Un país donde las elites no han empujado parejo
En Dinero y poder. Las difíciles relaciones entre empresarios y políticos en la Argentina (Edhasa), el autor indaga en una vieja discordia
Por razones y con intenciones casi opuestas, los gobiernos de los Kirchner y el de Mauricio Macri han puesto en los últimos años en el centro de nuestra atención la relación entre los empresarios y la política, entre hacer negocios y gobernar.
Los primeros, porque convirtieron en un sistema bien aceitado, jerarquizado y muy extendido las desde antes difundidas redes de corrupción y demás mecanismos colusivos propios del capitalismo político. Para el cual el éxito en los negocios no tiene ni debe tener relación con la destreza económica o la toma de riesgos por parte de los inversores, sino con sus lazos políticos y su funcionalidad con proyectos de ese origen.
El segundo porque pobló la gestión de gobierno con un número inédito de referentes del mundo empresario, en lo que pareció el intento de hacer converger, ahora bajo reglas generales de mercado y con miras a promover una economía abierta, dos fracciones de nuestras elites, la del dinero y la de los votos, durante largo tiempo incapaces de cooperar en forma estable y socialmente provechosa.
Hemos asistido así, en el espacio de muy pocos años, a dos esfuerzos radicalmente distintos por lidiar con un dilema que permaneció irresuelto en el país durante décadas: ¿cómo articular productivamente el funcionamiento económico y el institucional, la democracia y el capitalismo?, ¿cómo lograr que la economía y la política se comporten según reglas medianamente compatibles, que aseguren un curso sustentable de crecimiento, integración social y fortalecimiento institucional?
Dos sueños muy distintos, los dos ya en el pasado intentados, y con defensores muy poderosos en el campo empresario local. Pero los dos también recurrentemente frustrados: ni el capitalismo político ni la economía abierta de mercado han encontrado vías para consolidarse y estabilizarse en nuestro país. ¿Por qué? La respuesta es sin duda compleja. Lo que proponemos considerar aquí no es la totalidad de ese problema, si no el aporte que hicieron en distintos momentos los propios empresarios en ese resultado. Para tratar de comprender con mayor precisión lo sucedido en los últimos años. Así como el papel que podrían cumplir las organizaciones del mundo de los negocios en que deje de ser así.
En las últimas dos décadas ese "rol empresario" ha sido objeto de agrias polémicas tanto públicas como académicas, también por distintos motivos. Las investigaciones por corrupción, en particular el llamado "caso de los cuadernos" y el "club de la obra pública", parecieron confirmar lo que el grueso de la opinión ya creía saber, que el gran empresariado local es, en muchas áreas de actividad, más propenso al prebendarismo que a competir en mercados abiertos y transparentes y contribuye poco y nada al bienestar colectivo. A eso se suma el agotamiento, a partir de 2011, del ciclo de expansión que se había extendido durante la década previa: los estudios históricos confirman que la popularidad de los capitalistas está directamente atada a la expansión de la economía y del empleo, por lo que no llama la atención que desde ese entonces dicha imagen esté por el piso. Paradójicamente, el propio macrismo en ascenso hizo su aporte al respecto, sobre todo desde que asumió el gobierno nacional, al esmerarse por poner distancia del establishment empresario y en especial de las organizaciones del sector, bajo la premisa de que si bien muchos de esos actores individualmente podían ser favorables al cambio cultural y económico que él promovía, esa predisposición era mucho menor en quienes tenían más intereses atados al statu quo y en sus entidades representativas, por regla general inclinadas a defender los intereses creados y temerosas de cualquier cambio.
Esa premisa está en el origen de la crítica alusión al "círculo rojo". Espacio difuso al que pertenecerían, entre otros actores, las organizaciones del mundo de los negocios, acostumbradas a ejercer una influencia tan persistente como opaca para acceder a beneficios selectivos de manos de los decisores políticos, a través de canales que han preservado gobiernos de todos los signos. Beneficios y canales que cualquier iniciativa de cambio podría poner en riesgo.
