Un peligroso juego pendular que solo conforma a pocos
Alberto Fernández ofrece a Rusia que la Argentina sea su puerta de entrada a América Latina; Manzur en tanto visita al embajador norteamericano
- 4 minutos de lectura'
Imaginen si un presidente argentino en algún momento hubiese dicho ante su par norteamericano: “Tenemos que ver la manera en que Argentina se convierta en una puerta de entrada para que Estados Unidos ingrese en América Latina de un modo más decidido”.
Los sectores autopercibidos “progres” lo habrían desollado vivo y la frase habría quedado incrustada para siempre en la historia como ejemplo de brutal entreguismo rancio y colonizado.
Cámbiese del textual citado las palabras “Estados Unidos” por “Rusia” y se obtendrá la sorprendente ocurrencia que Alberto Fernández pronunció en el Kremlin ante Vladimir Putin, sin que aquí se haya producido ningún reclamo airado por parte de los defensores de la soberanía y la pureza ideológica. Eso sí, en paralelo, el jefe de Gabinete, Juan Manzur, visitaba en Buenos Aires al embajador estadounidense en pos del “fortalecimiento de los vínculos bilaterales”. Como te digo una cosa, te digo otra.
De estar vivo Juan Domingo Perón, adalid de la “Tercera Posición” -que propugnaba mantenerse equidistante tanto de “uno como de otro de los imperialismos dominantes”- probablemente se habría fastidiado, y con razón.
El momento geopolítico en que Fernández descerrajó su audaz idea, además, no pudo ser más inoportuno por la crisis de Rusia con Ucrania que tiene al mundo en vilo y porque pone más en riesgo (de lo que ya lo hicieron Cristina Kirchner, con su flamígero discurso en Honduras, y la renuncia de su hijo Máximo a la jefatura del bloque de diputados oficialista) el trabado acuerdo con el FMI.
“Zelig en estado puro. Le dice a cada uno lo que quiere escuchar”, tuiteó en cuanto trascendieron los dichos presidenciales el diputado nacional Hernán Lombardi, en alusión a aquel desopilante personaje camaleónico que dio título a uno de los films más celebrados de Woody Allen.
El máximo portazo abría al actual primer mandatario una nueva posibilidad de intentar avanzar con cierta autonomía, aun sin necesidad de romper lanzas del todo con el ultrakirchnerismo, pero una vez más volvió a desaprovecharla. Su invitación a que Rusia tenga un papel protagónico en la Argentina dinamita simbólicamente el acuerdo con el FMI, además de encolumnarse con el sector más ultra del Frente de Todos que presenta al organismo internacional como un ente diabólico que solo responde a Norteamérica, como si no tuviesen ni voz ni voto China, Japón, Alemania y también Rusia, entre otros países.
Un relato ruinoso para un club selecto que en su demora infinita en encontrar una solución certera cada día resulta más oneroso y solo para conformar al votante más duro (y minoritario) de la coalición gobernante. Y está a años luz de interesar o de ser comprendido por familias como la de los jóvenes muertos o internados por consumir droga adulterada en el Conurbano. Ídem, el intento de golpe de Estado contra la Corte, escenificado en el acto ramplón, pero amenazante, frente al palacio de Tribunales, promovido principalmente por procesados y condenados por la Justicia, que tampoco mejora ni un milímetro las condiciones de vida de casi el 44% de la población, hundida en la pobreza.
El juego pendular continuo que hace el Presidente entre posturas más moderadas y más rígidas sin definir nunca por cual se inclina, deja al Gobierno atrapado en un loop constante e inmovilizante que impide un rumbo determinado.
“Las decisiones de los líderes del Frente de Todos son decisiones de los líderes del Frente de Todos. A mí lo que me toca es gestionar la política económica”, dijo en Moscú el ministro Martín Guzmán, que tiene que hacer malabares para quedar bien con Dios y con el diablo.
Simón Bolívar decía que “los nuevos Estados de la América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes”.
En el libro Presidencialismo absoluto y otras verdades incómodas, Ricardo Ferraro y Luis Rappoport plantean que “la población sueña con un poder personalizado encarnado en una persona a la cual agradecer o demandar”.
Lejos del presidencialismo absoluto, Fernández, por ahora, representa una suerte de presidencialismo atenuado, del que el peronismo tiene otros antecedentes (Cámpora, Isabel Perón, Rodríguez Saá).
El “hiperpresidencialismo”, al decir de Carlos Nino, reconoce su prehistoria en el largo y tiránico mando de Juan Manuel de Rosas. Tras su derrota en Caseros, en 1852, ese poder se institucionalizó y, Constitución mediante, abrió el capítulo de las grandes presidencias en los siguientes cincuenta años de mayor prosperidad para la Argentina, a la sombra de la república naciente.
El golpe militar de 1930 y la aparición del peronismo, con sus respectivas y disímiles descendencias -a excepción de mínimos interregnos de otros colores políticos- signaron los siguientes 92 años que estamos transitando. Así estamos.