Una casa tomada por la disputa de los fanáticos
Cortazar soñó una casa tomada y a partir de ese sueño (una pesadilla, en realidad) escribió uno de sus mejores cuentos. Y uno de los más controvertidos también. Algunos entrevieron después en ese cuento una metáfora política. Cortazar soñó una casa y otros leyeron un país. Y quizá estuvieran en lo cierto: el propio escritor no excluyó la posibilidad -entre muchas otras- de que en su sueño hubiera traducido una sensación que a su juicio se desprendía de la realidad cotidiana del primer peronismo y que más tarde lo empujó al autoexilio como opción a la "casa tomada".
Pasaron más de seis décadas desde la primera publicación del cuento. La potencia de algunas metáforas, se supone, guarda relación con su capacidad para actualizarse frente a realidades cambiantes. Pero en este caso quizá sea al revés. La insistente capacidad de actualizar viejas metáforas posiblemente sea uno de los mayores misterios argentinos. Como en un dejá vu que se repite al infinito, la casa, pareciera, siempre está de una u otra manera tomada. La casa violenta de los setenta, la casa en (des)orden de los ochenta, la casa rematada de los noventa, la casa en ruinas de la crisis. Y ahora la casa dividida.
En el cuento de Cortázar, los espacios de la casa se van reduciendo a medida que ésta es "tomada". No sabemos por qué o por quién y tampoco si la toma es real o imaginaria. Sus dueños sencillamente van cerrando puertas a medida que los nuevos ocupantes avanzan de habitación en habitación. No la resisten: se acomodan en espacios cada vez más pequeños, aceptan resignados que no hay mucho que ellos puedan hacer al respecto. Y cuando ya no tienen más espacios hacia los cuales retroceder, abren la puerta y se van. Pero antes, con más tristeza que bronca, tiran la llave a la alcantarilla: "No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada".
Es difícil entender el silencio y la naturalidad con que los dueños de casa aceptan el avance de "los otros" y ese desenlace inesperado, en el que lo fantástico se encuentra con la tragedia. Quizá también esta pasividad frente al despojo tenga un valor metafórico. La historia indica que muchas veces el temor y el silencio se instalan de a poco, de manera casi imperceptible, hasta que se naturalizan como se naturalizan las sensaciones. Hasta que ya no se siente lo que se siente.
La mentira oficial crea sensación de casa tomada. La arbitrariedad como método, el atropello, la intolerancia y el sectarismo crean sensación de casa tomada. También la disputa vociferante de los fanáticos, a favor y en contra. La militancia obsecuente como respuesta a todas las dudas y la impostura -el cinismo- de los defensores rentados, lanzados como perros de caza contra el que no coincida, como si enfrente estuviera Darth Vader y no la armada Brancaleone de una oposición deshilachada (cuya metáfora sería quizá una casa deshabitada). La sensación de casa tomada crece y se extiende cuando no hay espacios para el debate, cuando nos dicen que hay buenos y malos (sobre todo si la sospecha es que no hay buenos) y cuando persisten la pobreza y el hambre mientras se gastan recursos cruciales para paliar estas realidades en la pequeña y mezquina lucha partidaria.
Claro que ésta es sólo una sensacion. Como la inseguridad o la inflación.
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