Caminar Buenos Aires en busca de las huellas de Borges
Guiado por especialistas, un paseo por barrios porteños propone recuperar el universo, las palabras y algunos de los lugares que marcaron la vida del autor de Ficciones
Es domingo por la mañana y la ciudad todavía parece dormida. Una chica se mira en la puerta vidriada de un edificio para arreglarse el pelo, su reflejo se multiplica hasta perderse en el interior. Luego se acerca al grupo de veinte personas que espera en la vereda de Posadas 1650, el Palacio Ocampo donde vivieron los escritores Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Es el punto de encuentro para la caminata que está a punto de empezar a través del Buenos Aires de Jorge Luis Borges.
"Con City Tour Literario buscamos articular literatura y ciudad en cada uno de los recorridos y a partir de cada uno de los escritores con los que trabajamos. La idea es armar una suerte de relación simbiótica en la que una muestre a la otra de forma nueva", dice Marcos Urdapilleta, el guía de la excursión. Con la propuesta de acercar a más personas la obra de distintos autores, las asociaciones Grupo Heterónimos y Una Brecha crearon circuitos alrededor de cinco escritores: Roberto Arlt, Witold Gombrowicz, María Elena Walsh, Julio Cortázar y el que está a punto de empezar, Jorge Luis Borges. Subvencionados por Mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires y el Fondo Nacional de las Artes, los recorridos -así como otros proyectos culturales de Grupo Heterónimos y Una Brecha- son sin fines de lucro y gratuitos.
En el caso del paseo dedicado a Borges, el plan es caminar la ciudad y visitar veinte puntos centrales en la vida y la obra del autor de Ficciones, propuestos por los especialistas Adriana Amante y David Oubiña.
En la fachada del Palacio Ocampo, el único adorno son las tres placas que conmemoran a los escritores que lo habitaron. "Come en casa Borges", anota en su diario Bioy Casares por primera vez el 12 de enero de 1948. Y la escena se repite, semana a semana, durante cuarenta años: Borges cena con Bioy y con Silvina Ocampo y, luego, los dos amigos se encierran en el escritorio para hablar sobre autores, criticar libros, escribir. Basta dejarse llevar por la lisura de los muros para imaginarlos inventando tramas policiales o fantásticas en ese ritual de hábitos compartidos. Tal vez el Borges de Bioy sea la mejor biografía escrita sobre una amistad intelectual.
Del otro lado de la verja
Enseguida el tour se aleja del edificio y avanza siguiendo el recorrido que Borges hizo innumerables veces hasta el Cementerio de la Recoleta. "Aquí no estaré yo", afirma en Atlas como si predijera lo que ocurriría años más tarde. Puede que este sea el punto que, como bien señala Ricardo Piglia, concentra uno de los dos linajes de la famosa "ficción de origen" que construyó Borges; el de la memoria materna, la historia patria, con sus antepasados militares; siempre en contrapunto con el otro, el de la biblioteca paterna y la literatura europea, concentrado en un lugar diferente de la ciudad.
"Creo que el trayecto lo muestra en su dimensión menos cristalizada: aparece un Borges mucho menos anquilosado en el canon o el prestigio; con las comidas en casa de Bioy, sus caminatas orilleras y sus cuchilleros de arrabal, se puede leer un Borges que también es su propio doble, más ligado al oficio y a la lógica de sus compadritos", dice Urdapilleta mientras busca la sombra de los árboles para recitar algunos versos de Fervor de Buenos Aires antes de seguir.