¿Es correcta esta descripción del problema adoptada por Macri y sus colaboradores?, ¿refleja con ecuanimidad las responsabilidades en las dificultades y las disposiciones a colaborar o no con las soluciones de parte de los empresarios y sus organizaciones? Cabe objetar que apele a las mismas armas del populismo contra lo que identifica como statu quo populista: desmerecimiento del juego institucional y las mediaciones organizadas, y celebración de las supuestamente virtuosas expectativas y pasiones del pueblo llano, encarnadas por un presidente y su equipo que serían los preclaros representantes de la "nueva política" por carecer de ataduras con el pasado y con poderes intermedios ineficientes y poco transparentes. En suma, un populismo de buenos modales, de "la gente decente y trabajadora", modernizador, que pone en juego por enésima vez la crítica a las elites establecidas, por muchos motivos merecida, desde un sector ocasionalmente bien posicionado de esas mismas elites; en un giro que han venido intentando sucesivos grupos gobernantes para resolver a su favor la crónica dificultad para crear consenso y sellar acuerdos cooperativos en las instituciones y entre los actores.
La discordia entre grupos dirigentes ha sido por este motivo un rasgo crónico de nuestra vida política y económica, al menos en el último siglo. Y abonó todo tipo de explicaciones sobre las responsabilidades en el flaco desempeño de la economía y las instituciones del país en ese período: exceso de autointerés y falta de miras, debilidad de los instrumentos de disciplinamiento y otros déficits institucionales, coyunturalismo de uno u otro signo, y la lista sigue.
Lo que sí es novedoso y hasta sorprendente es el hecho de que esta vez la activación de esta querella la haya promovido un grupo político que es "de elite" por donde se lo mire, por su educación, su origen social y por las posiciones de poder que ha venido ejerciendo desde hace años. Y que la usara con provecho contra el que cabe considerar el máximo promotor histórico de las críticas a las "elites establecidas", el peronismo, que se ha presentado con éxito como contraelite en distintas variantes.
Recordemos que Perón asumió que su liderazgo y su movimiento tenían por finalidad reemplazar todo lo que pudieran de las elites preexistentes y absorber lo que quedara de ellas. Y al menos en ese punto sus herederos le han sido fieles: tanto Carlos Menem a fines del siglo pasado, como los Kirchner al comienzo del actual buscaron, con distintas modulaciones y orientaciones, destronar a "los que mandaban" en los grupos de interés, el aparato del Estado y los partidos (incluido el propio peronismo), y en cierta medida lo lograron. Aunque no consiguieron con eso estabilizar un nuevo orden.
Que el macrismo haya retomado esta aspiración no es, sin embargo, tan sorprendente. Al hacerlo está diciéndonos que no sólo vino a restablecer un vínculo cooperativo y funcional hace demasiado tiempo perdido entre empresarios y política, sino que para lograrlo se propone renovar el personal y reformar las conductas en ambas esferas, y las relaciones entre ellas. Refutando de pasada la objeción más extendida a su proyecto: si se enfrenta de modo tan radical al "círculo rojo" y la protección facciosa del statu quo y los privilegios asociados, no merecería ser descalificado como un "gobierno de los ricos", ya que está compuesto en verdad sólo por aquellos hijos del poder económico que se han animado a cuestionar los lazos de pertenencia con su clase y las conductas habituales de la misma, y se comprometieron a reformarlas.
Una peculiar impostura esta de que el "consejo de dirección de la clase dominante", su porción más activa y preclara, se presente como vanguardia reformista al servicio del bien común, la democracia y la inclusión social. Aunque no es la primera vez que un sector de privilegio se desclasa, renuncia a la vida tranquila que su condición le garantiza y emprende la aventura de hablar y actuar contra sus padres y en nombre del pueblo y el interés general.
El motivo por el cual esta reforma de la elite económica es considerada imprescindible reviste también su importancia: resulta de lo que esta nueva vanguardia considera más inadmisible de la experiencia que viene a cerrar, la colaboración o al menos la docilidad del grueso de la cúpula empresaria ante el proyecto kirchnerista, incluso durante su etapa más radicalizada y en iniciativas a todas luces destructivas para las reglas básicas a que estos sectores del capital proclamaban adhesión.
DINERO Y PODER, Marcos Novaro, Editorial Edhasa