Una bomba en el Colón
Por José Luis Sáenz Para La Nación
No sólo la ópera, el ballet y la música pasaron por el Teatro Colón. También, inevitablemente, pasó la historia argentina. Todo el siglo XX repercutió en su sala, con mayor o menor intensidad. Y una vez, con el estruendo de una bomba.
Sucedió el domingo 26 de junio de 1910, cuando todavía no se habían acallado los ecos de las fiestas del Centenario. Ese mismo día, los diarios publicaban un telegrama del rey Alfonso XIII al presidente Figueroa Alcorta, para agradecer la afectuosa recepción de su augusta tía, la infanta Isabel.
"Juergas de la República"
Pero otros no estaban tan agradecidos. Sobre todo los anarquistas, que habían vivido ese centenario con estado de sitio y la ley de residencia. Habían intentado la huelga general, violenta y revolucionaria, ante esas fiestas que La Protesta definía como "las juergas de la República, derroche en los de arriba y hambre en los de abajo". Por supuesto, el Teatro Colón era uno de los símbolos máximos de ese derroche.
Aquel domingo se representaba Manon , de Massenet. Eran las 21.50. Dos exquisitos divos que hoy son leyenda, Rosina Storchio y Giuseppe Anselmi, estaban en plena lectura de la carta de Des Grieux al padre cuando una bomba arrojada desde el paraíso cayó y estalló sobre la platea derecha (butacas 422 y 424 de la fila 14). Gritos, lamentos, voces de auxilio, pánico, gente que huía, la orquesta que atacaba con los primeros compases del Himno Nacional para restablecer la calma. Quedaba un tendal de desmayados y diez heridos, que serían trasladados a los camarines hasta que llegasen las ambulancias. Uno de ellos era de tal gravedad que luego habría que amputarle las piernas. Las esquirlas de la bomba habían herido también a ocupantes de palcos bajos, y hasta el rostro de una niña de once años que estaba tres filas delante del lugar del estallido.
En quince minutos fue desalojada la sala. Al público del paraíso se le impidió la salida sin identificación policial previa, pues desde allí se había visto huir a cinco individuos en el momento del atentado. Se detuvo a unos cien espectadores, de los que cuarenta pasarían la noche en la comisaría.
Mientras tanto, la noticia había corrido por la ciudad. Llegaba al teatro de la îpera, donde se estaba representando Mefistófeles , de Boito, y ahí también estallaba la alarma y había que serenar los ánimos con el Himno Nacional. Otros teatros (San Martín, Nacional, Comedia y Mayo) suspendieron sus funciones. La gente acudió en masa al Colón. Una barrera humana que cubría tres cuadras.
Al día siguiente se ofrecía una recompensa de diez mil pesos a quien denunciase al culpable. El presidente se reunía con todos sus ministros. Entre allanamientos y diligencias, el jefe de policía, coronel Dellepiane, declaraba que no había sido un complot sino una acción personal. En la Avenida de Mayo surgían manifestaciones de estudiantes universitarios contra los anarquistas, y arengas en los balcones de los diarios. Algunos exaltados proponían ir a la Penitenciaría a tomar justicia por sus propias manos con algunos penados.
En el Congreso se repudiaba el atentado: "Horda del crimen es el anarquismo que públicamente declara que no tiene patria, ni ley ni humanidad", proclamó el diputado Oliver. Y el diputado Carlés habló de "una mente extranjera, bastarda, ignominiosa y cruel" como inspiradora del crimen. Se sancionaría la ley de defensa social, que declaraba fuera de la Constitución y las leyes al anarquismo y los anarquistas, a los que se quería trasladar a la Isla de los Estados. Se incluía la pena de muerte sin distinción de sexo.
No todo bello
Entretanto, mientras el arzobispo Espinosa visitaba a los heridos, en la comisaría estaba a disposición de sus dueños una impresionante cantidad de alhajas, carteras, pieles, tapados, bomboneras, sombreros, mantos, gemelos, abanicos y otros objetos abandonados en la sala durante las escenas de pánico y la precipitada salida.
El miércoles, tres días después de la bomba (y a pesar de la destrucción de ocho butacas), el Colón reabría sus puertas con un Barbero de Sevilla estelar, que incluía a Titta Ruffo, Giuseppe Anselmi, Graciela Pareto y Adam Didur. En la îpera ya la noche anterior se había cantado Lohengrin , mientras en el Odeón seguían su temporada teatral María Guerrero y Díaz de Mendoza. Ese mismo día el septuagenario Clemenceau, ex jefe de ministros y futuro conductor de Francia durante la Gran Guerra, se embarcaba en Génova para visitar la Argentina, hija dilecta de Europa.
De la bomba no se hablaría más. Pero entretanto, también el anarquismo europeo había visitado el Colón y actuado en él. Por suerte, una única temporada y sin mayor éxito, si pensamos que en noviembre de 1893 dos bombas anarquistas lanzadas en el Teatro del Liceo de Barcelona durante una representación de Guillermo Tell habían provocado nada menos que veinte muertes, además de la secuela de la ejecución de siete culpables, condenados a garrote vil y fusilamiento. No todo era bello en la Belle Époque .