Reseña: Mala leche, de Alicia Plante
A diferencia de la mayoría de los policiales en los que el detective –no importa si trata del clásico investigador, de un periodista o un personaje que funcione como tal– está presente desde el inicio de la acción, en Mala leche aparece casi promediando la historia. El juez penal Leo Resnik, ya conocido por los lectores de Alicia Plante, se encargará de resolver un caso muy complicado con la ayuda de un equipo organizado para la ocasión.
Las pistas fundamentales se siembran en la primera parte y, como suele ocurrir, lo que parece casualidad termina imbricándose con inesperada astucia. Leiva, un agente inmobiliario que negocia de manera poco limpia inmuebles que van a rematarse, se ha encaprichado con una antigua casona de Boedo y, para conseguirla, entra en una sorda disputa con Cataldi, un usurero dueño de un casino. Leiva proviene de la villa pero se ha asentado confortablemente en Lanús, aunque no se olvida de su gente; de allí también proviene el Negro Godoy, su empleado, una suerte de "investigador privado" que cumple a pies juntillas las órdenes de su patrón. Involucrado en arriesgadas averiguaciones, el Negro termina siendo culpado por el asesinato de Cataldi, y si hay algo que no faltan son pistas que lo incriminan.
Leiva intuye, sin embargo, que el Negro es inocente y le pide ayuda al juez Resnik, quien tendrá que verse con la mafia china y los cárteles colombianos, además de la policía corrupta. En un género que le es muy familiar, Plante ha escrito en Mala leche una novela negra muy actual que atrapa y entretiene.
Mala leche
Por Alicia Plante
Adriana Hidalgo. 288 páginas$ 498