Un infierno de promesas en Montevideo
Me gustan los textos en segunda persona; me gusta también el uso de la segunda persona para escribir porque me gusta hablarle a alguien, incluir al lector en esa intimidad que entraña un diálogo que casi siempre, al menos en mi caso, es justamente con el lector. A veces pienso que se trata de un modo de la primera persona menos narcisista o prepotente. Me refiero a esa segunda persona a través de la que quien escribe se dirige a ese otro o a esa otra que está leyendo, ¿se entiende?
¿Me entendés?
Lo primero que me atrapó de La uruguaya, la última novela de Pedro Mairal, es precisamente eso, la voz del narrador contándole su historia a alguien que, a medida que se desarrolla la lectura, vas a saber que es su esposa, la madre de su hijo pequeño, la mujer a la que comenzó a sentir distante y de la que, poco a poco, se alejó. En realidad, también me había convocado el título de la novela, ilustrado en la tapa por dos piernas jóvenes de mujer -no eróticas aunque sí enigmáticas y sugerentes, en su estilo minimalista- frente al mar, con los pies calzados con zapatillas de lona sobre la arena. No sabía nada de su argumento, o muy poco: había leído que transcurría en un día y que en el núcleo de la historia había un viaje del protagonista a Montevideo en busca de dos promesas: un dinero que necesitaba con urgencia y una mujer.
Lucas es un escritor de cuarenta y pico con problemas para cubrir los gastos elementales de su casa y su familia de un modo que le permita mantener un determinado ritmo de vida. Está casado, pero está solo; su impotencia para mantener la casa y la forma en que su mujer comienza a dejarlo de lado lo humillan. Lucas es, por su origen y por su forma de ver el mundo, un chico bien. Es, en realidad, el personaje incómodo de una familia acomodada. "La plata estaba en mi infancia, me rodeaba, me recubría con buena ropa, cuadras de un barrio seguro en la Capital, alambrados de fin de semana, cercos de clubes, ligustros bien podados, barreras que se levantaban a mi paso. Yo después me había dado el lujo de hacerme el descarriado, el artista sin empuje empresarial, el bohemio. Era un lujo más. El hijo sensible de la alta burguesía", se cuestiona.
La novela narra la partida culposa al paraíso y el descenso al infierno del protagonista en una serie de peripecias compartidas con personajes delineados en profundidad en pocas líneas y en donde se conjugan, a pura angustia y desconcierto, reflexiones sobre el amor, el deseo, el matrimonio, la familia y la paternidad. Viaja a Uruguay a buscar plata, se trata de los dólares girados por una editorial extranjera en concepto de anticipo de un libro, dólares prohibidos en la Argentina del cepo cambiario y cuya búsqueda entraña una aventura de riesgo que va bastante más allá del barco en el cual cruzará el Río de la Plata. Tanto riesgo como el que genera ir clandestinamente tras los pasos de Guerra, una chica de la que sabe poco, una amorosa ilusión de mails, un sueño cuyo fulgor se concretó tiempo atrás en un contacto íntimo y de resaca, en Cabo Polonio. La impotencia de Lucas para salir del laberinto en el que ingresó voluntariamente recuerda al protagonista de Después de hora, aquella genialidad de Scorsese en la que un adulto vuelve a sentirse un chico inerme. La adultez de Lucas, sin embargo, tiene un nombre, Maiko. Se trata de su hijo, que lo enfrenta con lo real como ninguna otra cosa puede hacerlo. Los momentos en que el narrador habla de ese vínculo indescifrable y de lo que el nacimiento de un chico produce en las parejas en calidad de unión pero también de competencia y hasta de odio son de una profundidad extraordinaria.
Hace un par de semanas viajé al interior en micro. Tenía por delante un viaje de seis horas y, como suele ocurrir, llevé varias lecturas posibles. Entre esos libros estaba la novela de Mairal. Leí La uruguaya de un tirón, pese a que me permití volver varias veces para releer algunas frases logradas o para revisar datos de ciertos personajes, por pura curiosidad y entusiasmo. Volvía también, posiblemente, para alargar el placer por la lectura de una gran novela, que no sólo me invita a la intimidad de un testimonio dirigido a otra persona (me fascina, ya lo dije), sino que, ante todo, me toma en cuenta como lectora con sus recursos narrativos y con una lengua que no precisa de volteretas retóricas para contar una historia demoledora que incluso se permite incrustaciones de un humor exquisito. Una historia demasiado cercana a aquello que el personaje de Mairal en su relato "La importancia del deporte", incluido en la reciente antología Nenes bien, describiría como "la vida, ese juego tan raro que practican los demás".
Twitter: @hindelita