Una bofetada a San Martín (Segunda parte)
El General sigue siendo el hombre del misterio y, a mi modo de ver, lo seguirá siendo hasta que terminemos de entenderlo
(Esta columna es continuación de la publicada el martes pasado, con referencia al libro de Antonio Calabrese: "José de San Martín... ¿Un agente inglés?").
Otro agente británico: John Miers, quien en 1818, o sea en las vísperas de la invasión de Chile, llega para efectuar supuestas observaciones sobre el cobre chileno, pero en lugar de viajar a Chile se dirige a Mendoza, donde tiene una serie de reuniones con el Libertador. Se ha dicho que el Sr. Miers "cultivaba el dibujo" y realizaba "estudios y observaciones". Dejó numerosas láminas sobre la topografía de Cuyo y el Puerto de Buenos Aires. Lugares estratégicos, de los que cualquier potencia de aquel tiempo necesitaba poseer mapas y planos adecuados. Posteriormente, en un libro de memorias titulado Travels in Chile and La Plata dice Miers textualmente: "Fui luego a visitar al general San Martín y a entregarle cartas, que también traía para él". Se pregunta Calabrese: "¿Qué cartas? ¿De quién?¿Se las entregaba después de un año, al encontrarse con San Martín en Mendoza, en 1819? ¿O eran instrucciones previas a la partida para el cruce de los Andes, y debían ser entregadas en el momento justo?".
Otro personaje: Robert Staples, especie de cónsul británico informal en Buenos Aires.
Y uno más: el Sr. Robert Proctor, hombre de gran fortuna personal, que llega a Buenos Aires en 1823 con su familia, para luego viajar con ella al Perú, donde examina la situación existente, y bajar luego a Mendoza, donde ya se encontraba San Martín, al final de su periplo, como esperando instrucciones. También explica Proctor en una nota publicada en Londres, en 1825, que "como tenía cartas para el célebre general, tuve oportunidad de verle mucho...."
¡Otro viajero acarreando cartas de Londres! Este detalle recurrente perturba a Calabrese.
Más ingleses alrededor de San Martín: Mr. Samuel Haigh, nacido en Londres, que llega a Buenos Aires en 1817 con un barco de 180 toneladas, y desde allí se traslada por tierra a Chile. Llega a Valparaíso la noche del 29 de octubre, en que justamente San Martín organiza un baile en honor del comodoro William Bowles, alto jefe de la escuadra británica en el Plata. El invitante es otro súbdito inglés, Mr. Richard Price. Pero lo más extraordinario es que, una vez en Chile, Haigh transfiere su cargamento y vende el barco a unos compatriotas suyos, de profesión corsarios, que ponen el buque al servicio de la armada chilena. En meteórica carrera, Haigh es agregado al Estado Mayor del Ejército de los Andes y -según Calabrese- actúa en la batalla de Maipú.
¡Otro viajero acarreando cartas de Londres! Este detalle recurrente perturba a Calabrese
El comerciante se convierte, así, en militar.
Calabrese sigue enumerando británicos: John Thomond O´Brien, irlandés como Miller, ambos militares profesionales con actuación en Waterloo y en las guerras peninsulares.
Calabrese cita a Terragno: "Antes de iniciar la expedición a Chile, San Martín se mantuvo en contacto con el comodoro Bowles, nuevo comandante en jefe de la estación sudamericana de la Armada Real, a quien el Libertador confió, en Buenos Aires, sus planes y problemas". El extraordinario académico inglés John Lynch, autor del gran estudio titulado San Martín, de rara objetividad, relata: "El comodoro Bowles se encontraba en Río de Janeiro, pero San Martín buscó al cónsul británico Robert Staples para transmitir sus ideas y necesidades a Londres. Le gustaría tener en consideración, explicó, las opiniones del gobierno británico sobre sus operaciones futuras en Chile y Perú. Necesitaba buques de guerra y oficiales, y requirió la presencia de la marina británica en la costa del Pacífico para proteger al comercio de la agresión de España" . Dice también Bowles: "Me aseguró que, en caso de surgir una revolución anti-inglesa, volvería del Perú para oponérsele... El genio y la disposición de San Martín son ciertamente favorables a Gran Bretaña".
