Un poeta para la era de la ansiedad
La poesía es muchas cosas al mismo tiempo, y por eso se la puede definir desde más de un ángulo sin lograr apresarla nunca. Me quedo con uno de los señalamientos de Octavio Paz en El arco y la lira: "El ritmo no solamente es el elemento más antiguo y permanente del lenguaje, sino que no es difícil que sea anterior al habla misma. En cierto sentido, puede decirse que el lenguaje nace del ritmo". De ser así, no sería excesivo sugerir que las métricas y acentos de los versos –más allá de la propensión moderna por la imagen– tienen una relación directa con el pulso, los latidos, que la poesía es lisa y llanamente orgánica.
Seguramente sea prematuro reclamarle al género que exprese algo sobre el presente más allá de las aceleradas anotaciones en verso que puedan darse en el mundo virtual, pero la flamante aparición de un libro de Cynthia Ozick (doblemente flamante dada la epidemia que raleó también las novedades editoriales) sirve para recordar la modestia central de la dicción poética. En Críticos, monstruos, fanáticos y otros ensayos literarios (publicado por Mardulce, en traducción de Ariel Dilon), hay un imperdible artículo dedicado al inglés W. H. Auden, uno de los líricos que mejor vienen a cuento para cualquier "era de ansiedad" (para parafrasear uno de sus poemas más conocidos). Ozick recuerda un recitado que Auden hizo en los años cincuenta en un centro cultural de Manhattan. La estadounidense escribe contra los beatniks –que como buenos parricidas intentaron liquidar la generación previa, a la que pertenecía Auden–, pero también escribe después de los atentados contra las Torres Gemelas, una tragedia que reveló un estado de orfandad poética absoluto. Ozick no es explícita, pero la pregunta queda en el aire: ¿cómo hubiera enfrentado Auden con su sensibilidad verbal tamaña calamidad? La pregunta podría extenderse a: ¿con qué inteligencia emotiva nos consolaría hoy?
En épocas en que la doxa prohíbe hablar de grandes poetas (una manera de traficar mejor la propia pequeñez), puede sonar anacrónico recurrir a una figura como el autor de Thank You, Fog, que, lejos de considerarse a sí mismo grande, fue esa rara avis: un poeta público que no desdeñaba la confesión. Como tantos británicos de su generación, empezó en las huestes deudoras de T. S. Eliot, con poemas secos y crípticos. Una larga estadía berlinesa le permitió nuevos vínculos sociales y encarar de manera más libre su vida personal, incluida su homosexualidad. La Guerra Civil Española le dio una breve esperanza política: también una pronta desilusión. Auden, antes de empezar la Segunda Guerra Mundial, decidió partir a Estados Unidos, donde permanecería décadas. Ya para entonces, su obra había tomado otra dirección: cansado del callejón sin salida de Eliot, empezó a tomarle las palpitaciones a su tiempo y para eso acudía a todas las formas poéticas, de la égloga a la villanelle, de la epístola irónica e infinita ("Letter to Lord Byron") a los sonetos seriados, del murmullo religioso ("Horae canonicae") al nonsense. Que fuera un prodigio técnico importa menos que su apropiación de esas formas poéticas y musicales a las que el modernismo les había dado la extremaunción: Auden recuperó, para volver a Paz, el ritmo, el latido, la poesía como organismo.
"Es un poeta del intelecto impertinente –escribe Ozick–. Las ideas son sus emociones; las emociones, sus ideas. Hay pocos autores en quienes el oído lírico y el ojo que todo lo ve y la mente en estado de fiebre estén tan entrelazados con el aliento y el pan de este mundo; y para quienes la historia, ese fantasma multitudinario, no resulte una extraña". Quizá por la urgencia que se almacena en sus versos (¡hasta escribió una elegía a la muerte de Kennedy!) es que, hable de la angustia de la guerra que se avecina o de un amor frustrado, se lo pueda seguir leyendo como si hablara del más puro presente. ¿La razón? Seguramente ocurre que el tiempo, indiferente a los valientes y a la belleza física, "venera el lenguaje" –como dejó asentado Auden sin darse cuenta en su famoso poema sobre la muerte de W. B. Yeats– y siempre "perdona a aquellos gracias a los cuales vive".