Una búsqueda conjunta
En su primera entrevista como premio Nobel de Física por haber descubierto un exoplaneta junto a Didier Queloz, Michel Mayor respondió a la clásica pregunta sobre Dios y la ciencia. En su respuesta, invocando el omnipresente mito de la ciencia contra la religión, Mayor sostuvo que "no hay sitio para Dios en el universo".
En cierto sentido, Mayor tiene razón, y casi cualquier científico o teólogo estaría de acuerdo: Dios, al no ser un ser corporal, no tiene sitio o lugar en el universo, puesto que solo lo material tiene un lugar. Probablemente esto sea suficiente para dejar de lado la apresurada definición de Mayor y concentrarnos en su magnífico descubrimiento científico. Sin embargo, su comentario es ocasión para ofrecer algunas consideraciones sobre Dios y la búsqueda de otros mundos.
La oposición del discurso científico con el religioso de Mayor alude al famoso Dios-de-los-agujeros: un Dios que se ubica donde la ciencia no ha podido aún hallar causas naturales. Isaac Newton, por ejemplo, recurrió a este Dios para mantener el orden del sistema solar descripto por sus ecuaciones. Pero esta es una noción que ningún teólogo serio ni científico versado en teología (más allá de Newton) ha sostenido a lo largo de la historia.
Excelentes ejemplos son el cosmólogo y sacerdote Georges Lemaître (padre de la teoría del big bang) y el microbiólogo chileno Rafael Vicuña, quien descubriera formas de vida en el lugar más árido del desierto de Atacama. Ninguno de ellos, ambos miembros de la Pontificia Academia de Ciencias, duda en afirmar la dignidad de las causas naturales para explicar ya sea el origen del universo o de la vida, y lo innecesario de invocar la acción divina para tales fenómenos.
Mayor se inscribe en un largo linaje de importantes filósofos y teólogos que, por ejemplo, durante la Edad Media buscaron respuesta al problema que él resolviera: ¿existen otros mundos? Así, para pensadores como Tomás de Aquino o su maestro Alberto Magno, uno de los más eximios naturalistas de su época, tal cuestión no presentaba oposición alguna a la fe que profesaban. Es más, según Alberto, esta pregunta es "una de las más nobles y admirables preguntas en el estudio de la naturaleza".
Es cierto que su respuesta fue negativa, pero sus argumentos no fueron teológicos, sino más bien de filosofía natural (la ciencia de entonces). Siguiendo a Aristóteles, para quien el universo estaba compuesto por cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego), Alberto y Tomás afirmaron que la Tierra estaba en el centro del universo simplemente porque la Tierra era el elemento más pesado. Incidentalmente, esto quería decir que la Tierra ocupaba el lugar menos privilegiado del universo, puesto que era el lugar de las cosas corruptibles, mutables, imperfectas; el mundo supralunar era, en cambio, el lugar de lo incorruptible y lo perfecto. Dado que los seres vivos son mutables y corruptibles, la vida no era posible fuera de la Tierra.
Los siglos posteriores vieron la caída de la filosofía aristotélica y la radical afirmación de la omnipotencia divina, lo que dio lugar a nuevas preguntas sobre otros mundos además del nuestro. En última instancia, para muchos pensadores cristianos del período medieval y la revolución científica, una mayor cantidad de mundos mostraría la omnipotencia divina de manera más evidente.
La compleja historia de la ciencia nos muestra una multitud de científicos, filósofos y teólogos que juntos han buscado respuestas a la pregunta que Mayor respondiera. Aún hoy muchos siguen preguntándose acerca de la existencia de vida extraterrestre inteligente y sus implicancias para la religión, sin por eso enfrentar el discurso religioso al científico. En nuestras tierras, por ejemplo, José Funes, astrónomo y sacerdote y exdirector del Observatorio Vaticano, lidera un grupo de científicos, filósofos y teólogos que han propuesto pensar y buscar evidencias de una espiritualidad extraterrestre.
No parece, entonces, necesario negar la existencia de Dios dada la existencia de planetas orbitando otras estrellas, como tampoco será necesario negarla el día que la humanidad descubra la existencia de vida en uno o varios de esos planetas? por lo contrario, muchas personas religiosas encontrarán en estos descubrimientos una mayor evidencia de la omnipotencia de un Dios que no necesita intervenir en los espacios que, por cierto tiempo, la ciencia natural no puede ocupar.
Doctor en Teología (Ciencia y Religión) por la Universidad de Oxford e investigador del Instituto de Filosofía de la Universidad Austral
Ignacio Silva