Aquí encontramos un tropiezo en la argumentación de Calabrese: si San Martín era un agente, su genio, su disposición y su voluntad personal no tenían mayor importancia, ya que en cualquier caso debía obedecer las órdenes de sus patrones.
De cualquier modo, la participación británica en la Revolución de Mayo es impresionante, antes y después de la gesta militar de San Martín. Calabrese cita a Terragno: "San Martín anticipó sus planes a los ingleses, solicitó ayuda y la recibió, hasta cierto punto". Según Calabrese, esa "ayuda hasta cierto punto" fue en verdad enorme, porque se trataba de cumplir un plan inglés.
Si San Martín era un agente, su genio, su disposición y su voluntad personal no tenían mayor importancia, ya que en cualquier caso debía obedecer las órdenes de sus patrones
Este Plan era el famoso boceto estratégico de Lord Thomas Maitland, descubierto por Terragno en archivos escoceses. Este proyecto (uno de los quince o más, presentados al Almirantazgo antes de 1800) incluía la concentración de fuerzas en Mendoza, el cruce de los Andes, la toma de Chile, el viaje por mar hasta El Callao y Lima, de modo de conquistar el Perú, que era el corazón del potencial español en América. En el proyecto de Maitland se mencionaba, incluso, la toma de Lima sin violencia, por el "peso de la opinión", tal cual se obstinó en hacerlo San Martín.
El plan originario de Thomas Maitland, asesorado por el experto John Hippisley, comprendía la participación de una flota británica que, desde el Pacífico, acompañaría y cubriría a las tropas destinadas al asalto de Lima. En principio, San Martín no disponía de semejante flota. Pero...
La flota que acompañó el desplazamiento de San Martín estaba encabezada por Lord Thomas Cochrane. Contaba con tres fragatas, dos bergantines, una goleta y un navío. La fragata "O´Higgins", al mando de Thomas Sackville Crosbie. La "Lautaro", de Martin John Guise, que había combatido en Trafalgar a las órdenes de Nelson. La "Independencia", de Robert Forster. El "Galvarino", de John Tooker Spry. El "Araucano", de William Carter. La "Moctezuma", de John Young. El "San Martín", de William Wilkinson. Comisario y juez de la flota: Mr. Henry Dean. Los altos mandos, la totalidad de la oficialidad y 600 sobre 1600 tripulantes eran todos de nacionalidad inglesa.
Sinceramente: da toda la sensación de una flota oficial británica...
Ahora bien. Calabrese resuelve en breves líneas el famoso tema de la masonería: San Martín era masón, y lo fue hasta su muerte, pero esto no tiene la menor relevancia, pues también lo fueron civiles y militares, sacerdotes y mariscales, nobles y plebeyos, ingleses, españoles, argentinos, unitarios, federales. La masonería no tenía un papado, una jefatura política, por tratarse de una fraternidad secreta de orientación liberal y de estructura horizontal.
En la masonería había monárquicos, como San Martín, y demócratas como Bolívar.
Entonces: ¿Qué relevancia tiene el hecho de que San Martín, lo mismo que Bolívar, O´Higgins, Belgrano, Güemes y otros revolucionarios americanos, como Miranda el precursor, hayan recibido ayuda inglesa? ¿Acaso los españoles no contribuyeron a la Emancipación de los Estados Unidos de América, lo que les valió el rencor eterno de Inglaterra?
Es que Calabrese tiene un reproche esencial contra el Libertador: a su juicio, el General separó la Argentina de Chile, perdió Uruguay, Alto Perú y Paraguay. Con ello, todos nosotros perdimos la oportunidad de convertirnos en los Estados Unidos de América del Sur, una poderosa nación bioceánica. Todo para beneficio y conveniencia de Gran Bretaña, potencia experta en partir países, inventar estados tapones y fraccionar territorios para negociar cómodamente con gobiernos pequeños y débiles.
