Un monstruo de tres cabezas
En el gobierno nacional conviven tres agendas distintas que complican la gestión gubernamental, al tiempo que la fuga de ministros brinda señales de un fin de régimen
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Si ya de por sí era complicado un gobierno a cargo de un presidente con menos poder real que su vicepresidenta, no es difícil imaginar la complejidad que, en términos de relaciones de poder y toma de decisiones, puede ofrecer un gobierno tricéfalo.
Desde la llegada de Sergio Massa al Ministerio de Economía, el gobierno nacional ha pasado a tener tres cabezas: la de Alberto Fernández, la de Cristina Kirchner y la del propio titular del Palacio de Hacienda.
Se trata de una administración dominada por tres agendas diferentes y, en no pocas ocasiones, por los celos personales entre unos y otros. La agenda del presidente de la Nación se ha convertido prácticamente en protocolar y apunta, casi siempre sin éxito, a la demostración de que todavía gobierna; la de la vicepresidenta se concentra en sus cuestiones judiciales y en el cuidado de un relato que le permita conservar su base de apoyo electoral, y la de Massa apunta por ahora a amesetar la crisis económica, aunque sin llegar a pensar en soluciones de fondo para los problemas estructurales del país.
Los celos personales también están a la vista y signan los vínculos entre las tres cabezas. No solo porque el Presidente y la vicepresidenta teman que Massa pueda quedarse con mayor capital político que ellos. La relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner es tóxica desde hace bastante tiempo y el destrato por parte de la vicepresidenta hacia el primer mandatario ha sido manifiesto en numerosas ocasiones.
Sin embargo, en el reciente Coloquio de IDEA, realizado en Mar del Plata, el jefe del Estado pareció querer tomarse un desquite y apuntó elípticamente a Cristina Kirchner cuando, públicamente, les preguntó a los empresarios presentes en el foro si, durante su gestión, alguien alguna vez les pidió un centavo para hacer obra pública, los mandó espiar, llamó a un juez para que los persiguieran o usó a la AFIP para que se metiera en las empresas de quienes critican al Gobierno.
No hace falta ser un gran conocedor del redil político para advertir que Alberto Fernández buscó diferenciarse de la gestión cristinista e inaugurar la etapa de construcción del relato albertista, basado en una supuesta honestidad que la opinión pública no le asigna mayoritariamente a la expresidenta, aunque tampoco a él.
Que haya podido despacharse con ese mensaje público constituyó un gesto que no se explica tanto como una prueba de independencia del Presidente, sino como una demostración de que el poder de la vicepresidenta ha mermado. Algo similar ocurrió poco antes, cuando el titular del Poder Ejecutivo no solo no consultó a la vicepresidenta por los reemplazos que tuvo que hacer en los ministerios de Desarrollo Social, de Trabajo y de Mujeres, sino que voceros de la Casa Rosada se ocuparon de destacar esa actitud ante la prensa, provocando malestar en el cristicamporismo.
Mientras en la gestión tricéfala cada uno hace su juego, hay que gobernar, pero los problemas que trae aparejados la existencia de tres agendas distintas están complicando la gestión gubernamental de distintas maneras.
- En primer lugar, la gestión está trabada por una pugna interna que se advierte en todos los frentes. Basta con mencionar la rivalidad entre La Cámpora y el Movimiento Evita.
- En segundo término, se profundizan las diferencias internas frente a la escasez de recursos, por cuanto no es posible hacer populismo sin plata.
- Un tercer problema es la virtual defección del Estado en graves cuestiones vinculadas con la acción delictiva. La tan tardía actuación de las fuerzas federales frente a los actos terroristas de grupos autodenominados “mapuches” en la Patagonia es tan solo un ejemplo.
- En cuarto lugar, se perciben en prácticamente todas las áreas de gobierno problemas de gestión administrativa por ausencia de capacidad técnica.
Asociado a esto último se encuentra la aparición de señales de un fin de régimen, advertido recientemente con la dimisión de tres ministros, a quienes se sumó en las últimas horas la del ministro de Desarrollo Territorial y Hábitat, Jorge Ferraresi, y el anticipo por parte del jefe de Gabinete, Juan Manzur, de una decisión similar.
En conclusión, al plomero del Titanic –como se autodenominó Massa– lo está empezando a abandonar la tripulación en busca de un “sálvese quien pueda” y a Alberto Fernández lo están dejando más solo que a vegano en campeonato de asado.