Un minuto por la paz: la fuerza de los débiles unidos
Ante las realidades que no podemos controlar suele surgir en nuestro corazón miedo, desconcierto, pánico que paraliza. La impotencia no nos resulta cómoda. Los poderosos nos hacen temblar al ver cómo “manejan” los destinos de las naciones. Pero no son “todopoderosos”.
En los años que llevo de vida, y contemplando la Historia no tan lejana, he visto testimonios que hinchan el alma.
He visto cómo un hombrecito delgado, optando por la no violencia en la India, logró transformaciones que parecían imposibles y que alcanzaron consecuencias globales. “Si quieres cambiar al mundo, cámbiate a ti mismo”, sabiendo que “lo que se obtiene con violencia solamente se puede mantener con violencia”.
He visto el resultado del compromiso de un pastor bautista con sus sueños de fraternidad. “Sueño que un día los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad”.
He visto el Muro de Berlín venirse abajo y provocar el reencuentro de familias y amigos divididos durante décadas.
He visto a un obispo de La Rioja enseñar “tener un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”, denunciando atropellos contra la dignidad humana.
He visto a una monja arrugadita y encorvada inclinarse con amor para asistir a un leproso, y a miles de descartados, y hacer temblar corazones y conciencias. “Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”.
He visto cómo una joven paquistaní que con 17 años mereció en 2014 el Premio Nobel de la Paz -siendo la de menor edad en recibirlo- por su lucha de igualdad de derechos a la educación de las mujeres en un clima hostil, bajo dominio talibán. “Si se quiere acabar la guerra con otra guerra nunca se alcanzará la paz. El dinero gastado en tanques, en armas y en soldados se debe gastar en libros, lápices, escuelas y profesores.”
También he sufrido.
He sufrido cuando a Mahatma Gandhi y sus seguidores los apalearon, y finalmente a él lo asesinaron en 1948. Llamado con justicia con el apelativo de Mahatma que significa “alma grande”.
He sufrido en carne propia cuando atentaron contra la vida de Martin Luther King y, finalmente, lo asesinaron en Estados Unidos en 1968.
He sufrido cuando la caída de aquel Muro emblemático derivó en el triunfo hegemónico del capitalismo en lugar de alcanzar el fin del hambre en el mundo.
He sufrido con el martirio del beato obispo Enrique Angelelli en 1976, cuando muchos pretendieron callar su voz y esconder su testimonio.
He sufrido el ninguneo y la burla que Santa Teresa de Calcuta enfrentó por sus posturas en defensa de la vida.
He sufrido cuando en Pakistán a Malala Yousafzai la amenazaron y atentaron contra su vida a balazos provocándole graves heridas que la llevaron al borde de la muerte, y estuvo hospitalizada durante cuatro meses.
Ya ves, no es cierto que los fuertes y poderosos siempre ganan. Cuando los débiles se unen en sus búsquedas y sus manos se entrelazan logran maravillas.
Nos duele la violencia y la guerra en muchos lugares del mundo. Demasiados lugares, demasiada destrucción, demasiada vida pisoteada. “Tercera guerra mundial en cuotas”, dice Francisco. “Es un monstruo grande y pisa fuerte”, se lamenta León Gieco.
¿Qué puedo hacer yo?, se preguntan muchos, y a veces me surge ese interrogante también a mí. Pero traigo a mi memoria estos testimonios, apenas unos pocos entre tantísimos. Me brota el recuerdo del pequeño David ante el poderoso Goliat. El pueblo de Israel saliendo del desierto, vestido con harapos, sin escudos ni armas, derribando con sus gritos y trompetas las murallas de la ciudad fortificada de Jericó. La piedra colocada en la puerta de la tumba guardando el cadáver de Jesús de Nazaret, y las mujeres testigos de la vida nueva en la mañana de la Pascua.
Me quiero volver a colocar del lado de los débiles. Del lado de quienes quieren implorar el fin de toda violencia. Del lado de quienes quieren denunciar en el mundo que los intereses económicos disfrutan gastando dinero en armas, ante la mirada dolorida de quienes tienen hambre.
El 8 de junio de 2014, hace 10 años, un gesto profético anunciaba algo novedoso. Ese día Francisco se encontró en los jardines del Vaticano con el presidente Israelí Shimon Peres, el presidente palestino Mahmoud Abbas y el patriarca Bartolomé I. Juntos plantaron un olivo, árbol que simboliza la paz entre los pueblos. Si se pudo una vez, se puede de nuevo.
En este nuevo aniversario de aquel acontecimiento te invitamos a dedicar una oración según tus creencias: “un minuto por la paz”. Francisco hace pocos días volvía a expresar su dolor por los pueblos en guerra: “¿Qué más les queda a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial? ¿Es demasiado soñar que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte?”.
No, no es demasiado soñar.
Arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y miembro del Dicasterio para la Comunicación (Vaticano)