Un valioso aporte a la sociedad
La Argentina cuenta con 21 academias nacionales oficialmente reconocidas. Están conformadas por más de 500 miembros de número, muchos de los cuales ocupan sitiales en varias academias en forma simultánea. La mayoría son apoyadas económicamente por el gobierno nacional. Su finalidad, promover el estudio y la investigación en sus propias disciplinas, contribuyendo al progreso y estimulando las vocaciones intelectuales.Teniendo en cuenta la situación del entorno local, regional y global es oportuno realizar una autocrítica sobre el rol actual de las academias en la Argentina. Para ello, resulta conveniente realizar un breve recorrido histórico sobre su origen y misión fundacional.
Las academias se crearon en el siglo XVII en lo que hoy es Italia, y poco después en Francia (Academia de París) e Inglaterra (Royal Society). Fueron concebidas como un espacio para producir conocimiento y validarlo entre los pares de las nacientes comunidades de ciencia empírica, de manera relativamente autónoma del poder político y religioso de la época. En Italia, esa independencia no se logró y estas iniciativas se diluyeron rápidamente. En Inglaterra y en Francia la experiencia fue apoyada por la monarquía y las academias se consolidaron como las instituciones que promovían el desarrollo de la ciencia. No se trataba solo de ciencia pura o básica: también abordaban problemas prácticos vinculados al comercio, la navegación, los oficios y la tecnología, que justificaban el interés de las autoridades fácticas. Durante más de 150 años, entre mediados del siglo XVII y principios del siglo XIX, las academias se convirtieron en espacio institucionalizado de la ciencia.
En el siglo XIX, la investigación científica empezó a desarrollarse en una institución más antigua que las academias, pero que hasta el momento solo se concentraba en la transmisión de saberes clásicos: la universidad. En 1810, Wilhelm von Humboldt fundó la Universidad de Berlín, enfocada en la enseñanza y en la investigación. El modelo humboldtiano de la universidad de investigación fue rápidamente apropiado por los EE.UU., Japón y otras naciones de rápido desarrollo.
La ciencia siguió estando presente en las academias, pero de manera cada vez más desdibujada frente al espacio creciente que representaba en las universidades. Los sitiales de las academias empezaron a ser ocupados de manera más frecuente por grandes referentes de las distintas disciplinas y personalidades destacadas. Pero salvo algunas excepciones, con el tiempo perdieron su función científica de validación de saberes (rol que asumieron las revistas científicas), disminuyeron su relevancia social como agentes de cambio y se convirtieron más en espacios de prestigio y distinción social de sus miembros que en instituciones productoras de conocimientos de frontera o transformadoras de la realidad. Esta ha sido la situación en la mayoría de los países latinoamericanos (no sucede lo mismo en los países de raíz anglosajona).
¿Qué rol social deberían tener hoy las academias en nuestro país? ¿Podrían ser espacios de generación de nuevas ideas para promover el progreso, la libertad individual, la igualdad de oportunidades o la fraternidad, solo para recordar los principios fundantes de la Revolución Francesa, que están en la base de la organización de las formas de gobierno en Occidente? Hoy este espacio está parcialmente vacante. Lo cubren de manera parcial ciertas organizaciones no gubernamentales que se erigen como think tanks. Pero aún están lejos de cubrir las necesidades.
Es imprescindible que el Estado desarrolle políticas públicas basadas en evidencia científica. Es ahí donde las academias tienen mucho para ofrecer. Eso no significa caer en una visión tecnocrática: siempre en toda política pública existen raíces valorativas e ideológicas que definen un rumbo. Las academias, como espacios colegiados de los principales referentes de las ciencias, podrían aportar para que el desarrollo de tales políticas cuente con dos grandes diferenciales: diagnósticos iniciales más adecuados y caminos más factibles para alcanzar los resultados buscados, a través del pensamiento sistemático y riguroso que caracteriza a todas las disciplinas científicas.
Resultará muy conveniente para el Gobierno recurrir a las academias nacionales. Las academias deberían ser consultadas y tendrían que participar activamente en la definición de las políticas públicas que se establezcan en el marco de un gran pacto social, porque estas instituciones trascienden los intereses partidarios, sectoriales y de las corporaciones. Las academias pueden aportar una perspectiva crítica, basada en la evidencia y sin conflicto de intereses, que permitiría tomar mejores decisiones para nuestro país.
Miembro de la Academia Nacional de Educación