Un proceso de madurez política
El 25 de mayo fue el inicio de nuestra independencia. No se declaró formalmente ese día; tomó seis años, hasta el 9 de julio de 1816, durante los que se fue cimentando con astucia y paciencia. Fue un proceso de madurez política, fundado en hechos más que en palabras, que llevaron desde una aspiración riesgosa a algo inevitable.
El gobierno nacional eligió el camino inverso: propuso un “nuevo pacto fundacional” para la Argentina pleno de declaraciones rimbombantes, un lenguaje propiamente teologal (“ante la mirada del Eterno”, asevera el texto) y económicamente de rasgos absolutos e inmutables (equilibrio fiscal “innegociable”; terminar “para siempre con el modelo extorsivo actual” de impuestos).
Pero, más allá de la gramática pretenciosa y barroca, llama la atención lo que sugiere y lo que no está. Jurídicamente hablando, estamos ante una suerte de contrato marco y de adhesión. Fija condiciones generales adrede, sin entrar en detalles. Y las intenta imponer, sin derecho al pataleo. La política del todo o nada y del tómalo o déjalo.
Empieza cometiendo un error estratégico: lo sujeta a la aprobación previa de la Ley Bases. Esa condición innecesaria ató de manos al Gobierno, y parece haberlo condenado de antemano al fracaso temporal (en política, las autolimitaciones nunca son recomendables). Sigue con tautologías de principios contemplados en nuestra Constitución nacional (la inviolabilidad de la propiedad privada).
Su corazón argumental es el déficit fiscal, sumado a una reforma impositiva, laboral y previsional. Ni un atisbo del cómo, salvo la opcionalidad de un sistema de jubilación privado. Luego, dos perlas, llenas de sugestiones para el federalismo: impone un compromiso de las provincias para avanzar en la explotación de los recursos naturales; no está claro si entiende que no se lo hizo hasta ahora o si lo que pretende es una limitación a la facultad constitucional de las provincias respecto de su titularidad, en beneficio del gobierno federal (pareciera lo segundo; hablamos de minería, y de petróleo y gas).
Luego, plantea una “reforma política estructural”... “que vuelva a alinear los intereses de los representantes y representados”. Esto puede ir desde una democracia plebiscitaria, pasando por un Poder Legislativo unicameral y llegando a una Justicia electiva. Tal vez el Eterno lo sepa, pero lo que es el texto, no está claro y es para prestarle atención.
Por último, lo que falta. Es mucho, pero destacan la mención a los dos pilares de cualquier progreso posible: educación e inversión. Ni una palabra para el capital humano que es su fundamento, y ni mención al paso siguiente a la cuestión coyuntural de acomodar las cuentas con un ajuste. Nada, en definitiva, de las bases para el futuro.
Preocupa todo: lo poco que se dice, lo que se sugiere y lo que no se dice. Todos los países americanos que empezaron con declaraciones formales de independencia terminaron con retrocesos. La Argentina fue aquella vez la buena excepción. Sería bueno aprender de la historia y que el 25 de mayo sea el inicio de algo y no una nueva postergación, porque ya empiezan a sobrar las excusas y a faltar los hechos.