el hombre no tiene derecho a quejarse porque le acaban de conceder una jubilación de privilegio de 14 millones de pesos mensuales, con un retroactivo de 32 millones más. Hay que entender que tiene tantos frentes judiciales abiertos que, entre facturas pendientes, multas, moratorias, manutenciones y honorarios de abogados no le va a quedar un peso.
Sin ir más lejos, acaban de conocerse nuevos chats entre él y Fabiola donde le decía: “De un modo u otro ya tengo preservado tu futuro y el de Francisco”. El hecho de que no haya aclarado a que “modos” se refería no desmerece el tono previsor de la admonición. Hay silencios muy costosos.
Tan consciente está Alberto de su bancarrota que le abrió su corazón al funcionario judicial ante quien presentó una medida cautelar para pedir que le devuelvan el celular. No solo eso: también le reclamó que ordene a los medios de prensa, a Google, Facebook, X y Yahoo dejar de difundir sus videos íntimos. Zafó San Pedro. Debe ser porque la nube que él administra no es la que almacena los datos. Una cosa es un servidor de Cristo y otra de una empresa de tecnología.
“Me encuentro entre la espada y la pared, entre no poder seguir difundiendo mi actividad lícita que permite llevar el pan a la mesa”, escribió Alberto. Que no pueda seguir difundiendo su “actividad lícita” es toda una definición. ¿Qué tipo de actividad habrá estado difundiendo antes?
También abogó ante la Justicia por la “innegable urgencia en desarrollar una ética de los medios de comunicación social que les posibilite encontrar sus propios límites sin avanzar sobre derechos personalísimos”. Leer a Alberto pontificando sobre ética y límites es casi la admisión de un hombre roto. Y como, para cada roto siempre hay un descosido, es un buen momento para ponerle el hombro a quien, por lo que se ve, ya nadie volvería a ponerle un voto.