Un niñito molesto llamado Bolaño
Nació en Chile, se hizo adulto en México, fue padre en España, escribió y amó en todos lados, todo el tiempo. Se llamó Roberto Bolaño y murió en 2003, a los 50 años, muy enfermo y esperando un hígado de reemplazo, que no llegó. Su literatura -copiosa, refulgente, abrumadora- sigue ahí, iluminando almas que buscan tesoros en letra escrita. El de Bolaño fue y es un mundo original, con lengua y reglas propias, y sostenido por personajes que van y vienen por sus relatos y espacios físicos e íntimos que se reproducen y amplifican. Ingresar al mundo Bolaño es, también, fascinarse con una frase hallada en uno de sus infinitos cuadernos y exhibido en un documental por su esposa, escuchar la anécdota risueña de alguno de sus amigos contando alguna de sus bromas de humor negro, ver una foto o dos o diez del hombre miope y delgado con sus anteojos enormes y el cigarrillo eterno o revolver entre las frases textuales de la que fue su última entrevista -en donde dejó grandes claves acerca de su filosofía de vida- en busca de pistas que, además, consigan dar nueva luz a la obra del autor de Los detectives salvajes. Una curiosidad: aquella última entrevista no llegó a partir de la insistencia de nadie, sino que fue una propuesta, casi un encargo final en forma de mail a Mónica Maristain, una periodista argentina radicada en México.
Decía el correo enviado desde Blanes, en la Costa Brava, seguramente de madrugada.
Ay, Maristain:
Aún respiro. Ya soy el segundo de la cola.
Besos,
Bolaño
PD: ¿Por qué no hacemos una entrevista, ligera, levísima, frívola incluso -son las que más me gustan- casi póstuma?
La entrevista se publicó en Playboy el mismo mes de la muerte de Bolaño. De sus entrañas salieron muchas frases que hoy identifican al escritor, como que fue feliz "todos los días, al menos un ratito", que "casi nunca" pensaba en los lectores, que Borges, Bioy y Bustos Domecq eran algunas de las cosas que más lo divertían, que se sentía un escritor latinoamericano o que su única patria eran sus dos hijos. También en esa entrevista volvió a las declaraciones estridentes, como la diferencia "años luz" entre una escritora (Silvina Ocampo) y una escribidora (Marcela Serrano) y su renovado desprecio por la literatura de Isabel Allende o Paulo Coelho. "Ni en mis peores borracheras he perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del ritmo, un cierto rechazo ante el plagio, la mediocridad o el silencio", sentenció al mejor estilo punk el escritor que sostenía que el tiempo de las novelas basadas en un argumento y en las formas lineales y archiconocidas de contar ese argumento ya había pasado.
Años después, la propia Maristain escribió Bolaño. El hijo de Míster Playa, que ahora se consigue en edición argentina. No es un libro de crítica literaria, sino una biografía periodística, un retrato del escritor elaborado a partir de testimonios de personas que estuvieron cerca; familiares, amigos, vecinos y amores que, a través de recuerdos y anécdotas, permiten reconstruir diferentes épocas de su recorrido literario, hoja de ruta que va desde los tiempos en que Bolaño era el poeta revoltoso fundador del movimiento del "infrarrealismo" en el DF mexicano al momento en que se convirtió en el premiado autor de culto que se aferraba a la literatura como tabla de salvación, mientras criaba en un pueblo de la playa a sus pequeños hijos y daba las puntadas finales a su legado. En la tapa del libro, hay una foto obtenida por el agudo ojo de Daniel Mordzinski, en donde se ve a un Bolaño mimetizado entre las hojas y mirando hacia un horizonte que se percibía cada vez más corto. "De Bolaño, lo mejor son sus libros. Sus personajes son compañeros de viaje de nuestras propias vidas", escribe hoy Maristain, también por mail, desde México, buscando separar el mito de la obra. "Es imposible no recordar la última entrevista, sus chistes, sus llamadas telefónicas y sobre todo su afán de robarte el corazón, y estar siempre presente: era como un niñito molesto que quería toda la atención", concluye.
Ese niñito molesto que hoy es leyenda alguna vez fue disléxico, escribió su primer cuento a los siete años y leía tanto que el médico le había recomendado dejar los libros para acabar con su obsesión. Pero el doctor no lo consiguió y hay lectores en todo el mundo que agradecen su fracaso. El testamento literario de Bolaño es 2666, voluminosa odisea en la que cuatro profesores de literatura van tras los pasos de un escritor alemán desaparecido y en donde gracias a la audacia de un autor temas como la Segunda Guerra, las migraciones y los femicidios de Ciudad Juárez (Santa Teresa, en la ficción) hacen estallar el género narrativo. La palabra final de la novela es "México", país congelado en su memoria. País en donde la literatura se le había convertido en sangre y al que Bolaño, como una suerte de conjuro, nunca quiso volver.
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