Un riesgo para la paz internacional
The Economist calificó el "riesgo Donald Trump" como uno de los diez primeros riesgos globales. En aquel momento, el precandidato republicano temía arribar a la convención sin mayoría de delegados: el establishment del partido podía frenarlo. Finalmente, Trump obtuvo los delegados y ahora enfrentará a Hillary Clinton. ¿Cómo interpretar esa meteórica carrera? ¿Qué implicancias internacionales traería aparejado el ingreso a la Casa Blanca de un personaje al que Obama definió como "arrogante e ignorante"?
Usualmente se explica al "trumpismo" como la expresión americana del populismo. En verdad, existe una derecha europea y americana que representa al electorado que perdió con la globalización. Se trata de sectores medios, antielites, con bajo nivel educativo, que temen al extranjero y que adjudican los problemas del empleo a los acuerdos de libre comercio. Ese sentimiento de vulnerabilidad es capitalizado por estos liderazgos políticos antisistema.
Como se advertirá, estamos en presencia de un populismo instalado en las geografías desarrolladas. El populismo del Sur busca incluir a sus seguidores; el populismo del Norte promete frenar la decadencia de sus bases sociales. Veamos qué sucede en los EE.UU. con esa clase media que busca respuestas simples a problemas complejos.
En diciembre pasado, el Financial Times publicó los artículos "America's Middle Class Meltown", para los que utilizó datos del Pew Institute. Allí se podía leer que en 1960 la clase media totalizaba el 61% de la población, mientras que en 2015 alcanzaba el 47%. Sin duda, esa clase se achicó. Estamos hablando de población blanca que teme al terrorismo, a los inmigrantes y que demoniza el mundo de Washington. Durante los años de Clinton perdieron salarios, pero lograron mantener el consumo endeudándose con los bancos. De allí el rechazo al mundo de Wall Street, que manipularía a los políticos tradicionales.
Pero el discurso antimundo financiero también atrae a la base demócrata enrolada detrás del "fenómeno Sanders", jóvenes que apoyaron al movimiento Occupy Wall Street. Muchos se endeudaron para acceder a la universidad, por eso Sanders postuló la matrícula gratuita y logró captar a un grupo etario en el que un 30% se define socialista. Los pro mercado alcanzan el 37% y un 30% no se define. El dato es clave: los indecisos, ¿ellos votarían por Clinton?
En la campaña se enfrentarán dos bloques. El Partido Demócrata representa a los "que les fue bien" con la globalización en la pasada década: los ricos que se beneficiaron con la concentración de los ingresos, los sectores más educados, las mujeres que rechazan la misoginia trumpista y las minorías dinámicas (hispana, de color, inmigrantes, el mundo de la cultura, los emprendedores hijos de la revolución tecnológica, etc.). Trump moviliza una base que siempre votó a los republicanos por el discurso moral (antidivorcista; antiabortista; anticasamiento igualitario; antidrogas; pro portación de armas; etc.), mientras en el Congreso defendían posiciones favorables al mercado, las finanzas y contra los impuestos. Trump postula un capitalismo productivo, no rentista, promete empleos industriales y aplicar aranceles a los productos chinos. Es un rico que se autofinancia y al que, sin embargo, los lobbys del pasado -la industria del carbón, del acero- ven con buenos ojos.
Internacionalmente, el magnate adhiere a la vieja doctrina aislacionista del siglo XIX. El eslogan nacionalista "America First", el interés nacional ante todo, renace con una agenda que atrasa y que propone, entre otras cosas, construir un muro en la frontera mexicana; expulsar a hispanos y musulmanes; alejarse del Nafta; interrumpir las negociaciones de los acuerdos comerciales impulsados por Obama -el Transpacífico y el Transatlántico-; obligar a los aliados de la OTAN a asumir mayores gastos; bombardear a Estado Islámico, como si de esa forma se derrotara al terrorismo, y sugerir a Corea del Sur y Japón que se autodefiendan instalando armas nucleares. Una "contribución" a la paz mundial.
La visión del mundo de Trump se construye con equipos poco calificados: él mismo reconoció que sus conocimientos internacionales "provienen de los noticieros". Así se explica el consenso en su contra que anida en el establishment de las relaciones internacionales y de la seguridad internacional. La contribución norteamericana al orden internacional de posguerra, la llamada arquitectura multilateral internacional, corre el riesgo de evaporarse si Trump no cambia sus ideas. A la ingobernabilidad poscrisis de 2008 se le agregaría un plus adicional: la arrogancia que exhuma un candidato que apuesta a reconstruir el poder americano apelando a sus dotes empresariales. El mito del hombre fuerte, que usará la fuerza porque descree de la diplomacia, le permite sintonizar con un imaginario colectivo incapaz de asumir la explicación racional del fin del ciclo de la dominancia global norteamericana.
Trump ignora que los EE.UU. ya no son poder imperial, aunque siguen siendo la primera potencia mundial. En el mundo global, el desorden es un dato central, en parte asociado a una tendencia regresiva: día a día se consolidan los liderazgos autoritarios iliberales. No es casual que las derechas europeas adhieran al tropismo ruso y que el mismo Trump admire a Putin. En los EE.UU., algunas voces encumbradas alertan sobre el peligro fascista: son republicanos que integraron los equipos de Ronald Reagan y de George Bush. The Economistpudo haber estado en lo cierto: el "trumpismo" constituye un riesgo global.
Profesor en las universidades Torcuato Di Tella y Siglo 21