Un presidente aislado, entre el ridículo y los reclamos
A lo largo de su presidencia, Alberto Fernández ha exhibido (y ejercita con regularidad) un atributo poco frecuente en un político profesional. Es la notable capacidad para subrayar sus propios errores, debilidades y falencias en lugar de minimizarlos. Aun cuando intenta precisamente lo contrario.
El acto que organizó la Presidencia no ya para no conmemorar, sino para celebrar sus tres años de gestión y formular un proyecto electoral merece ser registrado en la cima de ese extraño patrón de conducta.
Desde la puesta en escena hasta el contenido de su discurso, Fernández terminó potenciando la imagen de un creciente aislamiento físico, político y conceptual en el que está sumido el Presidente. Solo podrían explicarlo eventuales efectos secundarios producidos por la anestesia o la embriaguez mundialista de estos días, que invitan a los argentinos a festejar, a pesar de tantos sinsabores cotidianos. La frontera con el ridículo puede a veces estar más cerca de lo que se cree.
Casi en simultáneo con la autocelebración presidencial se produjeron algunas protestas organizadas en locales de grandes cadenas de supermercados que podrían haber sido vistas, ante los éxitos recitados por Fernández, como expresiones descontextualizadas, propias de esta época del año, a cargo de organizaciones político-sociales opositoras.
Sin embargo, fueron apenas el prolegómeno de una sucesión de piquetes y cortes masivos de los accesos a la Capital realizados ayer, de anuncios de más protestas y de fuertes expresiones de rechazo, incluso por parte de dirigentes sociales y gremiales oficialistas. Todos ellos realizados para cuestionar lo que el Gobierno consideraba una medida para celebrar: los bonos de fin de año que anunció para trabajadores registrados que perciben menos de tres salarios mínimos y para todos los beneficiarios del plan Potenciar Trabajo.
El primero de esos pagos de excepción tiene por fin paliar “el retraso salarial”, según admitió la ministra de Trabajo, Raquel K. de Olmos, que padecen quienes cobran menos de $180.000, que son casi las tres cuartas partes del total de los asalariados formales. Ni más ni menos. No todos llegan al paraíso albertista.
Los cuestionamientos que expresaron con dureza los principales dirigentes de movimientos sociales tanto de la izquierda opositora al Gobierno como los oficialistas y varios sindicalistas de la CGT cercanos al Gobierno no se dieron solo por los montos, que consideran escasos. También objetan que se tratara de un pago de excepción y no de un aumento de suma fija tanto de los salarios como de los planes, de manera que se sostuviera en el tiempo.
Ese planteo excede a los representantes de los trabajadores registrados y de los beneficiarios de planes sociales, que fueron los que le pusieron la cara, la voz y el nombre propio al rechazo. La objeción es compartida por el cristicamporismo más puro. El mismo sector que anteayer dijo ausente, en masa (y junto con Massa) en el acto de festejo por el tercer cumpleaños de Alberto Presidente. Ajenos.
“Nosotros queríamos un aumento salarial de suma fija y así se lo planteamos a Alberto, pero él optó por el bono, dándonos un argumento insostenible: el impacto que podía tener para los recursos del Estado, sobre todo para las intendencias, cuando nosotros siempre lo reclamamos para el sector privado”, explicó, sin ocultar su malestar, un alto funcionario del gobierno bonaerense.
Desde ese sector ahondan sobre su planteo: “Hay que hacer una recomposición de los ingresos de los trabajadores. Las empresas han ganado mucha guita por las ganancias extraordinarias que han tenido en este año y los salarios llevan cinco años de atraso acumulado”, sostienen.
La puja distributiva vuelve a escalar. La UIA también criticó el bono, pero por razones diferentes, antagónicas con los planteos de los dirigencia política, social y sindical. Los industriales sostienen que la medida no tiene en cuenta las disímiles realidades que atraviesan distintos sectores empresarios y distorsiona el ámbito natural donde se contemplan esas realidades, que son las negociaciones paritarias.
Alberto no, Sergio sí
Quienes corren por izquierda a Alberto Fernández evitan apuntar contra Sergio Massa, pese a que este también se opuso firmemente a un aumento salarial de suma fija con explicaciones que se parecen bastante a las que esgrimen los empresarios. Fernández paga en su aislamiento el costo de las medidas que no solo pergeña, sino que también debe hacerse cargo del pago de los intereses de otros.
La culpabilización selectiva del cristicamporismo es fácilmente explicable. Se trata de una diferenciación (o una invisibilización) en defensa propia. Del Presidente ya se alejaron, como lo escenificaron sin ningún prurito ni disimulo ante ayer. Del ministro de Economía depende su supervivencia política electoral. Mientras no desaparezcan las amenazas de naufragio prefieren seguir ingiriendo batracios y culpar solo al capitán antes que romper el último bote salvavidas que les queda.
