Un lavado de cara a las dictaduras: la cumbre UE-Celac
En estos días se ha celebrado en Bruselas la cumbre UE - Celac, que ha escrito una amarga página en nuestra historia. Las reuniones y las fotos muestran a los líderes de ambos lados del Atlántico sonrientes y de la mano, con innecesaria cortesía diplomática. Ahí vemos al Alto Comisionado de las Naciones Unidas, Volker Türk, con el dictador cubano heredero del castrismo, Miguel Díaz-Canel, que en su twitter ratificó la “voluntad de continuar fortaleciendo los lazos de cooperación con la oficina de Derechos Humanos de la ONU y los mecanismos de DDHH de ONU” (18/7). Parece una broma de mal gusto, pero no lo es. Es una cachetada a los millones de cubanos que luchan por su libertad y por sus derechos y para los miles de presos políticos que Díaz-Canel tiene en las peores condiciones humanas.
Es cierto que ni Miguel Díaz-Canel, ni la vice del dictador Nicolás Maduro, la ultracastrista Delcy Rodriguez, o el canciller orteguista Denis Moncada, obtuvieron rédito económico o financiero para sostener sus regímenes, pero los principales líderes europeos posaron para la foto. Soft power: una foto dice más que mil palabras.
No podemos sorprendernos, entonces, que la cumbre concluyó con una declaración que expresa “preocupación” por “la guerra contra Ucrania” pero sin referirse a Rusia, país amigo y protector de las dictaduras latinoamericanas allí presentes y amigo de otros tantos presidentes de escasa estatura moral. La flexibilidad que mostró Bruselas para realizar una cumbre inclusiva, que contara con la presencia de las dictaduras miembro de la Celac, es un aprendizaje que Europa parece no querer hacer. Incluso, el discurso del presidente Charles Michel en la ceremonia inaugural de la cumbre evitó referirse a la democracia o a los derechos humanos. Ahí estaban el cambio climático, una pandemia mundial y ahora la guerra contra Ucrania. “Todos los países del planeta deben ser seguros. Por eso no debe permitirse que Rusia venza. Porque el multilateralismo y nuestro sistema basado en normas se tambalearían”, señaló, pero sin hacer ninguna referencia a la situación de aquellos países que no son seguros y que no respetan reglas de ningún tipo como Cuba, Venezuela y Nicaragua. El final del cuento lo sabemos, Nicaragua, ese alfil de Putin, se resistió a firmar el texto y las fotos y apretones de mano, ese facewashing (lavado de cara) selectivo y puntual, no tuvo la respuesta que esperaban.
La falta de convicciones genuinas y profundas, normalizando a las dictaduras, les termina pasando factura. Así las cosas, y como dice un amigo, “al abandonarnos a nosotros, los burócratas de Bruselas, se condenan a ellos”. Quienes tenemos una preferencia normativa por la democracia liberal, sostenemos la defensa de los derechos del individuo y la libertad sin adjetivos, sin peros. Claro está, es una diferencia ética con quienes acomodan y moldean sus discursos según sus interlocutores. Pero también es una defensa de barricada ante el avance iliberal a izquierda y derecha. La democracia liberal recoge la tradición de la defensa de los derechos individuales. Es ella -y no la izquierda que se ha apoderado de la bandera de los derechos humanos y que hoy, frente a las dictaduras bolivarianas, prefiere callar, el silencio cómplice, ese silencio que condena a millones al exilio, a miles a prisión y tortura, o, incluso, al silencio y el olvido-; la que en su genética defiende al individuo frente al avance del poder, frente a la arbitrariedad de uno -o de muchos-, que reclama la libertad de expresarse y opinar sin miedo, que hoy les recuerda, parafraseando a Orwell, que si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír.
Directora de la Licenciatura en Ciencia Política Ucema