Ya en el barrio de Palermo, dos señoras en zapatillas y camisolas buscan reconocer en los lugares sus lecturas borgeanas. Quieren compartir su mapa personal, hecho de zaguanes, patios ajedrezados, cuchilleros. Todavía faltan algunas cuadras para alcanzarlos. Así, sobre la calle Honduras aparece lo que fue la casa de Evaristo Carriego, el poeta "menor" que Borges rescata por haber sido el primero "en explorar las posibilidades literarias" de las orillas. Borges solía decir, y lo escribió en el prólogo a su Evaristo Carriego, que se había criado en un jardín, detrás de una verja con lanzas y "en una biblioteca de ilimitados libros ingleses". Pero también se pregunta: "¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas?". Es justamente su interés por ese otro lado desconocido la fuerza que lo lleva a imaginar un pasado ideal para su Palermo de infancia. Aquí está el origen de sus primeros tres libros de poemas. Lo curioso es que ahora, al mirar la fachada descuidada de la casa de Carriego con carteles pegados sobre las ventanas, irrumpe la misma necesidad nostálgica de recuperar ese arrabal imaginario hecho de guitarras y cuchillos, poblado por almacenes, baldíos y caballos.
El calor parece pausar los pasos; sin embargo, alcanzan el mediodía frente al recuerdo del arroyo Maldonado, hoy entubado bajo la avenida Juan B. Justo. Esa frontera de orillas en la que merodean los guapos, brillan los cuchillos y suena la milonga. La chica que atiende el maxikiosco de la esquina pide que nos apartemos de la entrada, pero apenas alcanza a distraernos de este territorio donde Borges funda su literatura: las orillas imprecisas que disuelven la ciudad en la llanura.
Cuenta Urdapilleta que en los alrededores del arroyo Maldonado Borges hacía caminatas largas con el fotógrafo Horacio Coppola. En el cruce entre lo popular y la experimentación, la tradición y la modernidad, los dos artistas miraban el lugar desde un "criollismo urbano de vanguardia", como lo llama Beatriz Sarlo.
Llegar a tiempo
Entre una parada y la siguiente, el viaje se vuelve íntimo. Cada paseante camina ensimismado. Puede ser que recuerden las historias y los personajes de Borges que poco a poco aparecen en las calles. Hay una pareja que se demora en silencio frente la fachada de una casa que alguna vez habitó el escritor y hoy es solo un recuerdo detrás de una construcción moderna. Si pudiera rescatarse el espacio a fuerza de memoria, todo seguiría vivo a pesar de la arquitectura. "No hay forma de llegar a Borges a tiempo, a la hora señalada", lee Urdapilleta. Es un fragmento de Trance, la autobiografía que escribió Alan Pauls como una especie de glosario de su fanatismo como lector. De este modo, Borges se vuelve también las innumerables lecturas que despertó.
Entonces llegamos a la manzana de "Fundación mítica de Buenos Aires". Y el poema y el espacio se hacen uno. Puede verse la alegría de las dos señoras. Como si se hubieran preparado, recitan al unísono: "Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo. //Una manzana entera pero en mitá del campo/ expuesta a las auroras y lluvias y sudestadas./ La manzana pareja que persiste en mi barrio:/ Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga".
Atrapar el infinito
Acá se materializa la idea de Borges de tomar esta parte, sobre la que estamos parados, por el todo. Dicho más simple, este lugar de Palermo no solo es la manzana de la infancia de Borges, sino también la patria o el universo de su literatura. Pensar que todo está en este recorte del mundo eriza la piel. Desde 1996 los legisladores porteños denominaron "Jorge Luis Borges" a este tramo de la calle Serrano. Según dicen los especialistas Amante y Oubiña, este pretendido homenaje arruina la intención del verso borgeano, que siempre quiso escapar a los gestos de cursilería nacional.
Y al final, el zoológico. Se sabe que el escritor adoraba los tigres. En su infancia se acerca a mirarlos cada vez que puede. Sobre el barullo de los autos, Urdapilleta lee "Dreamtigers". Al escuchar las frases, es fácil ver cómo Borges "se demoraba sin fin" en su niñez frente a la jaula del felino. Hoy quedan postales de ese amor: Borges y su hermana Norah delante del enrejado; Borges y su padre, en un banco de madera.
No es un secreto que los tigres, igual que los laberintos, el doble o los espejos, recorren la obra borgeana en ese intento por atrapar el infinito en el sistema limitado del lenguaje. Borges contemplaba el mundo y trataba de descubrir los límites de la creación. En el fondo, caminar la ciudad no es otra cosa más que volver visible ese pasaje de lo real a su representación.