¿Qué relevancia tiene el hecho de que San Martín, lo mismo que Bolívar, O´Higgins, Belgrano, Güemes y otros revolucionarios americanos, como Miranda el precursor, hayan recibido ayuda inglesa?
Resta preguntar si este resultado (melancólico) es sólo culpa de San Martín, y no de toda la generación de Mayo.
De cualquier modo, la obra de Calabrese resulta impactante. Sus fuentes son Bartolomé Mitre, Norberto Galasso, Patricia Pasquali, Juan Bautista Sejean, José María Rosa, Rosendo Fraga, Rodolfo Terragno, Ricardo Piccirilli y otros autores de prestigio. En las líneas iniciales, el autor dice con amargura: "Nos ha interesado solamente la verdad, por dura que esta fuera, aunque tengamos que dejar mucho a nuestras espaldas por conseguirlas, aunque su hallazgo nos lleve el alma en jirones..."
Y al final: "Se nos inculca que debemos la paternidad de la patria al Gran Capitán. Una patria que lo rechazó, en la que él no quiso vivir ni morir, y a la que no sirvió. Al contrario, se sirvió de ella para cumplir el plan de Lord Maitland".
San Martín sigue siendo el hombre del misterio y, a mi modo de ver, lo seguirá siendo hasta que terminemos de entenderlo. Para encontrar –como dice Calabrese- la verdad, que nunca es demasiado dolorosa. Sólo se trata de comprende quienes somos.
Entre las preguntas que quedan sembradas, hay una básicamente humana: ¿No sabía San Martín que, al traicionar su juramento de fidelidad a España, quedaría privado para siempre del contacto personal con su propia madre, Gregoria Matorras, que vivía en Orense con María Elena San Martín, hermana de José? En efecto, este hombre nunca volvió a pisar España (donde lo esperaban con un patíbulo preparado) ni a ver a su madre y hermana.
San Martín sigue siendo el hombre del misterio y, a mi modo de ver, lo seguirá siendo hasta que terminemos de entenderlo
Cada hombre se fija una misión y resuelve su vida en ella. Anclado en una España que naufragaba en el caos, tal vez San Martín dijo su frase: "Serás lo que debas ser, o serás la nada". Sin orígenes nobles que lo llevaran más arriba en su carrera (era sólo hijodalgo) y compartiendo "tenidas" con influyentes amigos ingleses que podían dar una mano, tal vez fue allí en Cádiz o en Londres (1811-1812) donde San Martín conoció los bocetos estratégicos de Maitland, Lord Nicholas Vansittart y otros, y se arrimó a la única potencia que podía solventar una aventura como la Independencia de las naciones sudamericanas. No sólo podía, sino que había resuelto (así lo estipulaban los planes del Ministro Castlereagh) dejar de intentar la conquista de esos países, para promocionar su independencia y hacerse de mercados para su pujante industria comercial. Que estaba bloqueada en Europa por el poder de Napoleón.
La Argentina e Inglaterra han estado vinculadas desde el principio, desde la fundación de Buenos Aires, según testimonia H.S. Ferns (1966, Argentina y Gran Bretaña en el Siglo XIX) y llegaron a constituir una redituable alianza comercial y cultural. ¿Qué los ingleses se quedaron con un vuelto, llamado Islas Malvinas? Eso también es indudable. Ya en su momento, a través de los estudios estratégicos examinados por Castlereagh, Albión se proponía "fomentar la independencia de las antiguas colonias españolas", sin apoderarse de ellas, sino sólo de algunos enclaves útiles, como podrían ser las Malvinas-Falkland.
Pero esta cuenta pendiente sale del tema. Sólo intentamos marcar los cabos sueltos y alentar futuras investigaciones, más allá de la audaz ponencia del Dr. Calabrese.
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