Un momento de transformación profunda
Decía Gramsci que cuando un viejo mundo muere y el nuevo no termina de aparecer, surgen todo tipo de claroscuros. Vale para las sociedades en estado de transformación profunda, como la Argentina; y sirve para entender el fenómeno social ocurrido en las PASO. Hay algo muy claro. La sociedad argentina tiene una nueva fisonomía, y el factor aglutinante es el hartazgo, sin distinguir clases sociales ni rangos etarios. Gabriel Tarde fue un sociólogo enorme que reivindicaba el “interaccionismo”: más que las representaciones colectivas, que suponen un sociedad ya hecha y algo estática, planteaba que lo que importa son las ondas de creencias y deseos que la atraviesan en un momento dado.
Desde ese punto de vista, que lo explica todo (hasta los yerros de las encuestas), la onda que atraviesa el sentido del voto el domingo 13 es el cansancio y el reproche de un sector mayoritario de la sociedad. Lo que no está muy claro es cómo se puede modular hacia el futuro, para que adopte un sentido positivo y no meramente declarativo, que necesariamente termina frustráneo y destructivo, ante los inevitables obstáculos institucionales.
La sociedad se partió en tres, con dos extremos: uno que plantea la permanencia de un modelo conservador, preservador del status quo logrado a lo largo de casi veinte años en el poder, de la mano de una mirada jurídica basada en la ampliación incontinente de los derechos; otro es un liberalismo paradójico, porque con el argumento de la libertad, abandona la tolerancia y el respeto al punto de vista distinto, que es la raíz de ese pensamiento, y propone una línea autoritaria.
En el medio, el tercio restante, que dejó ver graves errores metodológicos y conceptuales en su campaña, y casi dilapidó una oportunidad única de volver a ser gobierno. Aun así, es uno de los dos con más chances de perforar los techos que tienen más marcados el liberalismo autoritario y especialmente el modelo conservador, para buscar votos en los dos universos posibles: la abstención consciente y el “voto emoción violenta”, al que puede aspirar a racionalizar.
El otro con chances marcadas es el liberalismo autoritario, particularmente si la onda social que marcó el ritmo electoral de las PASO se propaga aún más. El límite es el miedo o la responsabilidad, por una razón muy simple: una transformación como la que plantea sólo es posible de la mano de una democracia plebiscitaria o un decisionismo autoritario, ninguno de los cuales puede ser permanente; mas, basta ver experiencias históricas y recientes comparadas: suele tocar la frontera muy pronto y termina mal, sea porque frustra rápidamente y el enojo es aún mayor, sea porque se desvía institucionalmente.
El país está en una bifurcación. Ahora depende de cómo hacen sus deberes los que quedaron con las mayores posibilidades. No hay que olvidar que las PASO no significan una decisión electoral definitiva, sino que es un esquema pensado para ampliar la base participativa. Es por eso que, aun con esta radiografía y pronóstico, todo está abierto. Esperemos que sea por una Argentina democrática, que haga todos los cambios no desde la akrasia (incontinencia), sino desde la enkrateia (con control y moderación) que desde los griegos evita que todo se desboque.