Un nuevo viraje en la política macroeconómica
Apurado por el ciclo electoral, el gobierno de Mauricio Macri anunció otro viraje en su política macroeconómica. La nueva estrategia apunta a reactivar la economía y cambiar el ánimo del votante indeciso de cara a las elecciones de octubre.
¿De qué se trata el nuevo paquete? Por un lado, están las "medidas económicas y sociales" presentadas por Nicolás Dujovne, Dante Sica y Carolina Stanley. Allí se presentó un conjunto amplio de medidas orientadas a revertir la tendencia del consumo: congelamiento de precios claves de una canasta de 64 productos alimenticios, extensión del plan de créditos Procrear de la Anses, congelamiento tarifario de aquí a fin de año, facilidades de pago para las pymes por parte de la AFIP, etcétera. Por otro lado, está la modificación en la política cambiaria: fijación de las bandas de no intervención (que antes eran crecientes) de aquí hasta fin de año y la decisión del Banco Central de no absorber los dólares sobrantes en caso de que el tipo de cambio perfore el piso de la banda.
Mirado en conjunto se percibe el objetivo central del nuevo paquete: recuperar la actividad en el último tramo de la carrera electoral sin prestar demasiada atención a los riesgos emergentes -y los costos que se trasladarán a la administración entrante-. Otro elemento refuerza esta hipótesis: la política salarial. La acordada por María Eugenia Vidal con el gremio docente -que promete empatar la inflación del año en curso y recomponer lo perdido en 2018- comienza a operar como una señal de coordinación para el resto de las paritarias, haciendo difícil que el impulso salarial se modere en el corto plazo.
La apuesta es riesgosa. No tanto por el congelamiento de "precios esenciales": al igual que su hermano no reconocido de los "precios cuidados", su alcance es muy limitado y ni siquiera está focalizado en las franjas de menores recursos. Tampoco los créditos de la Anses, que a lo sumo acelerarán la inflación en los costos de la construcción.
¿Por qué consideramos que este plan es riesgoso? Por dos razones.
Primero, porque si bien el FMI ha cambiado y mucho desde que White y Keynes lo idearon, a principios de los años 40, hay un objetivo que permanece: evitar que un país interrumpa el pago de los servicios de la deuda y gatille de esa manera una crisis en el sistema financiero global. En ese sentido, un rebote del consumo se vería reflejado rápidamente en un deterioro de las cuentas externas, cuya mejora actual se debe más a la caída en las importaciones que a la suba de las exportaciones. ¿Dejará el FMI que los dólares con los que asistió al gobierno de Macri alimenten mayores importaciones de consumo y viajes al exterior? La respuesta depende en buena medida de la economía política: la actual administración del organismo internacional ha hecho una fuerte apuesta por la Argentina y un fracaso puede terminar por afectar las aspiraciones políticas de sus principales referentes. Solo por esa razón puede esperarse un FMI más "comprensivo" con las debilidades del ciclo electoral argentino.
Segundo, y más importante, por el mix de política cambiaria y salarial elegido. Dado que prácticamente no existe espacio fiscal y monetario para subir el gasto público y/o bajar las tasas de interés a fin de inducir, aunque más no sea, una mínima recuperación de la actividad, la nueva estrategia apuesta a mantener estable el tipo de cambio nominal, mientras que la política salarial apunta a un crecimiento de las erogaciones salariales superior al 3% mensual, que refuerza el componente inercial de la inflación. El resultado, por supuesto, es una caída del tipo de cambio real, por medio de la cual se intenta reactivar la economía sobre la base del consumo privado.
El problema principal, a nuestro juicio, es que este nuevo esquema de políticas sienta las condiciones para nuevos episodios de inestabilidad en el mercado de cambios. La Argentina recibió un monto excepcionalmente elevado de financiamiento porque aceptó un acuerdo con el FMI que exige un rápido y fuerte ajuste en las cuentas externas, cuyo correlato doméstico es la compresión del gasto interno en relación con el producto. Ese proceso demanda una nueva relación entre gasto e ingreso que implica un tipo de cambio real más alto que en el pasado. Por eso el Gobierno había fijado inicialmente un esquema de bandas cambiarias crecientes, de manera de no perder la competitividad ganada con la devaluación del año pasado.
Es usual que estos procesos de búsqueda de un nuevo tipo de cambio "competitivo" vayan acompañados por una alta inestabilidad en la cuenta de capital. Nuestra volatilidad e incertidumbre económica y política acentúan esa inestabilidad.
Es por ello que, aun considerando que la actual cosecha agrícola récord acrecentará significativamente el ingreso de divisas en los próximos meses, no puede descartarse que la incertidumbre cambiaria genere en el camino oportunidades para realizar ganancias de capital mudando la composición de las carteras. En ese contexto, pese al "congelamiento" de las bandas, la amplia brecha de no intervención entre ambas, del orden de 30%, favorece las condiciones de eventuales corridas súbitas de depósitos bancarios a divisas.
En otras palabras, la expansión de los salarios con un dólar quieto y su efecto en el consumo, clave en el paquete de medidas, alejan a la economía del sendero de ajuste hacia una menor participación del consumo en el producto. Paradójicamente, la cuasi certeza de que Cristina finalmente volverá a ser candidata acentúa la incertidumbre político-electoral y los riesgos del "plan otoño", que depende de la estabilidad del tipo de cambio nominal.
En un contexto internacional que tampoco juega a favor, una vez más ayer la cotización del dólar rozó los 45 pesos y el riesgo país saltó a casi 950 puntos básicos. Está claro que la volatilidad del tipo de cambio opera hacia arriba y hacia abajo y que la situación puede volver a revertirse. Pero es evidente que el margen de maniobra del Gobierno se ha estrechado.
Rozenwurcel (Conicet, UBA, Unsam); Albrieu (Cedes, UBA)