Un país atrapado en la repeticiónpermanente
El Día de la Marmota (Groundhog Day, en inglés) es una película estadounidense en la que Bill Murray interpreta a Phil Connors, meteorólogo de la televisión, que el 2 de febrero, mientras cubre el evento anual del Día de la Marmota (en que el comportamiento de una marmota determina cuán rápido terminará el invierno), queda atrapado en un loop que repite el mismo día una y otra vez. Después de caer en el hedonismo e intentar suicidarse en numerosas ocasiones, el protagonista reexamina su vida y sus prioridades, hasta que finalmente conjura la maldición y despierta al día siguiente.
Nuestro país parece estar atrapado hace décadas en un mismo día que se repite una y otra vez, pero a diferencia de Connors aún no logró revisar sus prioridades, por lo que sigue condenado a repetirse, solo que cada repetición es un poco peor que la anterior.
Aunque pretendió diferenciarse del kirchnerismo, Cambiemos no logró cambiar. Cuando estalló la crisis cambiaria , fruto conjunto de la herencia, el mal contexto externo y una mala política económica, el PBI per cápita argentino estaba igual o peor que al final del kirchnerismo, la pobreza había vuelto a subir al igual que la inflación , el tipo de cambio había vuelto a atrasarse y los déficits gemelos no se habían corregido.
La crisis forzó al Gobierno a recurrir al FMI . Pese a eso la crisis continuó, se siguieron perdiendo reservas a un ritmo elevado, la devaluación se aceleró y las dudas sobre el cumplimiento de los pagos de la deuda elevaron violentamente el riesgo país y las tasas de interés, al tiempo que la inflación se disparó y la recesión se volvió una realidad innegable.
La pérdida de credibilidad del Gobierno y la incertidumbre generalizada hicieron evidente que, apenas a 3 meses del acuerdo con el FMI, este debía ser revisado. El anuncio prematuro de que el acuerdo ya se había alcanzado, el sainete de aquel fin de semana en que se barajaron renuncias y nombramientos que quedaron en la nada y las marchas y contramarchas de la política monetaria agravaron la situación. Finalmente, la renuncia del hoy expresidente del BCRA Luis Caputo un día después de que Macri afirmase otra vez que lo peor había pasado y el mismo día en que hablaría en la ONU, mientras en el país se efectuaba un masivo paro general, pareció una estrategia comunicacional diseñada por el peor de los enemigos del Gobierno.
Para colmo, más allá de los méritos y errores de Caputo, su salida obedeció claramente a una imposición del Fondo, lo que debilita sensiblemente al Gobierno frente a la oposición política y social.
En Nueva York, Macri volvió a hablar exclusivamente de su compromiso con el ajuste y a hacerlo dirigiéndose solo a los actores externos. Nada les dijo a los actores domésticos sobre las razones del ajuste y los sacrificios demandados; tampoco de qué manera se procuraría que esos sacrificios fueran compartidos por todos en función de su capacidad contributiva, ni cómo serán recompensados más adelante por la recuperación del crecimiento, la disminución de la pobreza y una mejor distribución del ingreso.
En medio de este desbarajuste, al menos la decisión sobre las nuevas autoridades resultó una buena noticia. Tanto Guido Sandleris, el nuevo presidente del BCRA, como Gustavo Cañonero, que se mantiene como vice primero; Verónica Rappoport, designada como vice segunda, y Nicolás Gadano, que asume como gerente general, pese a su relativa juventud, son funcionarios de integridad intachable y sobrada expertise, no solo académica sino como hacedores de política. Pero más allá de los nombres, está claro que buenas designaciones están lejos de ser suficientes. Habrá que ver cuál será la autonomía de las nuevas autoridades en un contexto donde en buena medida la política económica estará determinada por los condicionamientos del FMI, que a mi juicio no parecen reconocer adecuadamente las posibilidades y restricciones de la economía y la política argentina.
