Una batalla ganada que pasa inadvertida
Karl Marx advirtió que la tragedia, en caso de que vuelva a ocurrir, corre el riesgo de convertirse en una parodia, un riesgo que el movimiento que se opone a la globalización corrió en Praga. Cuando las causas ganan la calle, inevitablemente atraen a aquellos a los que les agrada más el drama de la calle que la noción que tienen de la dimensión de las causas que respaldan, las cuales en todo caso quedan vulgarizadas y degradadas por el hecho de reducirse a meras consignas de protesta.
Entre las exhortaciones que pudieron leerse en los afiches y pancartas exhibidos en Praga, durante la reunión anual conjunta del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, la que menos vino al caso fue: "Una solución: ¡Revolución!" Como Marx no sólo dijo, sino que ejemplificó, "revolución" es un concepto burgués, atribuido falsamente a las masas pobres, miserables y desprovistas de poder que lo único que saben es rebelarse ciegamente. Se supone que revolución significa liberación, progreso y un mundo mejor, ideas -todas ellas- burguesas y generalmente ilusorias. Lo ocurrido en las calles de Praga, como en Washington hace seis meses y en la ciudad de Seattle en diciembre último, intimida al FMI y al Banco Mundial; sin embargo, quienes protestan en las calles no comprenden que tienen, en principio, la batalla ganada.
Cuando inauguró la reunión de Praga, James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, expresó: "Nuestro desafío consiste en hacer de la globalización un instrumento de oportunidad e inclusión".
La globalización -el intensivo programa para imponer las normas occidentales respecto del manejo de la economía de cada nación, la desregulación económica, y la apertura de los mercados, y facilitar que las compañías multinacionales se apoderen de la agricultura y de la industria locales- fue promovida por el gobierno norteamericano durante el primer mandato del presidente Clinton.
Después de su sensacional proclamación, la globalización sufrió una serie de frustraciones. La primera de ellas fue la crisis económica asiática; la segunda fue la batalla de hace un año y medio relacionada con el proyecto de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo en aras de un acuerdo de inversión multilateral, pero todo acabó cuando la organización se retiró en medio del desorden y abandonó el proyecto. Un acuerdo de esa naturaleza habría otorgado a las empresas el derecho de demandar judicialmente a los Estados para que eliminaran diversas limitaciones -laborales, ambientales, y demás- respecto de sus actividades.
La frustración siguiente fue en Seattle, donde la calle impuso su voluntad.
Las frustraciones posteriores se registraron dentro de esas propias instituciones (el FMI y el Banco Mundial) y en los debates públicos. El modelo de la globalización ya no es la incontrovertible ortodoxia occidental.
En Praga, el programa incluyó el alivio de la deuda en el caso de los países pobres muy endeudados, una acción colectiva contra los elevados precios del petróleo -aunque no, según parece, contra las compañías petroleras que actualmente producen menos petróleo que hace un año- y la intensificación del desarrollo.
El FMI y el Banco Mundial están divididos por conflictos internos debido a que el consenso de Washington sobre la política de préstamos demostró ser deficiente en la práctica y a menudo destructivo en lo que respecta a sus consecuencias políticas y sociales.
La diferencia de ingresos entre ricos y pobres no mejoró en los países pobres, en tanto que ha empeorado en los Estados Unidos y en Gran Bretaña. El consenso intelectual sobre la política económica global por lo tanto se desarticuló. La crisis económica asiática de hace dos años virtualmente barrió los tan mentados beneficios de la globalización en materia de crecimiento.
Taiwan, Hong Kong y Corea del Sur -países donde, en primer lugar, las políticas estatistas y proteccionistas combinadas con un crecimiento encabezado por las exportaciones fueron lo que generó vigorosas economías industriales- se recuperaron de la crisis. Pero el sudeste asiático e Indonesia todavía están rezagados; su crecimiento durante los años 90 fue en gran medida producto de la liberalización de los mercados de capital, lo cual fue aprovechado por los inversores, con industrias locales debilitadas, es decir, la quintaesencia de la globalización.
China y Malasia lograron sobrevivir a la crisis porque la primera se negó a globalizarse, en tanto que la segunda desafió al FMI respecto de la manera de afrontar y resolver la crisis. El Consejo de Comercio y Desarrollo de los Estados Unidos, que aprendió la lección, recomienda ahora a las economía asiáticas que se concentren en el desarrollo nacional, en el ahorro interno, y en aumentar la demanda interna a través del incremento de los salarios y el gasto público, precisamente lo contrario de lo que indica la doctrina del FMI.
Durante la reunión anual del FMI y el Banco Mundial, el presidente de la República Checa, Vaclav Havel, exhortó a los países comprometidos con el consenso de Washington -a los que denominó "euronorteamericanos"- a hacer un examen de conciencia. Advirtió que la actual orientación de la civilización globalizada fue establecida por las naciones más ricas y avanzadas, las cuales son responsables de las consecuencias.
El obligado replanteo no está relacionado meramente con la estrategia económica y la política de desarrollo.
"Pienso que es necesario abordar otra clase de reestructuración, que incumbe al sistema de valores sobre los cuales se sustenta la civilización contemporánea", señaló el presidente Havel. Esa es la cuestión esencial. Los valores de la globalización son absolutamente materialistas. Sus promotores definen el progreso únicamente en términos de acumulación de riqueza. El supremo propósito de la actividad económica y la industria del trabajo humano -la actividad determinante de los seres humanos- es descripto como algo que compensa únicamente a los inversores económicos. Se dice que a partir de eso fluirán todos los otros beneficios.
Esa ha sido una ideología -elevada al grado de principio económico- al servicio de sus propios intereses. Las suposiciones que cimentaron la globalización y su promoción de la integración y de la desregulación económica en el plano mundial tienen un origen reciente y eventualmente pasarán a la historia económica.
La reunión de Praga fue otro paso hacia su propio descrédito y sustitución. Ninguna revolución fue necesaria.
lanacionar