Un orden a la libertad
¿Se puede dar un orden a la libertad? De un primer vistazo, parecería plenamente contradictorio. Y es evidente que no son muchos los que suelen integrar armónicamente ambos conceptos. Es que aquello que se percibe como libre tiende a ser inmediatamente apartado de lo que se asoma un tanto ordenado. Más bien se acostumbra a colegir -erróneamente, me adelanto- que lo que está liberado está a su vez intrínsecamente despojado de todo tipo de orden.
Tal vez haya en ese desliz hermenéutico algún resquicio de hipersensibilidad probablemente justificado por el hecho de que en nuestro país, especialmente hace unos 40 años, las órdenes (básicamente aportadas desde un contexto militar) iban inexorablemente de la mano de la ausencia de las libertades más fundamentales. Es cierto. Pero no es menos cierto sostener con profunda hidalguía que si se pretende libertad, libertad en serio, pues entonces el orden es absolutamente constitutivo de su esencia.
Pretender encontrar en estos párrafos algún esbozo de una mirada conservadora o represiva o con tufillo a "derechosa" es -permítaseme la arrogancia- por lo menos necio.
Hasta el mismísimo vuelo de un barrilete, muchas veces presentado metafóricamente como imagen de la libertad más pura, requiere de una mano que lo sostenga, de un cordel que lo eleve, y por supuesto del viento -que por más desordenado que parezca- guarda un preciso y ordenado movimiento, siempre y cuando se lo sepa interpretar.
Pesaj no se festeja primordialmente en las sinagogas como en el caso de muchas otras fiestas: la fiesta pasa por casa
No son para nada inocentes estos desvaríos. Son tan sólo un intento más de bucear en los océanos de sentido que muchas tradiciones milenarias proponen, y que en este caso particular, dada la tradición que porto, se vuelven a presentar en esta fiesta de Pesaj (el precedente de la Pascua cristiana) que el pueblo judío viene celebrando hace más de 3.300 años, y que hoy ya estamos nuevamente trasuntando.
El relato bíblico de la salida de Egipto con Moisés y Aarón al finalizar las diez plagas que azotaran al imperio más poderoso de su tiempo, y el mar partido al medio para que un grupo de esclavos revolucionarios emprendiera su camino hacia la tierra prometida, son desde hace muchos siglos parte inexcusable del patrimonio cultural de toda la humanidad.
Así y todo, esta antiquísima fiesta de la libertad, esta gesta libertadora fundacional del pueblo que descubrió la idea del monoteísmo ético, guarda por lo menos dos detalles no menores que pueden aportar un poco de claridad a nuestro tema de cabecera.
Me refiero en principio a la cena, que es el motivo central de la celebración. Pesaj no se festeja primordialmente en las sinagogas como en el caso de muchas otras fiestas. La fiesta pasa por casa. Por cada casa. Y es allí, en esa cena familiar, donde las distintas generaciones comparten saberes y sabores para ejercitar el sabroso análisis de qué es lo que significa la libertad. A través de comidas simbólicas, de un muy añejo guión de preguntas y respuestas, de canciones típicas, y de una enorme participación de los más pequeños, la noche (que en realidad son "las noches" porque la cena se realiza en los dos primeros días de la fiesta) se revela trascendente. Y esa reunión única en su tipo tiene un nombre igual de único: "seder", precisamente "orden". Casi nadie la llama "cena de Pesaj". Se trata del "seder". Quince pasos completamente detallados en la "Hagadá", la narración pascual, le dan a la cena una entidad especial, para comprender -aunque no se lo diga en voz alta- que sin "seder", vale decir sin "orden", no hay libertad posible.
La segunda referencia remite a una costumbre bastante desconocida, que implica contar los días, uno por uno, durante 50 jornadas a partir del segundo "seder" para llegar así hasta la festividad de Shavuot, donde se recordará el suceso del Sinaí y las tablas con los Diez Mandamientos.
Cada anochecer de esos cincuenta involucra un día más en dirección hacia la fiesta que simboliza la entrega de la Torá, justamente la ley y el orden. Para que quede prístina, por si aún no se ha notado, la idea de que la libertad que no se ordena bajo el formato de la responsabilidad queda absolutamente despojada, absolutamente renga. Para que se insista hasta el hartazgo en que no hay salida (no sólo de Egipto) si no se entra de lleno a un sistema de convivencia ordenada, que es la única escala posible para orientar cualquier sendero hacia un terruño de promisión.
En estas antojadizas y posmodernas épocas en las que transcurrimos, con tantas nuevas y peligrosas fiestas, y donde las libertades se diluyen en escasos gramos de preparados químicos, vale la pena repasar la sabiduría y la sencillez de algunas viejas fiestas. Fiestas como Pesaj, en las que -si tenemos suerte y/o bendición- podemos vislumbrar que somos mucho más libres cuando todo está en orden.