Un presidente debilitado por Cristina
Alberto Fernández no necesita de la oposición para que lo debilite; aunque él contribuye a la construcción de su propia debilidad, con su socia sería suficiente: ella exhibe obscenamente la anemia política del jefe del Estado
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A veces, las frases tienen un sentido distinto según quien las dice. Que dirigentes opositores digan –y repitan– que Alberto Fernández es un presidente débil no llama la atención. Hay pruebas irrefutables. El escándalo político que provocó una fiesta de cumpleaños clandestina en la residencia presidencial en medio de restricciones sociales muy severas, que dictó el propio inquilino de esa casona. La resonancia política y social de una foto seguida de un video, este último distribuido por el propio oficialismo para adelantarse a lo inevitable. La posterior y supuesta protección política de Cristina Kirchner al Presidente, que terminó en una gira de shows donde prevalecieron las órdenes de la vicepresidenta al jefe del Ejecutivo. La aceptación pública del propio Presidente: “Me reta, me reta, me reta”. Ninguna oposición deja pasar esas oportunidades para señalar la debilidad presidencial.
Sin embargo, es raro escuchar que algunos funcionarios lo admitan con frases que parecen decir lo contrario. “No está políticamente terminado, pero tiene que serenarse, reflexionar y volver a ser él”, señala un ministro cercano a Alberto Fernández. ¿Terminado? Nadie dijo que el Presidente está terminado. Parece no ser él, lejos del quicio, pero le quedan aún más de dos años de mandato. Ciertos funcionarios tienen el inconsciente en la punta de la lengua. Según las últimas encuestas hechas antes del escándalo de Olivos, Alberto Fernández seguía siendo el dirigente del oficialismo con mejor imagen, sobre todo si se lo compara con las de los que quieren ocupar su lugar en 2023: Cristina y Máximo Kirchner, Sergio Massa o Axel Kicillof. Una encuesta posterior al caso de Olivos la realizó la consultora D’Alessio IROL-Berensztein y la hizo solo para medir las repercusiones de ese escándalo. El 100 por ciento de los encuestados dicen estar enterados de lo que sucedió el día del cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yáñez, en 2020. Un 54% asegura que ese episodio es importante o muy importante para su vida. Un 37% contestó que el hecho podría modificar su voto en las próximas elecciones. Un 24% estaría dispuesto a cambiarlo hacia la oposición de Juntos por el Cambio. Es una fotografía de lo que sucede hoy en la sociedad. Faltan tres semanas para las primeras elecciones. Dentro de 21 días, la sociedad podría opinar otra cosa o directamente olvidarse de lo que pasó. Dependerá mucho de si hay –o no– más novedades sobre eventuales fiestas en Olivos durante la interminable cuarentena. “Espero que no nos enteremos de algo nuevo”, dice otro funcionario. Es un ruego, no una certeza.
“Cristina es como el sol: te ilumina, pero si te acercas te quema”, confiesa un ministro que lo vio al Presidente girar de la independencia a la dependencia de la vicepresidenta. El escándalo de la foto lo llevó a pegotearse aún más a ella porque las versiones indicaban que Cristina estaba enardecida de furia. Lo estaba. Es el único error de Alberto Fernández que ella no cometió. Solitaria y desconfiada, huraña a veces, nunca se supo de fiestas ni celebraciones en Olivos durante los ocho años en que ella fue presidenta. La imagen de la unidad era necesaria. Pero ella es ella. El fastidio le surgió, evidente e incontrastable, por las pequeñas cosas. ¿Tenía que retarlo en público al Presidente porque tomaba agua de una botella? Esa imagen es horrible, le dijo; podría haber agregado que es horrible sobre todo en un presidente de la Nación. Alberto Fernández adujo que Máximo Kirchner también tomaba agua de la botella. Fue el argumento de un alumno indisciplinado, que culpa a otro alumno, frente a una maestra severa. “También se lo dije a él”, le replicó ella. Los dos eran hijos que habían herido la sensibilidad estética de la vicepresidenta. El Presidente no necesita de la oposición para que lo debilite. Aunque él contribuye a la construcción de su propia debilidad (cuando habla, se contradice o afirma cosas que no son ciertas), con su socia sería suficiente. Ella exhibe obscenamente la anemia política del jefe del Estado.
