Un oasis urbano, con aire de Misiones
Tres artistas originarios de esa provincia del norte del país exhiben en estos días, en Buenos Aires y en Viena, obras realizadas en diversos soportes que comparten una evidente nostalgia por la naturaleza
Cuesta disociar el sentido de la palabra misionero. La primera acepción del diccionario de la Real Academia Española designa a quien predica el Evangelio en las misiones, y la segunda, a los naturales de Misiones. En referencias al arte realizado en esta provincia del nordeste del país, seguramente aparecerían también los jesuitas con sus conciertos barrocos, los restos de colosales iglesias y las tallas en madera de imaginería religiosa.
¿Qué sucede con el arte contemporáneo? Misiones es rica en talentos artísticos. Basta recordar el nombre de Oscar Bony (1941-2002), creador de obras emblemáticas del conceptualismo como La familia obrera (1968), o el de Tulio de Sagastizábal (Posadas, 1948), maestro del color y formador de varias generaciones de artistas.
En estos días, dos misioneros exhiben sus obras en galerías de Retiro, mientras un tercero lo hace en una galería vienesa. Si bien no se encasillan en soportes –Mónica Millán prefiere el textil, Andrés Paredes el objeto/instalación e Ignacio de Lucca, el óleo y la acuarela–, el paisaje y la tradición cultural subyacen y emergen en la obra de todos ellos.
El bordado como meditación
Mónica Millán (San Ignacio, 1960)
Pasa ante mí el silencio es el nombre del conjunto de trabajos que Millán expone hasta el jueves próximo en la galería Vasari. Son textiles que conjugan telas usadas por familias sin pretensiones sociales, con sus propios bordados.
La vida y obra de Millán han transitado permanentemente entre la exuberancia y el silencio. Pasó su infancia en una casa pegada a la selva misionera y practicó durante años budismo zen. “Cuando me senté por primera vez, dije: ‘Éste es mi lugar’. Sentí mi respiración y mi circulación, fue una sensación familiar, era lo que hacía de chica. Sentarme y callarme”, cuenta la artista en su taller de Barracas, privilegiado por un jardín pródigo de verdes. En la jerga del budismo, “sentarse” es la práctica de zazen, una forma de meditación silenciosa sosteniendo una postura con la espalda derecha, las rodillas contra el piso, la coronilla hacia el cielo y con una respiración pautada, entre otras precisiones.
El espíritu de las obras de Millán parece pendular entre el estallido de la naturaleza y el aquietamiento de la mente. Hay telas cargadas por la memoria del uso: servilletas, manteles y carpetas que fueron usados por familias, quizá durante varias generaciones. Hay telas bordadas por la artista que crean un universo de aves, insectos, flores y frutos de su región, y telas de color mudas (si es que el color puede estar callado).
Ella habla en voz queda y no hay música en su taller. Considera que bordar es meditar; la aguja entra y sale de la tela como el aire entra y sale de los pulmones en zazen. Elegir el bordado como soporte es optar por la defensa de tradiciones familiares y regionales. En particular la artesanía textil paraguaya, como el ñandutí o el Ao Po’í, que la artista incorpora en sus trabajos.
Recuerdos de la selva
Andrés Paredes (Apóstoles, 1979)
Dos mariposas enormes caladas en acero se elevan sobre los miles de peatones que circulan a diario por la calle Florida. Fueron emplazadas en 2015 y su autor, Andrés Paredes, las realizó en su provincia natal.
El calado le permite a Paredes dar la sensación de liviandad propia de estos insectos. Estas dos mariposas –como gran parte de su obra– se inspira en el recuerdo de la selva, los insectos, el barro después de la lluvia torrencial, las siestas de calor húmedo, un sinfín de insectos, libélulas, cigarras y tantísimas especies de mariposas.
La relectura que hace Paredes del paisaje misionero se vincula con la idea del cambio, de la mutación de los seres vivos. Hasta fines de 2016 se pudo ver en el CCK Barro memorioso, una instalación multisensorial que obligaba al espectador a meter su cabeza en una estructura de barro con varias cúpulas a un literal paisaje interior de los recuerdos de infancia del artista. Entre olores a ruda, canela y rosas se podía observar un horizonte de barro con cráneos de animales (caballo, perro, mono) que fueron mascotas en la infancia del artista, cientos de mariposas multicolor y brillos de cuarzo y amatista, piedras abundantes en Misiones.
La semana pasada presentó en la galería Ungallery dos instalaciones: Mutatis mutandis & Memento mori (expresiones latinas que pueden leerse como “cambiando lo que se debía cambiar” y “recuerda que morirás”). La muestra se inspira en “las hibridaciones que plantean la posibilidad de redefinición a la que aspira todo ser humano; las libélulas, mariposas y cigarras pasan por grandes transformaciones para seguir viviendo”, dice el artista.
Tormenta tropical
Ignacio de Lucca (Apóstoles, 1960)
Los pasajeros que llegan a la estación Leandro N. Alem de la línea B del subterráneo de Buenos Aires tienen la oportunidad de apreciar los murales que De Lucca creó especialmente. Sobre el hall de acceso a los andenes y en las paredes se puede apreciar la peculiar visión que tiene el artista de la selva misionera.
Si bien la paleta es variada, hay una preferencia por el rojo de la tierra (debido a la presencia de minerales de laterita, especialmente el hierro), el verde de la vegetación y el azul del cielo, vivos colores que contrastan con la grisura característica de la vida subterránea.
El óleo sobre tela y la acuarela sobre papel son las técnicas más usadas por este artista, cautivado por los misterios de la selva. Cuesta reconocer especies vegetales y árboles, ya que no le interesa la precisión sino la impresión. La maraña de lianas, enredaderas, hojas secas y vivas evocan más una obra del expresionista Jackson Pollock que la de un naturalista. De Lucca logra transmitir el mareo y la desorientación que provoca el ingreso a la selva; estímulos visuales, olfativos y auditivos se conjugan en sus telas y papeles.
Días atrás inauguró en la galería Osme de Viena la muestra Natura Phenomena. Exhibe allí paisajes que parecen días de tormenta tropical, una danza de colores que se exaltan con torbellinos imaginarios, y otros que transmiten la sensación de quien mira hacia lo alto de la selva y se topa con el sol del mediodía.
Afirma el artista que en esta serie no muestra tanto “la naturaleza observada y la selva intrincada”, sino que intenta “construir un relato que siempre está ligado con la subjetividad, diluir los límites entre lo interno personal y lo externo de la naturaleza”.