Un populismo vulgar que supone un grave retroceso
El magnate, así como Le Pen en Francia, ignora conquistas que llevaron siglos, como el respeto al otro
PARÍS.- Lo que está sucediendo en el mundo occidental es una desviación populista y autoritaria. Yo lo llamaría la trumpización de los espíritus." Estas palabras fueron pronunciadas por François Hollande, hace unos meses, y transcriptas por un par de periodistas en el libro de confesiones Un presidente no debería decir eso, que terminó con la carrera política del mandatario francés. Libro quizá demasiado franco que ha levantado olas, pero que, leyéndolo bien, está lleno de hallazgos, entre otros los que se refieren a la "vulgaridad" de Donald Trump o de los dos Le Pen, padre e hija. ¿Utilizar la palabra "vulgar" tal como lo ha hecho Hollande significa dar muestras de elitismo? Lo que también dijo el actual presidente de Francia es que el pensamiento de Trump, si de pensamiento puede hablarse, se basa en una simplificación característica del populismo, de allí su peligro en un momento incierto en el que tantos se satisfacen con las respuestas fáciles.
Para justificar el triunfo del magnate, algunos comentaristas contemporizadores -o necesitados de consuelo, o en busca del matiz imposible frente a la brutalidad- han intentado demostrar que las elites norteamericanas ignoran al pueblo y que éste, sintiéndose olvidado, se ha volcado hacia el único hombre que piensa y habla como él. Exactamente lo que en Francia se afirma acerca de Le Pen 1 y Le Pen 2: que dicen en voz alta lo que muchos piensan en voz baja. Ahora bien, como el propio interesado -me refiero al magnate- alegó haber utilizado un lenguaje "de vestuario" cuando se le reprocharon sus expresiones misóginas, valdría la pena preguntarse qué se entiende por "pueblo". ¿Se trataría de la persona o capa social que se identifica con ese idioma utilizado entre toallas y sudores? ¿La imagen popular del país del Norte sería la del cowboy bien bebido y mejor armado que festeja los chistes gruesos? ¿Y no será esta imagen una nueva simplificación en la que quisiéramos no creer?
Lo cierto es que, verdad de Perogrullo, hay pueblo y pueblo. Pueblo son los migrantes que intentan atravesar alguna helada frontera húngara o balcánica para salvar su vida, y pueblo son los habitantes de esos países que los reciben a palos, temerosos de que unas hordas oscuras y muertas de hambre vengan a echar por tierra su frágil bienestar. Es el drama de los pueblos enfrentados, cuyos sufrimientos, presentes o pasados, no los vuelven más acogedores, como si no se pudiera compartir la condición de víctima. Por mi parte, he tenido la suerte de frecuentar pueblos naturalmente solidarios, vale decir, a mis ojos, naturalmente distinguidos (pienso en las vecinas de José León Suárez que organizan centros culturales con talleres de teatro y poesía en sus asentamientos construidos sobre descargas de basura). Acaso la historia de cada grupo humano explique semejantes diferencias, aunque tiendo a pensar que cierto grado de pobreza propicia lo que llamaré la elegancia del corazón. Pero, y en esto no cabe ninguna sutileza porque la simplificación engendra inevitablemente más simplificación, sin duda la trumpización de los espíritus es la revancha de la ignorancia, una vulgaridad militante, activa y prepotente. Y autoritaria, claro. ¿Quién dijo "cuando oigo la palabra cultura saco el revólver"?
También Hillary Clinton fue demasiado franca cuando manifestó, durante su campaña, que el magnate representaba un peligro para el planeta. Tampoco fue muy político declarar públicamente que los seguidores del extraño individuo bicolor, anaranjado y amarillo patito, eran estúpidos. Pero como las cartas están echadas, en este día de duelo podemos decirlo sin cortapisas: tuvo razón. Donald Trump es un peligro que puede conducirnos a una guerra nuclear, contra China ante todo (y utilizo el plural porque los hongos atómicos no respetan fronteras), así como son un peligro sus declaraciones a favor del Brexit, sus ataques a la Comunidad Europea, su rechazo de la inmigración "porque uno nunca sabe quién es toda esa gente ni de dónde viene" o su proclamada decisión de no respetar los tratados en defensa del medio ambiente, entre otras lindezas. Sin embargo, más allá de los grandes cataclismos anunciados, su peligro consiste en lo que parecería ser una serie de anécdotas que pasarían por graciosas si no indicaran una tendencia, la regresión.
La boca en forma de o del nuevo presidente norteamericano, curiosamente alargada en sentido vertical, expulsa cierta clase de frases que alguna vez creímos, de puro inocentes, no volver a escuchar. En realidad, desde hace ya unos años se tilda de "desacomplejada" la liberación de la palabra misógina, racista y antisemita, como si morderse la lengua antes de proferir una burrada de resonancias criminales fuera sintomático de un complejo del que corresponde curarse arriba de un diván. Las ironías sobre lo "políticamente correcto" forman parte de esa supuesta actitud desalmidonada que conduce a ridiculizar todo aquello cuya elaboración nos ha llevado siglos, por ejemplo el respeto de lo humano. Con Trump volvemos al tiempo en que el populacho, no el pueblo, se burlaba de los enanos, los jorobados, los inválidos, tal como él mismo lo ha practicado y tal como la actriz Meryl Streep lo ha puesto de relieve en un histórico discurso. Hacer morisquetas de repugnancia insinuando que Hillary Clinton tardó en llegar a un programa televisivo porque estaba en el baño o decir acerca de una periodista que le salía sangre ya sabemos de dónde forma parte de una ideología efectivamente peligrosa, porque la grosería lo es.
Al principio, cuando Jean-Marie Le Pen jugaba con las palabras "horno crematorio" o se rozaba la mejilla rojiza con el dorso de la mano para aludir a una piel negra, algunos pensaron que se le iba la lengua, que era una gaffe, una metida de pata o un chiste de café, si no de vestuario. Con el tiempo quedó claro que aquellas bufonadas escondían la voluntad de expresar exactamente lo que estaba diciendo. Su tosquedad era natural, pero también un hecho político que formaba parte de un plan. Tampoco Trump ha cometido nunca la menor gaffe. Todo lo suyo merece que se lo tome al pie de la letra. Hay quien todavía se ilusiona con que el Trump presidente que hoy asume no podrá ser tan ordinario como el Trump candidato, y con que el ejercicio de la presidencia lo obligará a pulirse, a recortarse el pelo. Es desconocer la verdadera índole de lo que él mismo ha definido como un "nuevo orden", aunque no tan nuevo, en el fondo, si hacemos un poco de memoria.
¿La prueba? El dedo. Ese dedo acusador con el que el rubicundo y furibundo entrevistado apuntó al colega de CNN cuyas preguntas le cayeron mal. No es necesario ser periodista para considerarse personalmente amenazado por un índice en forma de gatillo. Cualquier persona que sí lee y escribe, o que no lee ni escribe pero piensa, puede sentir que el dedo blandido como un arma le concierne. Cuando éramos chiquitos nos enseñaron que no se señala con el dedo. Mucho de lo que nos enseñaron parece estar perdiendo validez.
Escritora y periodista