Un nuevo terraplanismo
El ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Solá, envió a LA NACION el siguiente artículo a partir de la columna "El mundo necesita con urgencia una nueva clase dirigente", de Loris Zanatta, publicada el 20 de agosto.
Toda mi vida leí con interés a los historiadores y ensayistas extranjeros que se ocuparon de la Argentina. Recuerdo las obras de Robert Potash y Alain Rouquié sobre las Fuerzas Armadas, y los libros de Daniel James, Joseph Page y Richard Gillespie sobre Juan Perón, los sindicatos y el peronismo. Importa poco si uno coincide o no con sus conclusiones. Lo apasionante es descubrir cómo, tras hurgar en los archivos y realizar cientos de entrevistas a fondo, ellos aportaron documentación inédita y abrieron nuevas perspectivas de reflexión.
Con la misma curiosidad me sumergí en un artículo, publicado por la nacion el 20 de agosto, de Loris Zanatta, profesor de Historia de la Universidad de Bolonia.
Ahorrativo en datos, dice el autor que no le parece "que el eslogan ‘cuarentena o muerte’ haya impermeabilizado a la Argentina". Señala también que "algo ha salido mal", que "la cuarentena ha resultado ser un escudo de hojalata y (que) la Argentina sube en el ranking de víctimas, contagios, recesión". Se mofa del anuncio presidencial sobre el proceso de producción de una vacuna contra el Covid-19. Dice que "prometer no cuesta nada" y recomienda "un poco de prudencia".
No hay técnica discursiva más rendidora que construir una caricatura y luego castigarla con denuedo. Pero la caricatura dibujada en el artículo no se corresponde en nada con el original verdadero.
El presidente Alberto Fernández nunca esgrimió la consigna "cuarentena o muerte" ni en el fondo ni en su literalidad. Es más: en medio de una realidad que cambia todos los días, como en el resto del planeta, el Poder Ejecutivo Nacional coordina acciones en tiempo real con los distritos de todo el país. El objetivo es lograr protocolos capaces de combinar la mayor apertura y la mayor actividad económica factibles con el menor número posible de contagiados y, sobre todo, con un mínimo de vidas perdidas. Según la Universidad Johns Hopkins, la Argentina padeció 170 muertes por cada millón de habitantes. Y cada muerto es un dolor intolerable.
Pensar que al Gobierno le conviene un país inmóvil es injusto y naíf. El Frente de Todos ganó las elecciones de 2019 con la promesa de sacar a la Argentina de la postración en que había sido colocada en el mandato anterior. Igual que muchos Estados del mundo, el Gobierno actual implementó planes de ayuda a personas y a empresas, moratorias fiscales y créditos blandos. Pero el ideal, naturalmente, es una economía funcionando a pleno.
En cuanto al supuesto exitismo, el Presidente nunca explicó el camino hacia la producción de una vacuna como una realidad ya concluida. Habló de un horizonte. Y efectivamente lo hay: ahora es más probable que antes que en los primeros meses de 2021 las argentinas y los argentinos puedan comenzar a acceder a una vacuna que no costará más de tres o cuatro dólares. Con lo cual es más probable que antes para los empresarios de todas las magnitudes, para los profesionales y para los trabajadores anticipar decisiones de inversión, comercio y consumo, y garantizar el empleo.
Si esa realidad se concreta, no habrá sido solo gracias al Gobierno, sino por una combinación virtuosa de cinco factores. Uno, la apertura mental de los funcionarios para observar con atención qué hacen hoy los científicos y los laboratorios de aquí y del exterior. Dos, una diplomacia de dignidad y buenas relaciones con todos los países del mundo. Tres, una tradición científica propia que no consiguieron pulverizar ni las dictaduras ni los gobiernos constitucionales que convirtieron a la economía financiarizada en un credo fundamentalista. Cuatro, unos empresarios capaces de participar en procesos de transferencia de tecnología. Y cinco, un compromiso con la vacunación masiva que se inició con Ramón Carrillo, el ministro de Salud de Perón.
La caricatura del profesor Zanatta tampoco consigna que el lunes 17 de agosto, junto con mi colega mexicano Marcelo Ebrard y el ministro de Salud, Ginés González García, acordamos con el resto de los ministros de América Latina y el Caribe, en una sesión especial de la Celac, que si el proceso de producción de la vacuna es exitoso los demás países tendrán millones de dosis a disposición. Disculpará el profesor mi emoción (¿populista?), pero me produjo un enorme orgullo arribar a un acuerdo histórico justo en esa fecha: se cumplían 170 años de la muerte del Libertador José de San Martín, que no solo pensó en su tierra natal, sino también en la emancipación americana.
El columnista también podría informarse de que el Gobierno todavía no firmó contrato alguno. Al margen de la expectativa por los avances de laboratorios argentinos y mexicanos con una empresa anglosueca que ya fue elegida por la Universidad de Oxford, la Argentina está abierta a cualquier otro desarrollo en marcha. No parece una actitud improvisada o demagógica. No suena a "cuarentena o muerte".
Confieso que hasta ahora había detectado un solo tipo de terraplanismo sanitario: la sospecha paranoica sobre la efectividad de las vacunas. Veo que está surgiendo un nuevo terraplanismo, de rasgos más políticos: el desdén por la gestión concreta del Estado. A mayor acercamiento con la solución posible, observo mayor desprecio. Como si el trabajo serio molestara.
Me permito recomendarle al profesor Zanatta que siga su propio consejo y analice la realidad argentina con un poco de prudencia. No es tiempo de frivolidad y terraplanismo.
Ministro de Relaciones Exteriores y Culto