Un necesario impulso al arte argentino
Tomás Saraceno y Feliciano Centurión acapararon el número especial del suplemento Collecting que el diario londinense Financial Times publicó a propósito de Art Basel Miami, la principal feria de arte del continente. Allí y en el circuito de ferias paralelas, artistas argentinos como Liliana Porter, Sebastián Gordín y Raúl Lozza fueron protagonistas de stands de prestigiosas galerías del mundo; con enorme esfuerzo personal, galeristas argentinos entre los que estaban Jorge Mara y Gachi Prieto promocionaron a artistas de nuestra escena.
Sin embargo, los precios de los argentinos son relativamente más bajos que los de brasileños o colombianos, y su acceso a los circuitos internacionales es más errático. En los pasillos de Art Basel se hablaba del mercado de arte argentino como "casi inexistente". Y el mercado internacional es sin dudas sensible a las carreras que los artistas desarrollan en sus países. Así, para comprender el derrotero del arte argentino puertas afuera, debemos entender lo que pasa puertas adentro.
A nivel global, los museos son los grandes árbitros. Los coleccionistas están atentos a las adquisiciones y a las muestras antológicas, pero los acervos de nuestros museos en muchos casos se construyen a partir de colecciones amasadas al gusto de los donantes o de obra donada por los propios artistas, lo cual no es justo con ellos ni garantiza al museo la calidad de las piezas. El mercado entonces no tiene otra referencia que la de alguna crítica especializada y la de la moda o el gusto. Del mismo modo, aun a los artistas consagrados les cuesta acceder a publicaciones sobre su obra, por lo que esta se dispersa y es difícil de comprender como un corpus para quienes deseen conocerla.
Por otro lado, una gran cantidad de obras que han circulado en las últimas décadas no están declaradas. Como tales, están prácticamente ausentes de la mirada del público, y su valor de recirculación es relativo.
Al no haber una ley de mecenazgo nacional, las empresas no tienen estímulos económicos para apoyar instituciones ni desarrollar sus fundaciones, que en otras latitudes dinamizan la escena del arte, potencian el mercado y proponen miradas alternativas a las instituciones oficiales, más comprometidas con el establecimiento de un canon que desgrana un relato sobre la historia del arte local. Tampoco hay comitentes (museos, ciudades, coleccionistas) para obras de gran escala o de sitio específico, por lo que hay pocos artistas capaces de resolver estos desafíos.
La crisis económica, que influye en el ánimo y en el bolsillo de los potenciales compradores, llevó a varias galerías emergentes a cerrar sus puertas o mutar sus proyectos; las dificultades para la circulación de las obras de arte, que buscan subsanarse con la nueva ley, no ayudan a quienes emprenden la tarea de buscar un mercado internacional para nuestros artistas.
Todos estos problemas son materia de preocupación por parte de los actores que conforman el campo del arte; algunas acciones concretas tienden a remediarlos: la aparición de premios, el trabajo de editoriales especializadas, la aparición de bienales y de asociaciones de galerías, el trabajo de las ferias y las nuevas estrategias institucionales de educación de públicos son señales auspiciosas.
Muchos de los compradores de arte argentino hoy lo hacen por amor al arte. En un mercado más virtuoso, se le sumaría la reserva de valor, y la contribución a la construcción de un patrimonio común y de un discurso sobre nuestra identidad.