Un presidente vicario, pero con carácter
Tiempo de campaña, momento de zancadillas inesperadas. Los principales candidatos presidenciales pisan con cuidado el terreno para no tropezar con un cisne negro explosivo que los haga saltar por los aires.
Mientras al candidato oficialista, el mismísimo presidente de la Nación, le tocó una semana a pedir de boca, codeándose con los gobernantes más poderosos del planeta en la Cumbre del G-20 en Japón y rematando con un potente acuerdo con la Unión Europea, su principal competidor, Alberto Fernández, tuvo unos días ajetreados y no exentos de sobresaltos y polémicas.
Sorteó bien dos imputaciones bastante tiradas de los pelos y que apuntaban más a lo personal: la primera relacionada con los hobbies ambivalentes de su hijo Estanislao; la segunda, por la foto exhumada de los años 80 en la que se lo ve como defensor de un miembro del nefasto clan Puccio. Sorprendió que el primer tema surgiera justo cuando lo entrevistaban comunicadores supuestamente progres. Fernández se sacó el prejuicio de encima rápido, aunque sonó innecesario que aclarara que su hijo "es un hombre sano", "trabaja en una compañía de seguros" y "tiene novia". Estanislao es drag queen y, entre otros, encarna a personajes femeninos del cómic. En cuanto al otro tema, Fernández fue defensor oficial. Nada más que aclarar. No obstante, ambos asuntos empezaron a ser agitados principalmente en las redes sociales con propósitos aviesos en busca de horadar su imagen.
Pero Fernández tiene problemas mucho más graves que parten de la propia concepción de su candidatura presidencial, gestada en una perversa anomalía institucional: quien lo secunda en la fórmula es la líder de su espacio (ergo, su jefa), que lo eligió a él, y no al revés, y que hace sentir fuerte su supremacía en las decisiones cruciales de esta etapa: el dedazo cristinista eligió unilateralmente a los candidatos a gobernador y vice bonaerenses y tampoco le dio participación a Alberto en la confección de las listas de candidatos rebosantes de camporistas.
No mencionarlo ni una vez en la presentación de su radicalizado libro en Rosario recordó los ninguneos de 2015 que le prodigaba entonces al candidato de su espacio, Daniel Scioli, que perdió en segunda vuelta, entre otras razones por sucesivos maltratos como los que ahora la multiprocesada senadora empezó a aplicar con cuentagotas al que pretende convertir en su delegado a cargo del Poder Ejecutivo. Si ganan, ella comandaría el Congreso (personalmente como titular del Senado; Máximo haciendo pesar su fuerza heredada en Diputados). ¿Y qué pasará, mientras tanto, en el otro poder del Estado, el Judicial? Ya lo anunció varias veces Alberto: los jueces rendirán cuentas de sus actos. La Corte ya se puso en guardia. Y respecto al acuerdo con la UE, publicó un tuit el viernes poniendo en duda sus beneficios, al igual que Axel Kicillof.
¿Habrá también "liberación de presos políticos" -en este caso, detenidos en prisión preventiva, o ya sentenciados, por probados delitos de corrupción- como hizo, en 1973, Héctor J. Cámpora (el primer presidente vicario, en su caso, nada menos que de Juan Domingo Perón), si se hace cargo del poder el próximo 10 de diciembre?
La historia, desde luego, no se repite nunca de igual manera, pero así como los episodios referidos en párrafos anteriores recuerdan a Scioli y a Cámpora, las solicitudes de Alberto Fernández el jueves a la delegación del Fondo Monetario Internacional - "Le pedí al FMI que no tire más dólares al saco roto de las finanzas de Macri"- y su "preocupación" porque "se esté violando el acta constitutiva del FMI" recuerdan los esfuerzos de peronistas notorios en los Estados Unidos, en 1989, para hundir aún más la economía, lo que aceleró la salida anticipada del poder de Raúl Alfonsín.
Fernández hace afirmaciones más que razonables, como que el actual Indec "funciona mejor" que antes de 2015 (lo empezaron a arruinar justo cuando él era jefe de Gabinete de Néstor Kirchner), que "el cepo fue una mala política", que en aquellos años también había aumentado la pobreza y que Cristina Kirchner no debió tener trato comercial con un contratista del Estado como Lázaro Báez. También criticó la ley de medios y le quitó trascendencia al supuesto poder de Clarín y del resto del periodismo argentino. Impecable hasta allí.
El pequeño detalle es que Fernández lleva en su fórmula a una persona cuya cosmovisión plantea todo lo contrario. Peor todavía: es justamente esa poderosa dirigente quien lo eligió a él como su vicario al frente del gobierno que presidiría si gana las elecciones con sus votos. Doble comando a full y con todas las conflictivas derivaciones de esa difícil convivencia.
No cabe duda de que Alberto tiene ostensiblemente más carácter y poder de crítica que Cámpora y Scioli: se la pasó diez años despotricando gravemente, y de viva voz, contra Cristina Kirchner. Ese temperamento, sin duda, se percibe, sigue latente y no lo disimula. Lo acaba de decir con todas las letras: en caso de disidencias con su jefa política, se hará lo que él disponga cuando esté sentado en el sillón de Rivadavia. Será un espectáculo digno de verse: a ningún dirigente que desafió a los líderes hegemónicos del PJ -Perón, Menem y Cristina- le esperó otra cosa que ser eyectados del poder.
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