¿Un loco peligroso?
Julio Argentino Roca aconsejaba que en política nunca conviene decir palabras irreparables. El lenguaje nos humaniza, pero el lenguaje no es neutro. Puede ser la condición necesaria del acuerdo, la amistad y el amor o la antesala del odio, el rencor o la guerra. De nosotros depende una cosa o la otra. No hay democracia sin diálogo, sin palabras, pero también sabemos que toda ruptura social, toda violencia y toda guerra se inicia con las palabras. En democracia, las discusiones políticas pueden llegar a ser duras, impiadosas, pero siempre hay un límite, una raya que no se puede cruzar, porque cuando esto ocurre no hay retorno. Una de las grandes conquistas de la democracia recuperada en 1983 fue superar la dialéctica perversa de amigo-enemigo por la relación civilizada de adversario, porque la democracia si bien es un sistema que ha demostrado su fortaleza, paradójicamente puede ser débil. Raymond Aron aconsejaba no dejarse dominar por la tentación de jugar con fuego con las palabras, porque la historia enseña que el hilo de la civilización puede llegar a ser muy frágil.
Pues bien, Javier Milei, no sé si como deliberada estrategia política o como consecuencia de una sensibilidad nerviosa exasperada, parecería no compartir estos paradigmas y acusa a Patricia Bullrich de haber puesto, allá, en su lejana adolescencia, bombas en jardines de infantes. No es solo una imputación política o ideológica, es una imputación criminal contra una dirigente política que desde hace décadas viene demostrando su adhesión al estado de derecho ejerciendo importantes responsabilidades públicas. Milei habla de presuntos episodios ocurridos hace medio siglo y de los cuales no presenta una prueba, entre otras cosas porque la denuncia es falsa. Y es falsa porque en los turbulentos años setenta no se registra un solo caso de ataque contra jardines de infantes.
Sin embargo, Milei considera que Patricia Bullrich sí lo hizo, por lo que invita a la población a expresar su indignación contra una candidata que tendría las manos sucias con sangre de niños. Nada más y nada menos. Lo suyo, más que una acusación o una denuncia se parece a una declaración de guerra, de ruptura definitiva. Pregunto: el candidato de La Libertad Avanza, ¿miente, apela a un recurso demagógico para ganar votos o realmente cree en lo que dice? Si miente, su destino son los Tribunales; si cree en lo que dice, su destino en términos de salud psíquica es más complicado. Y si fuera una maniobra electoralista, la gravedad del episodio no se reduce, por el contrario, puede agravarse.
Por lo pronto, no conozco casos en nuestra historia nacional de una campaña electoral en la que un dirigente ataque con esa agresividad y alevosía a una candidata, atribuyéndole un pasado de horrores que podría volver a cometer, porque para la mentalidad conspirativa de Milei el pasado se repite o se confunde con el presente. Atendiendo sus declaraciones, pareciera que para Milei el mundo se expresa en una enorme, obstinada y antigua conspiración de las fuerzas del mal. Vivida la realidad en esos términos, se entiende que para él no haya adversarios -su personalidad no le permitiría esa licencia- sino enemigos a los que es necesario aniquilar. Hoy, con el vigor de la palabra; mañana, con los atributos que el poder le otorgue. En todos los casos, a los enemigos de Milei no les envidiaría la suerte.
Con sus imputaciones, Milei no solo violenta las reglas de juego de la democracia, lo cual a esta altura del partido en una personalidad como la suya parecería ser una minucia, sino que podría llegar a ser un peligro cierto para la democracia. Alguien capaz de faltar a la verdad en esos términos, de acusar de la comisión de episodios horrorosos a una adversaria política, ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar si asume el poder? ¿Cómo podrían sostenerse las instituciones republicanas, las instituciones nacidas justamente para poner control a los excesos del poder con una personalidad que ha demostrado serias dificultades para convivir con la disidencia? Digo a modo de conclusión: Milei ha dado muestras de desequilibrios emocionales, lo cual es un problema personal, pero Milei pretende ser presidente de los argentinos, lo cual, con estos antecedentes, es un problema de todos.