Un mensaje poderoso... y una brújula para el país
La selección nos ha reconciliado con una idea de esperanza. Más allá del fútbol y los goles, nos conecta con un espíritu de alegría y de unidad que hacía tiempo la Argentina no vivía. Y nos ofrece, como si fuera poco, un modelo inspirador para mirar el futuro con mayor optimismo.
Detrás de la desbordante felicidad de Messi, de las lágrimas de Scaloni y de esa enorme sonrisa de “Dibu” Martínez, hay una emoción y un desahogo que expresa a todo un país. En medio de desencuentros y frustraciones, el deporte viene a ofrecer una tregua y a tocar las cuerdas más nobles y más sensibles de una sociedad que hace culto de la amistad, de la familia y de los lazos compartidos. Tal vez todos queramos ver algo de nosotros mismos en el sueño y en la realidad de esta victoria épica.
Lo que demostró ayer el seleccionado nacional es que, a pesar de todo, “se puede”. Millones de chicos se identificarán ahora con esos jugadores que alcanzaron la gloria en el remoto desierto de Qatar. Y cuando se pregunten cómo hicieron, se encontrarán con respuestas que trazan un horizonte alentador: lo hicieron con talento y destreza excepcionales –por supuesto-, pero sobre todo con esfuerzo y disciplina, con conducta y entrenamiento duro. Estos atletas heroicos son jóvenes que eligieron el camino arduo de superarse a sí mismos, no el del conformismo y la inercia al amparo de un asistencialismo mal entendido. Esa idea de posibilidad, de mérito y de recompensa, reinstala en la sociedad argentina un sentimiento que estaba al menos amenazado por la desesperanza y el pesimismo. Este Mundial nos recuerda, además, otra lección fundamental: no hay triunfo que no demande sacrificio y sufrimiento. No hay meta que pueda alcanzarse sin recorrer un camino largo, sinuoso y plagado de obstáculos.
El fútbol no hará milagros ni salvará a la Argentina. Mañana mismo nos volveremos a encontrar con las penurias y dificultades de un país empobrecido y, en muchos aspectos, desarticulado. Pero la copa tal vez nos ofrezca la oportunidad de decodificar un mensaje y rescatar valores que puedan ser aplicables en otros ámbitos de la vida nacional.
La selección de Messi y Scaloni es el resultado del trabajo en equipo, la planificación, la excelencia, la fortaleza y el liderazgo. Expresa la sana competencia, la aceptación de las reglas de juego, el profesionalismo y la humildad. Es, en definitiva, un símbolo que reivindica valores que, en muchos otros órdenes, el país ha combatido y despreciado.
El de ayer, en definitiva, es el triunfo de una cultura basada en el esfuerzo, el trabajo y la genuina ambición por la excelencia.
¿Rescataremos esos valores o haremos una lectura sesgada y oportunista de lo que representa la selección? Después del sano estallido de júbilo y alegría, tal vez valga la pena proponer esa reflexión ciudadana. Desde la cima del poder, la vicepresidenta de la Nación eligió exaltar ayer el momento quizá menos afortunado de toda la actuación argentina. ¿Nos quedaremos con “andá pa´allá, bobo” o rescataremos la caballerosidad, la serenidad y la sobriedad que han caracterizado, en general, al capitán de la selección? ¿Convertiremos en símbolo las inmensas virtudes de esta selección o haremos una apología de sus pequeños derrapes?
La Argentina les debe un enorme agradecimiento a los integrantes de este gran equipo. No solo nos han dado una de las mayores alegrías de las últimas décadas, sino que nos ofrecen una brújula y una linterna para orientar e iluminar nuestro futuro. Dependerá de nosotros saber aprovechar ese mensaje una vez que recuperemos la calma después de tanta emoción.