Un país indescifrable que premia a sus verdugos
Había un voto oculto y no era para tapar a Milei. O no solamente. Era para ocultar a Massa. ¿Sorprendente? No tanto: vivimos en la Argentina, un país que ha sido colonizado por el populismo peronista el 75 por ciento del tiempo desde 1946 hasta nuestros días, si exceptuamos las dictaduras y las votaciones con proscripciones. Como diría Loris Zanatta, casi una biografía de la nación que cruza y atraviesa, también, a su oposición.
Es que el populismo no solo es el truco perverso del pan para hoy y hambre para mañana. También, y sobre todo, es una forma de pensar, un método de socialización, una serie de creencias, un modo de ver la vida y el poder y, en el fondo de todo, una religión.
Con el diario del lunes, el silencio ante las encuestas se vuelve razonable. ¿Cómo poner en palabras, y en voz alta, que vas a votar a un ministro-candidato que duplicó la inflación, llevó la pobreza al 40 por ciento, agregó casi dos millones de nuevos pobres en su propia gestión y, por si fuera poco, catapultó el dólar blue hasta perforar la barrera de los 1100 pesos? Indecible, pero votable. Merecemos el récord Guinness de los rotos.
La semana previa a las elecciones, el que mejor anticipó el resultado fue Pepe Mujica, aliado de Cristina. “Para el mundo hay una economía, pero para la Argentina hay otra. Es un país indescifrable. ¿Cómo se explica que un ministro de economía que tiene estos niveles de inflación pelee por la presidencia?, se preguntó. Y él mismo se respondió: “porque ese candidato está respaldado por una mitología que se llama peronismo. Ese animal mitológico existe. No está conforme con él, pero igual lo va a votar”.
En la noche del domingo, Massa logró aglutinar al peronismo permanente junto con el peronismo contingente. Fue el sociólogo Juan Carlos Torre, un clásico en los estudios sobre el tema, quién inventó ambas categorías. El peronismo permanente son los sindicatos, los intendentes, los punteros, los gobernadores: en una palabra, el peronismo de Perón, mientras que el peronismo contingente son las encarnaciones coyunturales. Massa se está proponiendo para una nueva. Y no le va mal.
Es ese animal mitológico, incrustado en el inconsciente colectivo, que explica, en parte, el triunfo de Axel Kicillof en una provincia donde el 60 por ciento de sus habitantes carece de cloacas. O la rotunda victoria del candidato del bandido Insaurralde, en Lomas de Zamora, Federico Otermín, después del escándalo del yate y la modelo.
Ese triunfo es más extraño aún teniendo en cuenta que, entre las elecciones del 2021 y las últimas primarias, el aparato del PJ había perdido un 36 por ciento de su caudal electoral. Se olía una rotunda derrota, pero no. Insaurralde, ese opaco aliado de los barones del juego, se debe estar preguntando, por estas horas, por qué se tuvo que esconder como un prófugo en una casa prestada de Banfield. Apenas lo investigan por lavar 100 millones de dólares. Con los resultados en la mano está visto que fue una amargura inútil.
Al vigilador de mi edificio, habitante del Quilmes profundo, no le interesa la política: solo vota a Massa. ¿Sabés cuánto cuestan cinco cajitas de chocolate orgánico en el negocio de al lado?, lo tanteé. ¿Dos mil pesos?, amagó. Catorce mil, retruqué, a la espera de su cara de espanto. El hizo una actuación divertida de que le daba un ataque al corazón. ¿Igual lo vas a votar a Massa?, azucé. Y claro, se indignó: ¡para que no siga pasando esto! ¡Pero si Massa es el ministro de Economía!, contraataqué, pensando en el jaque mate. Pero él simplemente se encogió de hombros y remató: ¿no viste que si gana Bullrich mi boleto del bondi se va a 700 pesos? Un día le pregunté por Santilli. No sabía quién era.
La campaña del terror, desplegada en trenes y subtes en la semana previa a la elección, fue un golpe maestro de la manipulación y la mentira, que llegó fácilmente a, por lo menos, 10 millones de usuarios. “Un genio del mal, que logró infiltrar tanto a Juntos por el Cambio como a los libertarios de Milei. Me saco el sombrero”, ironiza, en privado, Mauricio Macri sobre Massa, a quien apodó, con acierto, “ventajita”.
Ventaja, ventajita.
Pero es que tampoco se trata de Massa sino, como decía Mujica, de una fenomenal maquinaria de poder con una potente narrativa, que logró aterrorizar a millones de usuarios de trenes y colectivos convenciéndolos de que, si votaban a Bullrich o a Milei, su boleo pasaría de 56 pesos a 700 o a 1100, en el caso de los trenes. Una campaña más efectiva, corta y barata, incluso, que el plan platita.
Claro que el subsidio a trenes y subtes alguien lo paga. Y lo pagan con inflación, sobre todo, los más pobres. En el caso de los trenes el déficit es de US$3,5 millones. Pan para hoy y hambre para mañana. Lo hemos visto cientos de veces y, sin embargo, gran parte de la sociedad argentina vuelve a caer en la trampa tendida por el animal mitológico.
Entra en su juego perverso una vez, dos, tres, como si no tuviera defensas o capacidad de aprendizaje del pasado. Si algo quedó demostrado el último domingo es que las elecciones en la Argentina no se ganan con hechos sino con narrativas. La sensata narrativa de la austeridad y el ajuste terminó hundiendo a Patricia.
Massa engendró y alimentó al cuco Milei y, luego, fue a elecciones proponiéndose como el salvador de ese mismo cuco: parte de la Argentina le creyó. Habilidad sin límites.
Massa, el argento típico. La historia del domingo es, también, la de aquel muchacho de 26 años, vocero de Palito Ortega, que a fines de los noventa picoteaba sobre la cabeza del caudillo Eduardo Duhalde con su ambición de ser intendente del Tigre. De aquella postal, arriba de un tren de campaña de Ushuaia a La Quiaca, a este hombre de 51 años con chances reales de ser presidente, en un país al borde del precipicio.
Primero se encargó de correr de la cancha a uno de sus mejores amigos y, a la vez, adversario: Horacio Rodríguez Larreta. Un abrazo del oso que logró enredar tanto al pobre Larreta que, del político mejor ponderado de la Argentina durante años, pasó a ser visto como un “tibio” y sospechado de alianzas non sanctas con el massismo. Logró, incluso, enturbiar su discurso moderado, el del 70%, del que luego el propio Massa terminó apropiándose la noche de su triunfo. Con el aditamento de los propios errores de Juntos por el Cambio, en las PASO logró dejarlo fuera del juego. Habilidad sin límites.
Algo es seguro: gane o pierda el ballotage, el peronismo ya tiene un nuevo jefe. El domingo por la noche nació la encarnación “ventajita”.