Un mundo de paranoia y utopías
Sobre América alucinada, de Betina González
Al inicio de América alucinada, la nueva novela de Betina González (Buenos Aires, 1972) un epígrafe de Jean Baudrillard anticipa el tema del relato: "Es necesario entrar a la ficción de América, entrar a América como ficción. Es de esta forma que domina el mundo". Situada en una ciudad indefinida de Estados Unidos, la novela confronta la degradación de los lazos sociales en la paranoica vida actual con el fracaso y los coletazos de las últimas utopías del siglo XX: el hipismo, la contracultura, la expansión de la conciencia y las nuevas formas de sociabilidad, desterradas por la restauración conservadora de Reagan. Dos opciones en disputa para imaginar las alucinaciones americanas.
Una atmósfera enrarecida domina el relato, que transcurre en una ciudad cercana a los bosques en la que casi no parece haber vida pública. Los personajes habitan sólo sus casas vigiladas por cámaras de seguridad, sus trabajos y algún otro refugio, como el de un anacrónico bar bohemio. Un fenómeno extraño completa el cuadro: los ciervos se aventuran en la ciudad y atacan a sus moradores. También la lengua, entre la variante argentina del español y la propia de una traducción, contribuye a una visión que enrarece la realidad, sin abandonar el realismo.
El relato se compone de tres historias que se imbrican al final. Vik es un empleado del museo de ciencias y antropología. Un hombre solitario y enfermo que proviene de la imaginaria isla de Santa María de la Coloma, un inmigrante que intenta mantener el recuerdo de sus raíces. Su rutina se interrumpe cuando descubre que una mujer vive oculta en un ropero de su casa. Otro personaje, Berenice, es una niña abandonada por su madre, un fenómeno frecuente en la comunidad, que trata a los abruptos huérfanos como parias, por lo que la nena esconde su drama mientras busca parientes sustitutos. A estas dos historias en tercera persona, se suma la de Berilia, narrada en primera, el personaje más complejo e interesante. También trabajadora del museo, Berilia es una anciana ex hippie, activa y pasional. Su discurso furibundo destila un resentimiento ácido sobre el presente que le toca vivir, en el que los viejos son despojos adormecidos con fármacos. Es así como decide formar un grupo de ancianos para cazar a los ciervos agresivos. Berilia recuerda con frustración y nostalgia su pasado en una comunidad hippie, unida en un vínculo colectivo que buscaba trascender la institución familiar pero que fracasó en un episodio relacionado con la albaria, una droga alucinógena peligrosa con la que experimentaban.
A los enigmas de la mujer del placar, la madre desaparecida, los ciervos violentos y la misteriosa albaria se suman los "desadaptados", que abandonan la ciudad y se van a vivir a los bosques para formar una célula ecologista radicalizada que renueva las utopías que Berilia vivió. González construye con pericia el cruce de las tramas, la resolución de los misterios y la subjetividad de los personajes.
Sin embargo, no sufre la misma suerte la discusión de ideas del relato. La mirada crítica de los personajes sobre la ingenuidad de los "desadaptados" apenas tiene contraste, acentuada por una tercera persona casi pegada a sus conciencias. Los desadaptados hablan a través del discurso panfletario de su líder o del "sermón" glosado de otra integrante, un personaje tan trivial que su descripción parece misógina. Sus ambiciones utópicas son "falsa inocencia, producida químicamente" por "un grupo de chicos sobrealimentados" liderados por un sujeto que se caracteriza por la "pobreza de sus palabras". Construir personajes de ideas débiles y luego criticarlos por la debilidad de sus ideas es al menos un ejercicio pobre de la crítica. Suena en todo caso a una indicación rígida de lo que el lector debe pensar. América alucinada es una novela extraña, que seduce por la solidez alambicada de su trama, pero que, en su dimensión polémica, resulta curiosamente didáctica.
AMÉRICA ALUCINADA
Por Betina González
Tusquets
256 páginas
$ 289