¿Un nuevo orden mundial con solo dos actores?
En nuestro artículo “EE.UU. y China: ha nacido un nuevo orden mundial”, del 31 de marzo, predijimos que cuatro décadas de “realpolitik” entre China y los EE.UU habían oficialmente llegado a su fin en su reunión de Anchorage, Alaska, a mediados de marzo de 2021, y que había nacido un nuevo mundo de rivalidad sistémica y conflicto ideológico en múltiples frentes. Uno de estos frentes es el desarrollo económico, donde ambos países han apostado a competir a través de una expansión agresiva basada en planes de estímulo masivo y desarrollo de infraestructura en sus términos más amplios. Tanto China como EE. UU. se han posicionado para una larga batalla y están listos para hacer todo lo posible para tener éxito.
Si el mensaje en Anchorage de la administración Biden fue “Estados Unidos no está en declive”, el paquete de estímulos y el plan de infraestructura propuestos por su gobierno son una reafirmación de que Estados Unidos está comprometido con el éxito. Uno puede comparar tal decisión con la política de Ronald Reagan cuando aprobó la Directiva de Decisiones de Seguridad Nacional - NSDD-32 - para enfrentar a Rusia, aumentando el gasto militar y proporcionando incentivos financieros a la economía estadounidense mientras limitaba el acceso soviético a la alta tecnología y lo obligaba a agotar sus recursos. Como muestra la historia, Estados Unidos ganó la batalla. Pero, ¿podemos dar por sentado que el éxito del pasado puede repetirse con China? Rusia estaba entonces en declive. China no lo está.
El extraordinario incremento del gasto público dispuesto por la administración Biden, junto con las tasas de interés ultrabajas de la Reserva Federal, está impulsando el reciente auge de EE.UU., con un pronóstico de crecimiento del 6,5% para este ano. Los estadounidenses gastaron los cheques iniciales de estímulo del gobierno en bienes de consumo, la mayoría de ellos no fabricados en Estados Unidos. De hecho, Estados Unidos importó bienes por un valor récord de 221.000 millones de dólares y eso fue antes de que se distribuyeran 1400 dólares adicionales en marzo de 2021. El efecto de una mayor demanda estadounidense se ha extendido a las importaciones de otros países. La ironía es que muchas de esas importaciones vinieron paradójicamente de China y no beneficiaron al mercado interno por ahora, aunque si se produjo un derrame en las estadísticas de desempleo. A fines de marzo, el Departamento de Trabajo informó que se había generado 916.000 nuevos puesto de trabajo y que la tasa de desempleo cayó a un mínimo posterior a la recesión del 6 por ciento.
Esto demuestra que la fuerza de EE.UU. sigue siendo el consumo. Un mercado superdesarrollado capaz de adaptarse rápidamente dada su flexibilidad laboral y la logísitica. Pero en cualquier crecimiento económico basado en el auge del consumidor, la debilidad está en el ahorro interno (un factor de equilibrio en toda crisis). Esta debilidad siempre se ha compensado con entradas de capital extranjero. Y esto no está fuera de los planes actuales. Un fortalecimiento de la economía de EE. UU. hará subir las tasas de interés a largo plazo y los inversores sacarán dinero de los mercados emergentes para obtener mayores rendimientos en los Estados Unidos. Más de $ 5 billones ya han salido de los países en desarrollo en marzo, lo que puede provocar mayores salidas y socavar las perspectivas de recuperación en países pobres y de ingresos medios.
Pero del mismo modo, la mayoría de los economistas también esperan que China este año crezca a un ritmo anual más rápido que Estados Unidos. Dado que la economía estadounidense de 21 billones de dólares sigue siendo significativamente mayor que la de China, medida en dólares, la contribución estadounidense al crecimiento global será un poco mayor.
Es decir, si bien ambos países se beneficiaran de este rápido crecimiento, ¿cuál será el efecto a nivel mundial? El Fondo Monetario Internacional advirtió que las economías de Estados Unidos y China podrían dejar atrás a las naciones más pobres en una “recuperación de varias velocidades”. Para el próximo año, es probable que los mercados emergentes hayan sufrido una pérdida del 20 por ciento en su ingreso per cápita, casi el doble de la cifra del mundo industrializado, según datos del FMI.
En marzo de 2021, el Congreso norteamericano aprobó el llamado Plan de Rescate Estadounidense de 1,9 billones de dólares de la administración Biden. Junto con el plan de estímulo aprobado en diciembre 2020, agregará casi un 1,5 por ciento a la tasa de crecimiento de la economía mundial este año, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Basta solo considerar que bajo los estímulos del año pasado, los consumidores han acumulado alrededor de $ 1,7 billones en supuestos ahorros, que se gastaran a medida que la economía se reabra. Durante el año pasado, el patrimonio neto de los hogares aumentó en $ 18 billones, según la Reserva Federal.
Las tasas de interés cercanas a cero de la Reserva Federal, diseñadas para estimular la producción de bienes y servicios en EE.UU a través de préstamos más baratos deberían amortiguar el efecto inflacionario de una demanda de tal magnitud y producir un crecimiento superior a los dos dígitos. Lo irónico es que dichas tasas benefician también a las corporaciones extranjeras, incluidas las chinas. Alibaba, el gigante chino de Internet, recaudó $ 5 mil millones en el mercado de bonos corporativos de Estados Unidos el mes pasado, a tasas tan bajas como 2.1 por ciento. La compañía dijo que planeaba utilizar los ingresos para fines corporativos generales, incluidas “necesidades de capital de trabajo, pago de deuda en el extranjero y posibles adquisiciones o inversiones en negocios complementarios”.
