Un thriller de intrigas entre Bullrich y Vidal
Patricia Bullrich acaba de asestarle un golpe de efecto al principal activo político de la gobernadora bonaerense: la lucha contra la mafia policial y la pelea contra el narco . El tiroteo del último viernes entre las dos fuerzas policiales, la Federal y la bonaerense, en el arranque de la campaña electoral, inundó de intrigas al Gobierno, sembró sospechas y atizó una interna que venía desarrollándose de forma subterránea entre las dos mujeres fuertes de Cambiemos, desde el mismo momento en que ambas asumieron: una al frente de Seguridad; otra, a cargo de la provincia más conflictiva de la Argentina, ambas sentadas en las "sillas eléctricas" más peligrosas del Gobierno.
El ataque comandado por el jefe de la Federal -subordinado de Bullrich- en Avellaneda no solo dejó policías heridos y un comisario muerto; también dejó heridas políticas en La Plata y alimentó la paranoia. No hay guerra de buenos y malos en la Argentina. La legalidad y la ilegalidad tienen fronteras difusas y mimetizan sus máscaras en las instituciones de la democracia.
Malas noticias para los que, del lado anti-K de la grieta, le achacan la culpa de todos nuestros males al kirchnerismo o al conglomerado peronista en sentido amplio: el jefe de la División Antidrogas de la Dirección Departamental de Investigaciones (DDI) de Avellaneda, que supuestamente debía confrontar contra el narco, terminó aliado con él. Una postal que se suma a las sospechas de Vidal de haber sido espiada por la AFI de su propio gobierno. ¿La espiaba su propio gobierno o se trataba de una célula inorgánica, integrada por expolicías bonaerenses exonerados que trabajaban por su cuenta? Como respuesta, Macri le envió a Gustavo Arribas y Silvia Majdalani para que le dieran explicaciones personalmente. Se reunieron durante dos horas. La gobernadora tiene hipótesis, pero aún no sabe a ciencia cierta quién querría hurgar en sus secretos. Primera pregunta inquietante: ¿Macri no controla la AFI?
La seguidilla de enredos de los últimos días sugiere un país infectado: policías delincuentes, espionaje ilegal a jueces de la Corte , fiscales aliados con extorsionadores, espías que se convierten en arrepentidos, difusión de escuchas ilegales, jueces que se enriquecen con coimas de los corruptos a los que deberían meter presos, expolicías exonerados de la bonaerense envueltos en graves sospechas, como Bogoliuk y Degastaldi y, aun así -o quizá por eso-, presuntamente absorbidos por la AFI. Enredos que habilitan más preguntas incómodas: ¿en cuántas DDI de la provincia de Buenos Aires aún gobierna la mafia, como sucedía en Avellaneda? "Lamentablemente en muchas -se sincera un hombre cercano a la gobernadora-, todavía hay mucho de 'la bonaerense' en capas intermedias, pese a que apartamos a 12.000 policías de un cuerpo de 100 mil. Apartamos más de un 10% de una fuerza que, históricamente, se autogobernó. Esto no se puede resolver en un mandato ni en dos".
Los casos de Bogoliuk y Degastaldi, destapados por el affaire D'Alessio, son una muestra de esa putrefacción que llevará años sanear. Degastaldi había sido jefe de la DDI de San Isidro, pero abandonó la fuerza rodeado de graves sospechas. Con ese prontuario terminó, presumiblemente, trabajando para la agencia de inteligencia, como un agente inorgánico. Bogoliuk era amigo de Pedro Etchebest, el empresario agropecuario que denunció haber sido extorsionado por D'Alessio en la causa de los cuadernos. En lenguaje argento: el policía le habría "entregado" a su amigo a D'Alessio con la certeza de que contaba con el dinero para una eventual extorsión. En paralelo, Pedro Etchebest y su hijo Matías, quienes inicialmente la iban de víctimas, afrontaban una causa por trata de personas en una plantación de kiwis: reducción a la servidumbre de un grupo de trabajadores bolivianos. No hay factor de poder en la Argentina que no esté contaminado por alguna trama mafiosa.
En La Plata están resentidos con Bullrich y con Roncaglia, el jefe de los federales, por la sobreactuación con la que buscaron mostrarse en los medios después de desbaratar la banda policial mafiosa de Avellaneda, dejando expuesta a la administración política bonaerense, a la que no le avisaron del procedimiento. ¿Verdad o paranoia acentuada por un año electoral decisivo? No hay certezas. Cerca de la ministra Bullrich justifican el blindaje como una orden de la fiscal Soledad Garibaldi, que intervino en este caso: es la misma que investiga la red de abusos a menores en Independiente. Según cuentan, la fiscal "desconfía" de la policía de Vidal. Hay una pregunta que nadie puede responderse: ¿por qué la mujer dominicana acusada de narco y extorsionada por la bonaerense denunció el hecho en una fiscalía a riesgo de quedar presa?
¿Tiene chances Bullrich de ser la candidata a vice de Macri? Definitivamente, sí. Y además está embarcada en una guerra de protagonismo con su par de la provincia, el ministro Ritondo. Puja de egos. En La Plata suponen que usó políticamente el trágico operativo de Avellaneda como parte de su marketing, en su campaña personal de posicionamiento. Pero ¿no evalúa el Gobierno ofrecerle ese lugar a un radical? Sí, en las palabras, difícilmente probable en los hechos. "Es un entretenimiento, algo así como un chupetín de madera", explica, enigmático, un funcionario muy allegado a Macri. No son pocos en Cambiemos quienes ven solo fuegos artificiales en la posibilidad, abierta por el propio Gobierno, de incorporar a un acompañante de la UCR en la fórmula presidencial. "Lo más probable es que vaya una mujer del macrismo", aseguran en Pro. Conociendo el tándem Peña-Durán Barba -ambos desprecian a los radicales- esa interpretación cobra sentido. Pero ¿un entretenimiento para qué? Para ganar tiempo y evitar que un sector de la UCR rompa Cambiemos y se vaya con Lavagna.
Marcos Peña, Rogelio Frigerio y Macri se encargaron de sepultar esta semana el reflotado "plan V": la posibilidad de que Macri dé un paso al costado y, en su lugar, postule a su mejor discípula, que le lleva 10 puntos en intención de voto. "Vidal tiene que ser candidata a gobernadora", reafirmó ayer el Presidente en Entre Ríos. Los "ni-ni", aquellos votantes que no eligen ni a Macri ni a Cristina, ven en la gobernadora a una líder mucho más potable a la hora de desengrietar: tiene diálogo con el PJ, teje acuerdos, pelea votos con Cristina en territorios de la oposición, no suscita tanto rechazo como su jefe político. "Pero eso vendrá después", desliza, enigmático, un funcionario platense, de diálogo diario con Vidal.
"El enojo con Cristina es profundo; con Macri es superficial", suele analizar el sociólogo Marcos Novaro. En los laboratorios oficialistas tienen un análisis similar: temerariamente calculan que, a la hora de votar, el enojo de la sociedad con Cambiemos no se traducirá en las urnas, no porque ellos sean buenos, sino porque el miedo a Cristina será más fuerte. Un esquema tranquilizador que podría alterarse completamente por un desmadre de la economía o por una sucesión de escenas desgraciadas como la de Avellaneda, con guerras de policías de por medio. Por las dudas, el jefe de la Federal ubicó bien visible su estado del WhatsApp: "Nunca te enfrentes a alguien que está dispuesto a morir en batalla".