No pocos funcionarios imaginan, con distintas dosis de terror, el día después de las elecciones. “En cualquier caso, hay que estar preparado para una intervención del gobierno por parte de ella”, zanja un ministro. Explica: ya sea porque hubiese un triunfo amargo (pequeño, insignificante) o una derrota, la vicepresidenta intentará tomar definitivamente el control de la administración, desde la Jefatura de Gabinete hacia abajo. El Presidente seguirá donde está. Cristina no aspira a hacerse cargo personalmente de todas las crisis, expuestas o pendientes, que hay en la Argentina. ¿Será distinto si sucediera una clara victoria? “No lo sé”, responde el funcionario. “Una buena victoria se la podrían adjudicar tanto Cristina como Alberto”, abunda. No es el método de la vicepresidenta. Las victorias son de ella; las derrotas son ajenas. ¿Asumió alguna vez las derrotas de 2009, de 2013, de 2015 y de 2017? Nunca.
El kirchnerismo se mueve en la Cámara de Diputados para convocar cuanto antes a una sesión especial para tratar la modificación de la ley que regula la designación del jefe de los fiscales (procurador general de la Nación). Cargo crucial para controlar la acusación en varias causas por supuesta corrupción que acosan a la expresidenta. Algunos opositores están convencidos de que ese intento se concretará antes de las elecciones. Es una clara señal de que ella está insegura del resultado electoral. “Teme encontrarse con una sorpresa el día de las elecciones. Le teme a una derrota importante”, aseguran a su lado. Un alto porcentaje de la sociedad no quiere contestar encuestas y, entre los que contestan, son mayoría los que no saben si irán a votar ni por quiénes votarán. “El día de las elecciones habrá que estar pendiente sobre todo del voto en blanco y de la abstención”, aconseja uno de los principales encuestadores. Mala señal si eso es lo que importa.
Otro encuestador agrega que nunca ganó un gobierno con los datos actuales de insatisfacción económica, de tan escasa esperanza en el futuro y de tanto descreimiento en la dirigencia política. “Sería un hecho único en la historia, porque Macri estaba en 2019 mejor que lo que está ahora Alberto Fernández y, sin embargo, perdió por ocho puntos”, subraya ese analista de opinión pública. Debe consignarse que el Presidente habían comenzado a mejorar en algunas encuestas cuando su gobierno inauguró el período de reparto de dinero. El fenómeno fue detectado antes de la crisis por la fiesta de Olivos. La mayoría de las agencias de encuestas están haciendo ahora el trabajo de campo para establecer qué pasó en la sociedad cuando se ventiló una fiesta presidencial en medio del encierro y la pandemia. “Los presidentes no tienen perdón”, concluyó, sincero y frontal como siempre, el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica cuando analizó la peripecia reciente del mandatario argentino. Mujica es uno de los amigos progresistas ante los que se postra Alberto Fernández.
Falta saber qué sucederá en las semanas que vienen con la variante delta del coronavirus. El prestigioso infectólogo Roberto Debbag señaló que en las próximas tres o cuatro semanas habrá en el país un ascenso en espiral de contagios de la variante delta. Tiene en cuenta que en ciertas ciudades de América latina esa variante ya significa el 90% de los nuevos casos de Covid (el Distrito Federal de México y algunas ciudades de Colombia, por ejemplo). El sistema estadístico argentino es lento y oscuro. Podría haber ahora más casos de la variante delta de los que se conocen. ¿Cómo reaccionará la sociedad si hubiera una nueva ola de contagios justo en el momento de las elecciones? ¿Irá a votar con bronca o predominará el miedo y no irá a votar? El “voto emocional” (Guillermo Oliveto dixit) es impredecible por naturaleza. El de Cristina no es un temor vano.