Un largo e intenso rezo en Tierra Santa
Rezar es un ejercicio espiritual que demanda una fuerte y crítica mirada introspectiva. Es buscar a Dios a través de un encuentro con uno mismo. De acuerdo con la tradición judía, rezar en comunidad potencia dicho ejercicio, pues el creyente proyecta sobre el escéptico una imagen capaz de inspirar un descubrimiento de aristas ocultas de su espiritualidad. El rezo ferviente es capaz de torcer la dura sentencia divina, enseñaron los sabios del Talmud. Y bien sabemos, por la experiencia de los siglos, y una de nuestra historia reciente, que el rezo fervoroso puede apaciguar pasiones en situaciones violentas. El rezo interreligioso convocado por el papa Francisco en ocasión del momento dramático por el que pasa la crisis en Siria es una irrefutable prueba de esto.
El papa Francisco trabajó denodadamente estos últimos meses para lograr un momento de rezo junto a los presidentes de Israel y Palestina . No se trata de un encuentro del cual místicamente emergerá la solución de las diferencias que separan con rencor a israelíes y palestinos, sino de crear una imagen significativa para todos, que muestra una actitud de búsqueda del bien por parte de cada uno. Todos rezarán a su manera en ese encuentro con el mismo Dios, aquel que pactó con Abraham, patriarca común de judíos, cristianos y musulmanes.
La presencia del Papa en Tierra Santa debe interpretarse como un largo e intenso rezo. Lo acompañé desde su arribo a Belén y doy fe de eso. Estuve junto a él en las múltiples plegarias que desarrolló junto a cristianos de diferentes denominaciones y muy especialmente en la misa en el Cenáculo, junto a otros sacerdotes, en la que la meditación espiritual en un silencio absoluto expresaba, más que miles de vocablos, sentimientos inefables.
El besar las manos de las víctimas en Yad VaShem, el museo de la Shoá en Israel, sus reflexiones, y especialmente el silencio que dedicó al final, envolvieron a los presentes en una peculiar atmósfera de espiritualidad, con la cual se debe meditar, a su entender, acerca de aquel terrible y único drama de la humanidad, tal como lo expresó en el libro que escribimos juntos.
Del mismo modo deben entenderse sus meditaciones silenciosas frente al muro que separa Israel de Palestina y al memorial de las víctimas del vandálico terror, fruto de la ceguera de los movimientos fundamentalistas, en Yad VaShem. Toda interpretación política de estas acciones de Francisco es errónea. Con un miembro de la delegación vaticana que acompañó a Francisco, que entiende profundamente el pensar del Papa, coincidimos en que el Vaticano tiene muy presentes las dramáticas razones que conllevaron a la construcción de este muro. El Papa rezó por su destrucción como consecuencia de una realidad de paz en la región que hace innecesaria la presencia del muro, pues israelíes y palestinos saben cuidar el uno del otro a través de una genuina y sincera actitud fraternal.
André Neher, un famoso pensador judío del siglo pasado, dedicó uno de sus ensayos, El exilio de la palabra, al tema del silencio en la Biblia. Allí desarrolla el lugar que le cabe al silencio expresivo en las Sagradas Escrituras. Vinieron a mi mente sus reflexiones al ver a Francisco en meditación silenciosa frente al muro occidental que resguardaba el Templo de Jerusalén antes de su destrucción.
Hubo un momento en que rezó junto a mí. Fue cuando nos abrazamos frente al muro. En medio de aquel abrazo junto a Omar Abboud, le dije con mucha emoción: ¡Lo logramos! El libro que escribimos juntos, los programas de televisión y tantas cosas más guardaban el sueño de un encuentro peculiar, que tuvo su materialización en este abrazo. (Fue muy efusivo, a la argentina, se dejó todo el protocolo de lado para dar rienda suelta a la emoción.)
Al reunirme con mis compañeros de la delegación vaticana, me preguntaron por qué me sentía tan emocionado. Les contesté: anoche el Patriarca y el Papa se unieron en un abrazo muy especial y significativo que repitió aquel de hace 50 años. Este abrazo, frente al muro, es el primero después de 2000 años.
El rezar de por sí no puede trocar situaciones, pues para ello se necesitan acciones, pero posee la fuerza de inspirar cambios de actitud que, seguramente, con la bendición de Dios, permitirán la construcción de un mundo mejor.