Un verdadero relato salvaje
La que ahora sabemos es la película argentina más vista de la historia no logró evitar quedar entrampada en una situación doblemente paradójica: convertirse en la preferida de los espectadores que no ven cine habitualmente, y servir de justificación a las reacciones ideológicas más conservadoras. Son los riesgos que implica filmar pensando en un público masivo (su director lo confesó en más de una entrevista) y sin una pizca de ironía. Nada de esto va a desvelar a sus responsables, que mientras cuentan las ganancias sueñan con un Oscar o, en el peor de los casos, con un premio Goya. Y tampoco son problemas que vaya a enfrentar el nuevo filme de Alejo Moguillansky, El escarabajo de oro, la preferida del público que, al contrario, ve demasiado cine (ganó el premio a la mejor película argentina en el último Bafici) y se estrenó la semana pasada. No solo porque es materialmente imposible que convoque a cientos de miles de espectadores (se proyecta en apenas dos salas, el Malba y BAMA, y por ahora hay solo seis funciones confirmadas) sino porque se trata de una propuesta que si bien evidencia un gran respeto por la tradición cinematográfica no puede dejar de reírse de las formas en que se hace cine en la actualidad.
Si bien evidencia un gran respeto por la tradición cinematográfica no puede dejar de reírse de las formas en que se hace cine en la actualidad
¿Qué es El escarabajo de oro? Una película sobre la filmación de una película. Y también muchas otras cosas: una historia de aventuras de inspiración literaria (Poe pero también Stevenson), una búsqueda del tesoro, una crítica a la corrección política de ciertas sociedades del primer mundo y del feminismo radical, un falso documental sobre dos suicidas emblemáticos (el argentino Leandro N. Alem y la escritora sueca Victoria Benedictsson), una reflexión sobre las condiciones de producción cinematográficas, una maliciosa y sagaz ilustración del doble discurso de cierta parte del campo artístico e intelectual argentino. Hace algún tiempo en una charla pública el escritor Marcelo Cohen propuso la categoría "ciencia ficción de la truchez" para denominar a cierta tradición literaria rioplatense contemporánea: esa ciencia ficción donde las cosas siempre saldrán mal, donde la imaginación tecnológica viene fallada de fábrica, donde el futuro nunca será mejor. Algo similar podría reclamarse para estos filibusteros inexpertos, estos bucaneros berretas, estos estafadores improvisados de la película de Moguillansky. El escarabajo de oro como una historia de aventuras a la que se le ven las costuras, en busca de un tesoro imposible.
El escarabajo de oro es un trabajo que reniega de las estructuras narrativas rígidas, fue realizado al margen de las imposiciones de la industria
La cuestión es más o menos así: cuando el rodaje de una película sobre una escritora feminista sueca, solventada con fondos escandinavos, está por comenzar, Moguillansky (que hace de sí mismo) recibe la visita del productor Mariano Llinás (que hace de sí mismo) y del actor Rafael Spregelburd (que hace de sí mismo). Hasta ahí el planteo, que parte de la más estricta realidad. Pero entonces Spregelburd cuenta que acaba de conseguir, de manos de un historiador paraguayo moribundo, el dato de que en la localidad de Alem, Misiones, hay enterrado un tesoro brasileño del siglo XVII. Seducido por la fiebre de este oro, convence al equipo de cambiar la idea original de la película por otra que sirva de excusa para viajar a Misiones, distraer a los lugareños y poder buscar el botín sin despertar sospechas. Antes habrá que convencer por teléfono a la codirectora y activista sueca Fia-Stina Sandlund, y a los productores (un alemán y un francés) que han viajado especialmente al rodaje en Buenos Aires. Es Spregelburd quien lo logra, siguiendo un razonamiento lógico disparatado (en un monólogo brillante como los que acostumbra exhibir en sus obras teatrales), que no lo será mucho más que las peripecias que se sucedan a partir de ese momento.
Como todo lo que produce El Pampero, la factoría que Llinás y Moguillansky forman junto a Laura Citarella y Agustín Mendilaharzu (responsable de hitos como Historias extraordinarias y El estudiante), El escarabajo de oro es un trabajo que reniega de las estructuras narrativas rígidas, fue realizado al margen de las imposiciones de la industria (sin subsidios del Estado argentino y con proyecciones por fuera del circuito comercial) y cuenta con un elenco integrado por miembros de la productora y amigos con los mismos intereses (Spregelburd, Walter Jakob, Luciana Acuña). Los lazos entre Historias extraordinarias y El escarabajo de oro se hacen evidentes: las dos son películas digresivas, un poco caóticas, de una deriva controlada, siempre cautivantes. No se trata de buscar en ellas preciosismo o perfección formal, sino de dejarse llevar por planos de una belleza inusual, actuaciones frescas y convincentes y un ritmo narrativo vertiginoso que es interrumpido cada tanto por falsas piezas documentales y omnipresentes voces en off. Una vez más, es un alivio confirmar que en un medio como el cinematográfico, copado por directores sin talento, propagandistas gubernamentales, productores televisivos ambiciosos y niños ricos sin tragedia existe aún, como confirma El escarabajo de oro, un espacio para la experimentación y el verdadero disfrute.
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