Una ambición hegemónica que no se conforma con tener el poder
La Argentina está viviendo uno de los mayores conflictos de la historia moderna entre dos sectores de su sociedad. Choque que la distrae de los grandes desafíos a los que convoca el siglo XXI a la humanidad.
Por un lado están los intereses y el sentir de un vasto sector, diseminado por todo el país, que tiene cifradas sus expectativas en progresar con sus actividades –sean comerciales, laborales o profesionales– y que requiere para ello un marco general propicio y estable. Del otro lado se le opone la dirigencia de un sector del peronismo, que hábilmente se encaramó en la conducción del bloque electoralmente mayoritario –centrado en el conurbano bonaerense– desde el cual –y apostada en el Senado– maneja los hilos de las prioridades de la gestión gubernamental, y que desde allí vela por sus intereses y por consolidar su poder y tornarlo hegemónico. Para lograrlo, en una etapa inicial y sin desatender el costo de los bienes del consumo popular, el primer objetivo consistiría en aumentar su base de sustentación, es decir, incrementar la cantidad de gente que viva en la pobreza y precise de la dádiva pública para subsistir. En aras de ese objetivo no preocuparía cuánto se deteriore la economía y aumente la desocupación, ya que por esa vía sería harina para ese costal, donde el 40% de pobres no alcanzaría para darle sustento autónomo al proyecto: la pobreza debería ser el grupo mayoritario de la sociedad.
Sin embargo, los tiempos electorales imponen sus condiciones y para lograr un resultado satisfactorio al oficialismo en las cruciales elecciones de octubre y arrancar en punta para los comicios del 2023 es necesaria una recuperación en el nivel de actividad, algo que los economistas de toda cepa y color estiman probable luego de la severa caída del 2020, siempre y cuando no haya un desmadre de las variables económicas o que un rebrote o segunda ola de la pandemia derive en una nueva recesión.
El segundo paso consistiría en asegurar la continuidad del modelo en un próximo mandato presidencial, no encabezado por la líder de ese espacio, sino por alguien de su máxima proximidad. Después vendrían las otras reformas –como se hicieron en algún país del Caribe– para blindarse en el poder.
Volviendo al conflicto presente, se trataría de una confrontación atípica y desigual. Si bien el primer sector apuntado es el que genera los recursos para sostener productivamente a todo el país, no controla los instrumentos regulatorios que condicionan su accionar, y tampoco está orgánicamente preparado como para lidiar con el kirchnerismo. Y la rama de la política que supuestamente debería representar sus intereses –lo que se llama la "oposición" o Cambiemos– no tiene una estrategia clara y definida, ya que existen en su seno conflictos de objetivos entre los que están a cargo de distritos –entre los cuales la ciudad de Buenos Aires es el más importante– y los que pugnan desde el llano. Además, no se vislumbra en ese espacio una figura de una talla política y una sagacidad como las de quien en los hechos lidera al oficialismo. Esta líder bascula entre que no le vaya bien a la economía y eso le permita acrecentar la base de adherentes y que a partir de abril o mayo comience a mejorar el clima general de actividad y que la gente vote en octubre aferrada a ese repunte económico. Si se toman con precisión sus expresiones públicas, y al margen de que para ella parecieran regir leyes y códigos especiales, en todo momento pone de manifiesto –incluso oponiéndose a la figura presidencial– que es quien realmente vela por los intereses de los necesitados, como si estuviera en permanente campaña y sin sufrir los desgastes propios de la gestión. Que no quede ninguna duda de que nadie del espectro político del país va a estar más enfocado que ella en la defensa de los carenciados. Y sus movidas para entorpecer la marcha de la economía son siempre solapadas, disimuladas en el silencio y en manos invisibles que corrigen o elaboran decretos.
El resto de la sociedad argentina, que debería resignarse a las consecuencias de ese plan, pareciera no encontrar –al menos hasta ahora– una vía eficaz para detener ese embate. Tienen enfrente un liderazgo con determinación y perspicacia y toda la estructura y los recursos del Estado a su disposición. Los tres polos que supuestamente tratarían de impedir la concreción de ese proyecto: gran parte del sistema judicial, un sector de los medios de comunicación y la oposición, no han podido de momento coordinar energías para impedir su avance.
Como si el impuesto a la riqueza, la maraña de gravámenes que agobian la producción en general y las retenciones al agro fueran poca cosa, con el fin de amedrentar a los que se resisten a su plan maquiavélico, para que se desmoralicen y se desentiendan de la Argentina por considerarla una causa perdida –lo que de ninguna manera es así– y le dejen el camino despejado, el kirchnerismo los acosa y desgasta con sobresaltos y manipulaciones como los generados en torno a la exportación de maíz. O con medidas que tienden a desarticular actividades sensibles a esa otra parte del país, como ser los servicios de internet y sucedáneos, que implican la conexión con el mundo y con la modernidad, o la medicina privada prepaga, que es un aspecto esencial para la calidad de vida de ese estrato social –y de paso venderles a los humildes la ilusión de que accederán a una cobertura sanitaria superior a la del sistema público de salud–.
Mirando la historia, que siempre enseña, y restringida a los períodos en democracia, con el golpe militar de 1955 las poderosas Fuerzas Armadas de entonces impidieron el proyecto continuista de Perón (a su regreso al poder en 1972, ya anciano, sin sucesor y deteriorada su salud, no estaba en sus planes perpetuarse en el gobierno). Si moderada y solapada fue la intención hegemónica de Alfonsín –aun sin abdicar del republicanismo, algo que no estaba en duda–, con la refundación de la Segunda República Argentina y todo lo que implicaba, la realidad y la crisis hiperinflacionaria se ocuparon de aguar esos planes. Pero quien lo sucedió, Carlos Menem, trató de perpetuarse en el poder con su famoso intento de "re-re", que finalmente la Corte Suprema, que le era adicta, no se animó a convalidar habida cuenta de la férrea oposición de Duhalde, que lideraba el siempre poderoso peronismo de la provincia de Buenos Aires (el mismo cuya actual conducción trajina para erigirse en amo y señor de la política nacional). Duhalde bloqueó el plan de Menem temeroso de que este se eternizara en el poder y no cumpliera el compromiso de alternancia con quien le dio al inicio de su carrera el apoyo fundamental para vencer a Antonio Cafiero en la interna partidaria que lo catapultaría al poder.
Frustrada esa tentativa, fue la circunstancia de la muerte de Néstor Kirchner lo que imposibilitó el primer intento hegemónico de su saga familiar, proyecto que hoy se renueva con la aparición de una nueva opción sucesoria.
¿Habrá alguna circunstancia o factor de la vida del país –sea una personalidad o un sector– con el poder suficiente capaz de detener esta nueva arremetida hegemónica, de lejos la más ambiciosa de todos los intentos, ya que no se conformaría con adueñarse del poder, sino que pretendería transformar de manera radical las raíces de la sociedad argentina conforme a los ideales que blandieron los grupos subversivos en los años 70 del siglo pasado?ß
Empresario y licenciado en Ciencias Políticas