Reseña: Con los ojos bien abiertos, de Julian Barnes
Un novelista ante el silencio de sus pintores favoritos
"¿Cuánto tiempo empleamos en ver un buen cuadro? ¿Diez segundos, treinta? ¿Dos minutos enteros? Entonces, ¿cuánto tiempo empleamos en cada buen cuadro en las exposiciones de alrededor de trescientas obras que se han convertido en la norma de las retrospectivas de los grandes artistas?" Con estos puntos de partida, el novelista Julian Barnes (Leicester, 1946) retoma en Con los ojos bien abiertos la mano hábil con la que ha escrito ensayos literarios como A través de la ventana y memorias autobiográficas como Niveles de vida, dos ejemplos de que el más francés de los autores ingleses contemporáneos domina "el entusiasmo estético" y el "impulso histórico" que, según George Orwell, integran el arsenal de quien está dispuesto a abandonar (al menos por un rato) la ficción.
Esta vez, el objetivo de Barnes vuelve a ser delicado: transmitir por escrito el entusiasmo que ha logrado encender durante toda su vida el lenguaje visual. Para esto, la primera medida es reconocer que su libro no está escrito por un especialista en arte (como John Berger, por ejemplo) ni aspira a lectores que lo sean. Tal vez habituado a que su famosa francofilia tienda a confundirse con mero esnobismo, Barnes se ocupa de aclarar que el arte, o "la idea del arte", como recuerda a partir de la influencia de sus padres maestros en la infancia, nunca deja de correr el riesgo de caer en el tipo de solemnidad que, aun frente a un desnudo femenino, "despoja a la vida de toda excitación".
Entonces, ¿qué reúne a Théodore Géricault y Eugène Delacroix con Gustave Coubert y Édouard Manet? ¿Y a Paul Cézanne con Edgar Degas y Georges Braque, entre otros diez artistas modernos más? Por un lado, la arbitrariedad del gusto de quien ha paseado una y otra vez por museos y exposiciones en Francia. Pero también la conciencia de un autor que dispuesto a revisar las obras del británico Lucien Freud o del belga René Magritte, sabe que "cualquiera que se propusiera dedicarse a la creación artística en la segunda mitad del siglo XX tenía que asumir el arte moderno, comprenderlo, digerirlo, estudiar cómo y por qué habían cambiado las cosas y decidir en qué lugar te colocaba aquello, como un autor en ciernes posterior a los modernos".
Para descubrir de qué lugar del arte moderno se coloca Barnes están sus novelas, entre las cuales la última, La única historia, publicada en español casi en tándem con Con los ojos bien abiertos, retoma con el ímpetu del viudo que aún sigue enamorado de su esposa (como se empeña en demostrar Barnes) el mismo halo romántico que, a la hora de la pintura, su ensayo encuentra en la persistencia de Delacroix por "apoderarse de la mirada y del corazón antes de que la mente pueda plantearse cuestiones relacionadas con el dibujo y el tema".
En todo caso, la intención de Barnes al abrirnos el paso a través de sus pintores preferidos no es "enseñar" nada, sino más bien interrogar qué es lo que hay detrás de ese instante en el que ciertos cuadros, aunque no sepamos nada sobre ellos, logran impactarnos y "sumirnos en un profundo silencio". Y para esto, nos recuerda el autor de El loro de Flaubert, no hace falta conocer sobre pintura sino haber experimentado, al menos una vez, la "confrontación estética directa" con algo capaz de conmovernos. ¿Cómo comprender ese silencio?
Para responder, Con los ojos bien abiertos recurre a las impresiones personales, el humor y el ingenio, pero también a los testimonios de biógrafos, especialistas y, sobre todo, al peso de la historia que rodea (y en muchos casos define) a cada pintor. Paradójicamente, cuando es la imaginación literaria de Barnes la que avanza un poco más, aun contra sus preferencias estéticas y sus escrúpulos, emergen piezas magistrales como la que le dedica al "episódico Lucien Freud", el poderoso retratista (y nieto de Sigmund) para quien "cualquier palabra relacionada con su arte que saliese de sus labios sería igual de relevante para ese arte que el resoplido que emite un tenista cuando golpea la pelota".
Con los ojos bien abiertos
Por Julian Barnes
Anagrama. Trad.: Cecilia Cerian. i319 págs./ $ 1250