Un kirchnerismo envuelto en su “niebla mental”
Como dice Schopenhauer, cuando uno ha sobrevivido a dos o tres generaciones se siente como si estuviera en un circo viendo a un saltimbanqui realizar, una y otra vez, las mismas acrobacias –apunta Abelardo Castillo–. Hay ciertas pantomimas que están hechas para sorprender solo una vez; después fatigan y desilusionan”. Los contraataques violentos contra jueces y diarios, la esotérica transformación de un simple fallo judicial en un “golpe blando” y los sobreactuados teatros de la “unidad partidaria” con los que el oficialismo quiere disimular sus espectaculares errores, sus turbias negligencias y sus feroces puñaladas intestinas suenan a viejos trucos de chistera ejecutados por prestidigitadores decrépitos. Atrapados en la pesadilla circular del kirchnerato ampliado, nos parece que pasamos una y otra vez por el mismo lugar, donde se están cometiendo las mismas fechorías y pronunciando los mismos camelos, pero se trata en realidad de una espiral descendente: en cada vuelta, todo está más degradado y el país está más vencido. Esta gestión –dos capitanes ebrios pujan a los gritos en la cabina mientras avanzamos hacia el tifón– acusa una asombrosa “niebla mental”: falta de concentración, mala memoria, desorientación y confusiones frecuentes. Es notable el deterioro en los recursos argumentales y la escasez de inventiva: los muchachos repiten mantras vacíos porque también militarían una inminente invasión venusiana si la arquitecta egipcia se lo pidiera, pero los embustes son tan obvios y las actuaciones son tan malas que ya no dan ni para una refutación seria. Y este es un grave problema para los articulistas, que durante todos estos años de desquicio y dramaturgia exuberante nos vimos estimulados a rebatir los relatos ficticios del poder kirchnerista, y que ahora corremos el riesgo de volvernos menos interesantes. Las mentiras se deshacen en el aire minutos después de haber sido pronunciadas.
Ninguna de las desdichas que sufre el oficialismo se las provocó alguien ajeno al conglomerado oficial. Nadie les rogó o les impuso que instalaran la cuarentena más larga del mundo y fundieran el país, ni que rechazaran por cuestiones ideológicas y corporativas 13 millones de vacunas de Pfizer, ni que se entregaran de pies y manos a Putin y a Xi Jinping (que encima los defraudaron), ni que armaran un vacunatorio vip y otro vergonzoso vacunatorio clientelar en el conurbano bonaerense, ni que incurrieran en impericia, imprevisión o directamente en venalidad con tests, hisopados, insumos sanitarios y provisión de oxígeno. Tampoco se los obligó desde afuera a renunciar a un plan económico, ni a una negociación con organismos internacionales que habrían habilitado créditos frescos para un lógico keynesianismo de emergencia (hoy quieren aplicar sin luz electroshocks en la morgue), ni que desplegaran una política exterior emparentada con Venezuela y con Cuba, ni mucho menos que emitieran descontroladamente y quisieran bajar luego la inflación a garrotazos. Nadie los alentó, por cierto, a una batalla campal en sordina y entre los propios habitantes del conventillo peronista, ni a una consecuente gestión en zigzag, ni al vaciamiento de poder del Presidente, ni a la desautorización permanente de su ministro de Economía, ni a la confirmación obscena de que campea la inseguridad jurídica en la Argentina, ni a la demostración constante de que manda en todo el territorio uno de los grandes emblemas globales del populismo autocrático. Todas estas genialidades, que se miden en miles y miles de muertos y en millones de nuevos pobres e indigentes, son resoluciones soberanas de la inefable asociación Desunidos y Desorganizados, que en la desesperación se aferra al yuyo mientras patalea en el abismo (irónico que dependan de la “oligarquía” sojera), le prende una vela a Juan Domingo Biden y visita la embajada del Reino Unido para ofrecer negocios y solicitar favores. Que no se entere Jauretche.
Los actuales opositores hasta creen las gansadas que los kirchneristas profieren en los “cafés del consenso”
Todo el sainete alrededor de Martín Guzmán –a quien como en la mafia o en la Orga de los adorados años 70 le habrían deslizado: no te vas a ir cuando vos quieras sino cuando nosotros digamos– revela que el ideólogo verdadero de este complot absurdo es el gobernador que no gobierna, el Rasputín de Cristina Kirchner, fracasado gestor económico de antaño y experto en defender estatismos predemocráticos y diferir bombas. Los máximos desvelos no son por los enfermos ni los pauperizados, sino por las elecciones de medio término. Si es necesario estropear las soluciones de fondo para salvar la ropa en noviembre, lo haremos de nuevo, camaradas. Porque la patria no es el otro. La patria es el voto, y cuidado con olvidar esta simple filosofía de supervivencia personal.
Se trata de un gobierno involuntariamente cómico y caricaturesco. Cava con minuciosidad las trampas de oso, y luego cae estrepitosamente en ellas; sale maltrecho y avergonzado, y le pega un mamporro al más próximo para librarse de la humillación y dar la sensación de fortaleza. El oso, mientras tanto, se mata de risa. Tal vez Alberto Fernández tenga también una hipótesis sobre este grotesco dibujo animado, como solía tener sobre el “estafador” Bugs Bunny y el cruel Correcaminos. La Pasionaria del Calafate, sedienta de revancha y de limpiar sus causas y el amargo recuerdo de su pésima administración, creó este adefesio sin reparar en los daños que le provocaría a su capital simbólico. Como una conductora veterana y nerviosa no puede guardar su lugar en el asiento del copiloto, y lo llena de órdenes y contraórdenes al chofer y a veces le manotea el volante, porque además su socio la lleva por la banquina, choca contra camiones y bordea los barrancos. Sería relativamente fácil para ella arrojarlo a la ruta, o reemplazarlo, pero el auto marcha sin frenos por carreteras resbalosas y en medio de una nevisca: mejor no llevar el mando si ocurre una desgracia. Los accionistas deben preservarse; siempre es mejor que pague el gerente.
El gurú de La Plata, con su larga experiencia en estragos, denunció que la oposición era muy destructiva (“los halcones se comieron a las palomas”); la estrategia es elemental: cuando no tenés nada que mostrar, te esforzás en mostrar enemigos. Destructiva fue la oposición a la gestión de Cambiemos: le negó los atributos, pasó a la resistencia, la boicoteó desde las entrañas del Estado, caracterizó al gobierno constitucional como una “dictadura”, intentó un golpe al Parlamento, se asoció con los tirapiedras callejeros para escrachar y romper la paz social, y apostó todo al helicóptero, es decir, a que se quebrara el orden institucional. Los actuales opositores son damas de caridad, y a veces hasta creen las gansadas que los kirchneristas profieren en los “cafés del consenso”.
Ya en el estribo, a punto de viajar, el Presidente nos dejó la insinuación de que vamos a una especie de abnegado default (Guzmán decía que eso nos convertiría en “parias” del mundo) y que al kirchnerismo papal le repugna la “política del descarte”. El noble propósito no estaría funcionando. Las pésimas decisiones quebraron miles de empresas y comercios, parte de la clase media se cayó de escalón, se masificó la mishiadura de manera terrorífica y exponencial, estamos en espantosa crisis social y sanitaria, y es un polvorín la nación. Los millones de descartados están que trinan, compañero. De nuevo Schopenhauer, esta vez parafraseando al Bardo: “El destino es el que baraja las cartas, pero somos nosotros los que las jugamos”. Y las jugamos mal.