Un país cada día más chiquito
El Poder Ejecutivo Nacional ha reemplazado su ministro de Economía, pero el país ignora todavía para qué. Era quizá la última bala de que disponía el Gobierno para evitar el colapso y debió haberla usado para lanzar un plan de estabilización con medidas racionales, apoyo del partido en el poder y presencia de la vicepresidenta en el momento de su anuncio. Nada de eso sucedió, y a la crisis terminal del modelo populista que desaprovechó la mejor oportunidad que ha tenido nuestro país en su historia se agregan hoy la persistente carencia de un plan económico, las medidas tomadas sin ton ni son, la reiteración de políticas zombis que nos llevaron a la crisis y los persistentes errores de comunicación.
Lo único que queda claro es lo que no debería: el Gobierno, Alberto incluido, parece seguir creyendo que los años de gloria de Néstor Kirchner se debieron a un modelo económico virtuoso y no a la cirugía sin anestesia que aplicó Duhalde durante 2002 y dejó todo tipo de colchones superavitarios, a los que vino a sumarse ese huracán de cola que duplicó los precios de nuestras exportaciones en los tres años que siguieron. La expectativa inicial de Fernández de convertirse en un nuevo Néstor y la actual insistencia en aquel modelo insustentable y generador del caos actual son más graves que cualquier otro factor.
No es todo. No satisfecha con el descalabro que le toca administrar, nuestra inefable ministra se ha esforzado por agregar a la espesa sopa kirchno-peronista un par de caldos de su producción. En primer lugar, una declaración de fe gelbardista que demuestra su total incomprensión de este momento “rodrigaziano” al que nos llevaron los Gelbard del siglo XXI. En segundo lugar, en vez de una conferencia de prensa y el anuncio de un plan económico, Batakis prefirió presentarse al país en un reportaje televisivo que solo evidenció sus límites. “El derecho de los argentinos a viajar colisiona con la creación de puestos de trabajo. Si usamos los dólares para una cosa no podemos usarlos para la otra”, declaró. Se trata de la concepción populista de la economía como fenómeno de suma-cero y de la ciencia económica como administración de un almacén llevados a su máxima expresión. Dos ideas destinadas al fracaso y a hacer fracasar a quienes las apliquen, pero que suenan perfectamente coherentes a millones de compatriotas habituados a sobrevivir malamente en el país cada día más chiquito que ellas mismas crearon.
Basta sacar la cabeza del balde argento y observar el mundo para justipreciar la ridiculez enunciada por la ministra. Si Batakis tuviera razón, si se debiera optar por los viajes al exterior o por el trabajo, el mundo estaría lleno de dos tipos de países: unos, en los cuales la gente viaja pero no tiene trabajo, y otros, en los que la gente tiene trabajo pero no viaja. Y bien, en los casi 200 Estados nacionales que pueblan la Tierra no existe un solo país con estas características. Por el contrario, en la realidad –que es la única verdad– existen dos tipos de países: aquellos en los cuales la gente viaja y tiene trabajo, y los países en que no pueden acceder a ninguno de los dos, que son los que le gustan al Gobierno. La vieja Unión Soviética. La Cuba de los balseros. La Venezuela de Maduro y sus varios proyectos en trance de emulación. Entre ellos, la Argenzuela de Cristina y Alberto; un país cada día más reducido en sus capacidades de generar riqueza y bienestar; un país miserable en el que se cumple el paradigma Batakis “o viajar o trabajar”; un país cada día más chiquito en el cual las autoridades intentan convencer a los ciudadanos de que la única manera de mejorar su situación es a costa de los demás.
La Argentina que nos propone Batakis, la de Cristina y Alberto, ya ni siquiera es un país de suma-cero: es la Argentina de la grieta estructural. No solo es un país chiquito, sino que se achica cada día más, junto a los ingresos, los viajes, los trabajos y las esperanzas de sus habitantes. En veinte años de barbarie económica, de la suma-cero del populismo tradicional hemos pasado a la jibarización de la economía y la sociedad, y de allí, a la lucha de todos contra todos por los botes del Titanic. El populismo sin recursos que supimos conseguir nos pone a todos en la situación de náufragos que han colisionado contra el iceberg y sin embargo siguen viéndolo venir de frente. Entretanto, solo atenta al panorama judicial, la orquesta de a bordo hace sonar su música preferida: una canción del dúo Pimpinela.
La Argentina fue un gran país, una nación que por sus niveles educativos y de bienestar era un oasis del primer mundo en el tercero, cuando fue un país orientado al futuro y abierto al mundo. Después vino el revisionismo histórico e invirtió esas coordenadas: del futuro al pasado y del mundo a la nación, entendida como un nacionalismo ombliguista berreta que lejos de proteger los intereses del país nos llevó al peor retroceso de la historia mundial. De la rama elitista del revisionismo nacería el autoritarismo nacionalista de los Uriburu y el Partido Militar, que en nombre de la Cruz y de la Espada dieron el golpe de 1930 e iniciaron la catástrofe política. De la rama populista del revisionismo nació el autoritarismo nacionalista de Perón y el GOU, y el propio peronismo, que dieron el golpe de 1943 en nombre de la “patria justa, libre y soberana”, inaugurando la catástrofe económica y terminando con todo atisbo de justicia, soberanía y libertad.
¿Gorilismo? Para 1945, la Argentina era el octavo país más rico del mundo, tenía una inflación de menos del 2% anual, llevaba 10 años de crecimiento consecutivos, había duplicado la producción industrial y disfrutaba de las mejores condiciones de vida y la mejor legislación social de Latinoamérica y la mayor parte de Europa. Entonces triunfaron las ideas de vivir con lo nuestro en un país cada día más chiquito y aquí estamos, otra vez, en un mundo que vuelve a ofrecernos enormes oportunidades y al que le damos la espalda, y con un futuro que promete ser la continuidad agudizada de este presente desolador. No es razonable amar aquellas causas y repudiar estas consecuencias.
La realidad es opinable, pero no es una opinión. Aquellos polvos trajeron estos lodos, y si seguimos administrándolos como remedio, la catástrofe no tendrá fin. No habrá salida de este país cada día más chiquito, no habrá un futuro para la Argentina del siglo XXI si seguimos discutiendo cuestiones que los países avanzados dejaron atrás durante los siglos XIX y XX. Si es válida o no la división de poderes. Si la república es obstáculo para la justicia social. Si el Banco Central debe ser independiente. Si la emisión genera inflación. Si la industria es la única proveedora de puestos de trabajo y es necesario protegerla cerrándose al mundo y fagocitando todo lo demás. Si es posible un desarrollo económico liderado por las empresas del Estado y por los empresarios amigos del poder. Es esta serie de anacronismos militantes lo que está explotando hoy, ante el espanto de los fieles y de la población. La patria subsidiada ya no sobrevive. El país productivo no da más. Tictac, tictac.
El auge de la pobreza y la pelea de todos contra todos es el resultado inevitable de este país cada día más chiquito; un país que se achica porque es gobernado por funcionarios con mentalidad pigmea; el producto definitivo final de los cuatro jinetes del apocalipsis argento: un estatismo que nos dejó sin Estado, un industrialismo que destruyó la industria, un populismo que degradó al pueblo y un nacionalismo que nos está dejando sin nación.