Un peronismo líquido fluye a nuevas orillas ideológicas
Zygmunt Bauman nació en Polonia, vive desde hace décadas en Inglaterra y es probable que conozca poco -si algo- de las muchas veces extravagantes dinámicas internas del peronismo. No tiene por qué conocerlas tampoco. Dedicó buena parte de su investigación sociológica al estudio de una modernidad a la que atribuyó, para intentar explicarla, el carácter de líquida. Y esa modernidad líquida, de vínculos transitorios y cambiantes, dominada por la precariedad y la incertidumbre, podría decirse que poco tiene que ver con la tradición y las apetencias del personalismo peronista, que en cada una de sus evoluciones se imagina tallado en piedra.
Sin embargo, la metáfora de la liquidez a la que recurre Bauman para representar metafóricamente a una época signada por la ausencia de certezas, en la que las formas rígidas pierden la consistencia de los tiempos sólidos, le calza bastante bien, extrapolada a nuestra realidad política, al más reciente vaivén de un movimiento que está entrenado en el arte de la metamorfosis.
Las últimas décadas son una prueba de la enorme capacidad del peronismo para adoptar la forma de nuevos envases ideológicos cada vez que la realidad (o la necesidad) se lo exigió. Y en todas las ocasiones logró hacerlo con llamativa fluidez.
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Esa liquidez parece haber alcanzado ahora al kirchnerismo. Pero lo excede largamente. El proceso de fugas que se inició en los bordes del oficialismo, acelerado por los tiempos electorales -lo que cerca de Sergio Massa llaman con entusiasmo el "goteo" de dirigentes, legisladores, concejales y demás adherentes que se acercan al Frente Renovador casi a diario- se asemeja al descongelamiento lento e inexorable de un glaciar.
De pronto se resquebraja lo que hasta hace muy poco parecía duro como la roca, eterno. El poder comenzó a fluir hacia una nueva orilla del movimiento peronista (no necesariamente la del massismo, eso todavía está por verse), en un trasvasamiento que conmueve a la clase política.
El drama no es nuevo. Para insistir en la metáfora del peronismo líquido, son muchas las corrientes que atraviesan al movimiento y muchos los dirigentes bien dispuestos a saltar de una corriente a otra para mantenerse a flote. Hay cálculo en ello y, a veces, algo de convicción. Una cuestión de supervivencia en aguas que son siempre turbulentas.
Sin embargo, esta fluidez del movimiento también permite pensar al peronismo bajo otra luz. Más allá de las pretensiones de eternidad que siempre albergan los ocasionales dueños del poder, más cerca de las bases del partido quizá se esté expresando algo distinto y menos rígido a lo que encarnan las cúpulas: la realidad de un movimiento más acorde al espíritu incierto y cambiante de los tiempos que corren, no exentos de angustia -porque la incertidumbre genera angustia, al igual que la libertad-, ni necesariamente mejores.
Pero si el kirchnerismo es rígido en su dogmatismo, setentista y sólido por definición, el peronismo líquido de las segundas y terceras filas, el que mejor entrenado está para el cambio y que no profesa un dogma de fe cargado de verdades absolutas, parece más cercano a la modernidad de Bauman.
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