La doble vara de la tolerancia es admitida abiertamente en el alto mando cristinista, camporista y kicillofista. El crédito que le abrieron a Massa sigue vigente y tuvo una renovación parcial con el flamante anuncio del descenso de la inflación, que llegó, con muchos fórceps, a medir menos del 5%, como publicita con entusiasmo el Gobierno. Aunque eso signifique que se llegó a un índice interanual de espanto en el aumento de precios al consumidor: 92,4 por ciento. Todo es según se muestre.
El reclamo por la caída del poder adquisitivo es el mayor y más recurrente de los planteos que reciben los dirigentes del kirchnerismo más rancio en las recorridas que han empezado a hacer ya con propósito decididamente electoral. Luces de alarma se encendieron en el semáforo de largada.
Fastidio y bronca
“Hay fastidio y bronca porque no se hicieron políticas en defensa del salario. Eso es lo que le preocupa y reclama la gente. No pretenden nada revolucionario, apenas llegar a fin de mes. El escenario es muy complejo”, explica uno de los dirigentes que organizan las recorridas oficialistas por el territorio bonaerense y cuyo diagnóstico no concuerda con el rosario de éxitos que, según el Presidente, ocultan los profetas del desánimo.
“Hasta acá Massa viene bastante bien con la estabilización y la recuperación de reservas, aunque no nos guste mucho que, por ejemplo, haya que someterse a la especulación de los productores agropecuarios y los exportadores”, agregan desde el cristicamporismo. El ejercicio que más les molesta es el de la genuflexión, diría el hijo Máximo.
“De todas maneras, si Massa no sostiene la baja de la inflación y no empieza a tomar medidas para recuperar el poder de compra de los sectores más postergados, va a ser más difícil seguir apoyándolo y aguantar el reclamo de las bases. En cambio, si lo logra, no va a quedar otra que bancar su candidatura”, reconocen en el kirchnerismo antialbertista. Ante ninguna situación sobra el entusiasmo. Y, en el mejor de los casos, sobreabunda la resignación. Sobre todo en el kicillofismo, cuya visión de la economía se ubica en las antípodas del ministro de Economía, más que en ningún sector del oficialismo. El resto son cultores del poder, incluidos los dirigentes camporistas, que dicen renegar de cualquier dogmatismo. Los chicos crecen.
El renunciamiento de Cristina Kirchner agregó volatilidad y combustión a la situación interna del oficialismo, más aún después de que la vicepresidenta profundizó sobre su decisión ante los propios, al instarlos a salir a ganarse sus propios votos. La interpretación de que eso significa solo que deben dejar de vivir de su capital simbólico porque para ella empezó la era del retiro puede ser errónea.
Los que más conocen a Cristina Kirchner advierten que renunciamiento no es sinónimo de retiro y que lo que busca, en realidad, es recuperar adhesiones que ella y su espacio han perdido con el fallido experimento de Fernández. La necesita para enfrentar la crítica situación judicial que enfrenta y que, pronostican, se agravará. Para que la historia la absuelva requiere de un apoyo popular más amplio que el menguante sustento de ahora. Las dos suspensiones de los actos que harían hablar en su defensa a la voz del pueblo se enmarcan en ese contexto. Hay que militar el 17 de octubre cristinista.
Por eso, Massa sigue contando con el favor de la vicepresidenta y hasta se deja trascender un apoyo imperativo a una postulación suya si las cosas le salen bien. Las desconfianzas que el ministro construyó con “la jefa” y con sus herederos biológicos y políticos no han desaparecido, solo se invisibilizan estratégicamente.
No obstante, ya se habla de una postulación de uno de los líderes de La Cámpora, como Wado de Pedro, quien desde hace varios meses aceleró en la construcción de vínculos y presentaciones en escenarios considerados visitantes, donde ofrece una faceta amable, pragmática, productivista y dialoguista con la que busca bajar defensas y prevenciones sobre su figura y La Cámpora. Un proceso de deconstrucción para construirse como postulante.
La opción primaria que se debate para Wado 2023 no sería liderar una fórmula, sino, tal vez, para secundar a Massa si, contra muchos pronósticos, este obtiene éxitos económicos más perceptibles que los que ahora pregona.
El ministro del Interior (de un gobierno del que se empeña por mostrarse ajeno) se ofrecería así como un garante para el votante kirchnerista de pura cepa, en una versión atenuada y reciclada del experimento Fernández-Fernández.
La larga sombra de Cristina no puede compararse ni remotamente con los reflejos que pueda proyectar De Pedro. Mucho más si se consolida y tiene éxito con el intenso trabajo de reconstrucción de imagen en el que está embarcado. Como se vio y se escuchó ayer en la presentación que hizo en Rosario ante el universo agropecuario, un sector al que pertenece como productor y que le recela como político. Paradojas. Como Máximo, el ministro también es un terrateniente, aunque él se jacta de hacer producir su heredad y no solo de usufructuar sus rentas.
Esos proyectos de ampliación de la sociedad Massa-Kirchner no hacen otra cosa que aislar aún más a Fernández, un presidente que coquetea con el ridículo y es sometido a los reclamos hasta de quienes lo llevaron a la Casa Rosada.