Por supuesto, existen algunos peligros. A diferencia de su predecesor, el presidente Biden no ha hecho del déficit comercial de la balanza de pagos (brecha entre el costo de las importaciones estadounidenses y la menor cantidad de exportaciones del país) un objetivo central. El mayor déficit significa que el comercio este año será netamente negativo para Estados Unidos, restando alrededor del 1 por ciento de su tasa de crecimiento anual que la OCDE ha fijado en un 6,5 por ciento.
La realidad es que Estados Unidos está listo para competir y confrontar a China en el lugar donde se desempeña mejor: iniciativa privada y libre competencia, para garantizar que el país pueda crecer y mejorar la vida de su gente sobre bases sólidas. Por ello dentro del plan de infraestructura están escuelas y hospitales y apoyo a la innovación. Estados Unidos ocupa tradicionalmente la tercera posición en competitividad global, detrás de Suiza y Singapur. Pero muy por encima de Alemania, Holanda, Japón, Hong Kong, Finlandia, Suecia, Reino Unido y luego Canadá. China está muy abajo en la lista en el puesto 28, detrás de Qatar, Arabia Saudita, Malasia y otros.
Estados Unidos está bien posicionado en gran parte debido a su historial de innovación, la sofisticación de sus negocios, sus mercados financieros y el gran tamaño de su mercado interno. Estados Unidos también es fuerte en sus universidades y las alianzas de estas con empresas aportando su “capital humano”, incluidos científicos. El gasto de las empresas en investigación y desarrollo (research and development) es difícil de igualar.
Estados Unidos ocupa en cambio un lugar más bajo en infraestructura, un área donde el plan de infraestructura de Biden abordará con precisión. Otro problema es su dependencia excesiva de las importaciones y la su débil capacidad de exportación, algo que probablemente se verá agravado por el programa económico.
La ventaja de China es que, debido a su relativa independencia de las turbulencias globales y electorales, puede mantener un camino firme. Se espera que China, que lideró el repunte mundial inicial el año pasado después de contener la pandemia, obtenga el primer lugar en 2022. En los últimos diez años, China ha contribuido más al crecimiento mundial que Estados Unidos.
China, en comparación, enfrenta desafíos como el aumento de los costos de producción, el envejecimiento de la población y la disminución de los rendimientos de las masivas inversiones de capital que ha realizado en fábricas, propiedades e infraestructura durante las últimas tres décadas. El país ocupa un lugar pobre en términos de solidez de sus bancos, que han acumulado muchos préstamos incobrables (aunque el gobierno ha tomado medidas duras en los últimos años). Se ubica mejor que antes en educación superior y capacitación y en preparación tecnológica, y muchos profesionales chinos completan su educación en el extranjero. Aprender otros idiomas es una prioridad.
Sin perjuicio de ser un capitalismo de estado, ha adaptado regulaciones propias de un mercado libre. Hace años que muchas de sus compañías cotizan en la bolsa de Hong Kong y otras del mundo occidental y que sus empresas siguen reglas contables GAAP (generally accepted accounting principles) o variaciones de los mismos. China además está incentivando la libre competencia en su mercado interno. Prueba de su compromiso es que el gobierno chino inició una investigación sobre Alibaba en diciembre 2020 para determinar si la compañía estaba impidiendo que los comerciantes vendieran sus productos en otras plataformas. El regulador del mercado de China descubrió que las prácticas de Alibaba tenían un efecto negativo en la competencia y la innovación minorista en línea. Alibaba utilizó datos y algoritmos para fortalecer su propia posición en el mercado, lo que resultó en una “ventaja competitiva inadecuada”, según la Administración Estatal de Regulación del Mercado de China en un comunicado. La empresa fue penalizada con una multa de 2800 millones de dólares; tendrá que reducir sus tácticas anticompetitivas y proporcionar informes de cumplimiento al gobierno durante los próximos tres años.
Los problemas que puede enfrentar China no parecen ser graves: un estancado mercado inmobiliario después de un tremendo crecimiento, la caída del mercado de valores y una creciente deuda que pueden arrojar dudas sobre las fortalezas reales del país, pero la economía del país no se encamina a una crisis repentina. China se beneficia de sólidas bases económicas, incluido un sistema de salud pública básico eficaz, una buena infraestructura y un entorno macroeconómico estable. Pero el país aún necesita trabajar duro para encontrar una nueva fuente de crecimiento en innovación y consumo interno, que quizás la encuentre con la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”.
Precisamente en este campo, en donde se dará parte de la batalla, China mantiene una ventaja considerable a la hora de financiar proyectos de infraestructura en el exterior sin perjuicio de que los términos de financiación se ha vuelto más conservadores (riesgo de default, cross default clauses o cláusulas de incumplimiento cruzado).
En cuanto a EE.UU., la financiación de la recién creada Corporación Financiera Internacional para el Desarrollo (DFC) de los Estados Unidos, con un alto límite de inversión y una oferta de productos mejorada, es un paso importante para competir con China cuando se invierte en el extranjero. A través de la Ley de Mejor Utilización de Inversiones que Conducen al Desarrollo (BUILD), la DFC ahora podrá implementar inversiones de capital de hasta $ 60 mil millones para financiar proyectos de desarrollo económico en todo el mundo, más del doble del límite de inversión de $ 29 mil millones de su predecesora la Corporación de Inversión Privada en el Extranjero (OPIC). El DFC es un nuevo instrumento de política a través del cual Estados Unidos puede mejorar su posicionamiento financiero en una región donde los préstamos chinos han ganado una gran tracción.
La competencia acaba de comenzar. ¿En términos de boxeo habrá un ganador o un empate? ¿El resto del mundo se convertirá solo en un observador pasivo? ¿Será una película de solo dos actores?
Abogado y asesor especializado en las relaciones entre Estados Unidos y China y su impacto en la Argentina y otros países en desarrollo