Un pescador en Monserrat
Muchos transeúntes pasan por la esquina porteña de México y Balcarce sin darse cuenta de la existencia de un particular hombrecillo que solo puede verse cuando uno levanta la mirada al cielo
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Hará unos ocho o nueve años que la vi por primera vez. Yo daba clases de español en un boliche de tango en San Telmo, pero para ir y volver allí pasaba a pie por una esquina del barrio lindero de Monserrat. El asunto es que transité por ahí decenas o cientos de veces. Hasta que un día, no sé por qué, elevé la mirada y di con ella.
Pensé que se trataba de una ensoñación. O que mi vista, ya en caída libre hacia las garras de la presbicia, me estaba jugando una mala pasada. Pero no. Entrecerré los ojos para ver mejor y la singular presencia estaba allí. Montada sobre un cable que surcaba en las alturas esa intersección de las calles México y Balcarce había una estatuilla de unos 30 centímetros que representaba la figura de un pescador.
El particular muñeco todavía se encuentra allí en estos días, igual que cuando lo vi por primera vez. Y, tal como entonces, sólo se hace visible a quien levanta la mirada en busca de un pedazo de cielo porteño.
El hombrecito está sentado en un cable metálico. Con las piernas entrecruzadas y sus dos manos levantadas sostiene una caña de pescar roja que parece estar doblada hacia delante en la parte superior, como si algún pez invisible hubiera mordido el anzuelo. Y cuando hay viento, el pescador se mece con el movimiento del cable y parece como si realmente luchara por llevar su presa a la superficie.
En su paciente estadía en lo alto el pescador contempla una auténtica esquina de Monserrat (casi San Telmo), el barrio más antiguo de la ciudad de Buenos Aires. Las calles de empedrado, las veredas angostas y las casonas añosas –algunas remozadas y otras derruidas- que forman parte del paisaje crean la sensación de que ese cruce de calles ha quedado rezagado en el tiempo.
En una de las esquinas, un edificio que funciona como sede del Anses le da al entorno del buen pescador un halo de seriedad. Pero eso se contrarresta con la pizca de fantasía que le aportan al lugar dos estatuas tamaño natural de Larguirucho y Súper Hijutus, los personajes de Manuel García Ferré que forman parte, en ese sector de la ciudad, del Paseo de la Historieta.
Es más que obvio decir que ese pequeño monigote no pudo haber llegado solo a ese lugar donde se encuentra, a unos 8 metros por sobre la calzada y que alguien, además, debió haberlo creado. Y aunque suene a tonta paradoja, para dar con el origen del pescador eché mano a la red… de redes.
Así descubrí que esta figura que se oculta en la ciudad a la vista de todos fue creada por Salvador Aleo, un imaginativo hacedor de objetos que trabaja como realizador de utilería en el Teatro Nacional Cervantes.
“El que lo ve, lo ve. Lo pensé como un regalo para la gente que anda mirando para arriba y lo descubre”, cuenta el hombre que creó y montó al pescador sobre ese cable, a quien encontré gracias a su cuenta de Instagram, @objetossalvadores, donde se puede ver su creación sin necesidad de ir hasta a Balcarce y México.
Aleo vivió unos 17 años en uno de los edificios de esa esquina porteña y, si bien no recuerda con precisión, arriesga que colocó a su criatura allí en el año 2009 o 2010. La estatuilla, hecha de telgopor, fue revestida con innumerables capas de impermeabilizante de techos para resistir estoica las inclemencias del tiempo.
Con un acercamiento vía zoom se puede observar que la estatuilla cuenta con el agregado de una telaraña, que prácticamente la envuelve y que prueba que la naturaleza siempre dice presente, aún donde no la llaman.
“Es un regalo para el barrio”, asegura, con voz amable Aleo al referirse a su creación, a la vez que señala algo que debería alarmarnos: al pescador lo descubren mayormente las personas que hacen paseos por la zona en plan turístico. Los transeúntes más ocupados que pululan por ahí, aparentemente, no se dan la chance de mirar un poco más arriba de sus preocupaciones diarias.
De todas formas, el hombrecillo sobre el cable no abandona la ilusión de pescar, en ese mar urbano de gente que mira sin ver, más miradas de asombro.