Una bienvenida al futuro tras la pandemia
Después de ver alcanzadas todas las geografías por la pandemia universal de coronavirus, asoma una reflexión: estamos frente a algo más grande que una guerra. Se trata de una revolución. La alteración grave y duradera del orden, destinada a forzar cambios, como viene sucediendo desde hace meses, es una revolución en donde todo, inevitablemente, está llamado a mutar.
Superado el primer instante del miedo colectivo, casi como cuando el hombre se asoma al vértigo de un abismo, rescatamos nuestra condición de sobrevivientes y advertimos cuál ha sido la suerte de la condición humana por siglos y siglos. Esta lectura nos dice que las sociedades sobreviven, acomodan sus cargas, actúan y transitan la historia. Las sociedades no se dejan morir.
En todo caso aprenden, desde ese estado de alerta generalizado, a privilegiar la vida comunitaria. Optan por su desarrollo y fortalecen vínculos afectivos, afirmando identidades, sosteniendo ideales y forjando utopías. Escuchan el vital y trascendente sentido de la vida que renace de las cenizas, de las guerras, de los genocidios, y convoca a retomar el mandato de seguir viviendo.
En la noche de los tiempos, nómade entre los hielos, el hombre descubrió que, si perforaba aquel cristal helado, podía pescar, además de cazar, para atender a su subsistencia. Y sobrevivió. Luego, cuando los calores abarcaron la tierra, se estableció, sembró y fue agricultor. Encontró en lo tribal una forma colectiva de protección. El clan fue su ámbito.
Recientemente fueron encontrados rastros en las ruinas de Goebekli Tepe, en Turquía, que confirman que en ese santuario de paredes circulares el hombre adoraba a sus dioses hace once mil años. Estos descubrimientos han cambiado la historia de la humanidad, llevando su existencia mucho más lejos en el tiempo de lo estimado hasta ahora.
Casi en cascada, se sucedieron las civilizaciones: Persia, Egipto, Grecia, Roma, entre otras. Los chinos dejaron sus huellas en la brújula y la pólvora, y expresaron su inmenso poder en la arquitectura. La imprenta de Gutenberg, en el siglo XV, abrió el mundo al conocimiento, a la lectura, a los clásicos y a la ciencia y la filosofía.
Cabe recordar al navegante Cristóbal Colón, que, al confirmar con su viaje la redondez de la Tierra sumó, a Europa y Asia, un nuevo mundo rico en oro y metales preciosos, especies animales y vegetales, así como en la impronta de una raza fuerte.
Francia dio en 1789 su revolución, que colocó al hombre en igualdad y libertad. Vimos cómo regímenes monárquicos centenarios sucumbían, y las democracias y sus instituciones empezaron a encontrar nuevos sistemas para administrar lo público. Las libertades en todas sus formas aparecieron sobre la faz de la Tierra, con fuerza irrefrenable.
Guerras mundiales, bombas atómicas y exterminios azotaron al hombre, y sin embargo ese mismo hombre optó al final por paz.
La globalización llegó como respuesta al aislamiento, con sus más y sus menos. Hoy cada problema no es de uno, sino de todos. Por eso hay miles de científicos e institutos de sofisticada capacidad de investigación y análisis, dispersos por el mundo, que buscan desesperadamente la vacuna contra el Covid-19.
Desde su aparición, la informática cambió el mundo y nuestros modos de comunicarnos. Internet, las plataformas virtuales, los robots y los algoritmos avanzan arrolladoramente para ser parte insustituible de nuestro futuro. Tal vez, como una respuesta a la globalización, la nanocosmia, nueva vedette de la ciencia moderna, venga a encontrar en lo más ínfimo el centro y eje de la vida.
Parece oportuno señalar, en este contexto tecnológico en el que vivimos, que los ciudadanos deberán estar alertas en caso de que el Estado, con la excusa de protegernos, pretenda conculcar derechos y libertades a las que no se debe renunciar.
Después de más de cien días de encierro y aislamiento social, algo que jamás hubiéramos podido concebir, los argentinos debemos reconocer que vivimos tiempos que reclaman flexibilidad, creatividad y capacidad de adaptación a nuevas condiciones. Al mismo tiempo, advertimos que vamos hacia un mundo más austero, donde la salud se torna un espacio vital a preservar, lo que nos obliga a ser más prudentes y respetuosos con la naturaleza y la ecología.
Solo así podremos salir de esta crisis fortalecidos, soñando con una sociedad solidaria de mejores personas, menos soberbia y más humilde. Esta revolución adelantó vertiginosamente los tiempos del cambio. ¡Bienvenido el futuro!
Abogado