Lo inmediato es estabilizar el mercado cambiario. Para eso el BCRA debe intervenir activamente en él con poder de fuego (reservas) suficiente. Los anuncios que acaban de conocerse, que los recursos adicionales aportados por el Fondo serán 7100 millones de dólares y que hay acuerdo para que el BCRA intervenga regularmente para acotar la volatilidad cambiaria, son un paso en la dirección correcta. Es una suma importante, a la que puede agregarse el intercambio de monedas que estaría negociándose con China por otros 9000 millones de dólares.
Una vez estabilizado el mercado, la política cambiaria debería evitar que el tipo de cambio se atrase nuevamente. Es cierto que la cotización actual es producto de un "sobreajuste" del precio del dólar, lo que da cierto margen para permitir gradualmente cierta recomposición de los salarios reales. Pero aceptando que ese margen existe, evitar nuevos atrasos requiere corregir el tipo de cambio más o menos en línea con la inflación (tal vez algo menos inicialmente) y hacerlo permitiendo una volatilidad acotada de la cotización, estableciendo una banda cambiaria que no debería ser explícita, para desalentar la especulación de corto plazo. El acuerdo con el FMI también contempla este nuevo régimen cambiario.
La fuerte devaluación real tendrá en los próximos trimestres un gran impacto recesivo, dado el efecto de la caída de salarios, jubilaciones, etc., sobre el consumo agregado, que representa más del 70% de la demanda efectiva total. La inversión privada tampoco se recuperará en la medida en que esas sean las expectativas de consumo. Pero si la devaluación ya producida es acompañada de una política de agregados monetarios excesivamente contractiva (que significa tasas de interés reales muy elevadas) y por una política fiscal de déficit cero , la política económica no tendrá ninguna herramienta anticíclica para amortiguar la recesión.
Además, la recesión amenazará seriamente el cumplimiento de la meta de equilibrio primario por sus efectos adversos sobre la recaudación y la presión a la suba que enfrentará el gasto salarial, previsional y social. Así como las metas de inflación fueron exageradas al comienzo de esta gestión y su incumplimiento afectó la credibilidad del Gobierno, ahora el posible incumplimiento de la meta fiscal también puede tener efectos adversos, por lo que hubiera sido preferible fijar un sendero de reducción del desequilibrio primario exigente, pero de cumplimiento más probable. Es cierto que esto hubiera requerido la aprobación del Fondo, pero también lo es que el Gobierno anunció la meta antes de comenzar las nuevas negociaciones.
¿Qué puede pasar de aquí hasta el fin del actual mandato? En primer lugar, la recesión será más fuerte que la pronosticada en el proyecto de presupuesto. Este año la caída no será inferior al 2,5% y, aun si la actividad comienza a recuperarse entre el segundo y tercer trimestre del año que viene, lo que está por verse, es razonable prever que el piso de la caída para 2019 será de 1,5%. Si bien algunos sectores como el agro y el turismo receptivo seguramente serán expansivos, la tendencia general estará determinada por la caída del consumo agregado.
En segundo lugar, también crecerá el desempleo, proceso que recién comienza y se manifestará con más fuerza en los próximos trimestres, cuando las empresas agoten el recurso de cortar horas extras y otorgar licencias pagas.
Finalmente, pese al previsible descenso de la inflación, los salarios reales serán inferiores al promedio de este año y la pobreza y la desigualdad mayores.
¿Todo esto vale la pena? Seguramente, enfrentado a tiempo, el efecto de la crisis podría haber sido menor. Pero dada la situación que hoy enfrentamos, los sacrificios actuales solo tendrán sentido si, además de ser equitativos, restablecen las oportunidades de crecimiento con equidad. Para eso hace falta una estrategia que vaya más allá del ajuste. Si el Gobierno la tiene, por el momento no la conocemos.
Vicepresidente del Club Político Argentino (UBA, Unsam y Conicet)