Un gran cronista argentino en la Guerra Civil Española
Una compilación reúne los artículos de Fernando Ortiz Echagüe, periodista de este diario que realizó un intenso retrato del conflicto que asoló la península entre 1936 y 1939
Hace pocos días, el 1° de abril, se recordaron los 80 años del fin de la Guerra Civil Española. Ese drama fue una enorme conmoción para la península ibérica, pero también para América Latina, y constituyó la previa de la Segunda Guerra Mundial.
La espiral de las emociones políticas puede acelerarse. Sucesivos shocks morales pueden provocar estallidos de efervescencia colectiva. Y esas burbujas emocionales también estallan. En América Latina, países como Venezuela y Nicaragua siguen acumulando tensión, mientras en otros países como Ecuador, Bolivia o la Argentina, se aplicaron frenos moderadores.
Pero las guerras civiles no son solo reinados de la muerte en el pasado. Nadie puede asegurar que no se repitan. La siembra del odio nunca es gratuita. Por eso, el testimonio de un periodista de la nacion puede ayudarnos a revivir algunos fragmentos de la guerra civil de España, la que en Buenos Aires fue solo una contienda entre tertulianos de dos bares de la Avenida de Mayo: el Bar Iberia, donde se reunían los republicanos, contra el Café Español, donde se reunían los franquistas. Mientras tanto en España, en cambio, se intercambiaban fosas comunes.
El profesor español Luis Sala González ha recopilado la cobertura que hizo de esa lucha fratricida el corresponsal en Europa del diario la nacion, Fernando Ortiz Echagüe, bajo el título Crónicas de la República y la Guerra Civil (Ediciones Espuela del Plata). Este periodista ya entonces formaba parte de la leyenda pues se decía que, como corresponsal del mismo diario en el Tratado de Versalles, en 1919, había sido el primero en transmitir al mundo la firma del acuerdo de paz.
Ajedrez mortal
Nacido en Logroño en 1892, viajó a Buenos Aires a los 17 años, donde vivió casi una década, antes de volver a Europa representando a la nacion. Así pudo transmitir con cercanía el in crescendo del estallido y el infierno. Desde Hendaya, Biarritz, San Sebastián, París, Londres, Berlín o San Juan de Luz, en el sur de Francia, Ortiz Echagüe siguió la caída de la tumultuosa república democrática española, que cayó en la pinza autoritaria de la época, formada por los fascismos italiano y alemán, y los extremismos comunistas y anarquistas. En ese ajedrez mortal, los gobiernos de Francia y Reino Unido intentaban una imposible influencia moderadora del conflicto.
Ya había escrito sobre los nazis en 1933, a los que definía como "el odio elevado al rango de institución nacional", y percibía cómo la ceguera era prima hermana del odio y ese proceso llevaba a la guerra.
Los artículos permiten ingresar a la pesadilla española. El periodista se refiere a los franquistas como "los revolucionarios" y a los republicamos como "los gubernamentales". Expresa su simpatía inicial por la causa republicana, pero rechaza la "violencia maximalista" de la extrema izquierda.
Veía cómo en la medida en que las instituciones democráticas estaban siendo superadas por la violencia de las facciones, el juego cambiaba sus reglas: ya no se necesitaban más votos, sino más armas, lo que llevó a la internacionalización del conflicto.
Las crónicas de Ortiz Echagüe son vivaces, cromáticas, llenas de anécdotas, conversaciones, personajes de las primeras y las últimas filas, descripciones de sucesos de un dramatismo y ferocidad impactante. Entre ellas, se cuentan las hazañas de la diplomacia argentina al salvar españoles de los dos lados. Se ejercía el derecho de asilo, con la mirada protectora de quien era entonces el presidente de la Sociedad de las Naciones, nada menos que Carlos Saavedra Lamas, canciller argentino y Premio Nobel de la Paz. En las crónicas también quedó registrada la salida a las apuradas del célebre compositor uruguayo Francisco Canaro hacia el sur de Francia, sorprendido en Madrid por el golpe militar parcialmente frustrado del 17 de julio de 1936, día en que se inició la guerra civil.
Contar la barbarie
Ortiz Echagüe no es el cronista que llega al frente para sentir las balas. Lo suyo es la conversación con protagonistas y testigos; procesa testimonios múltiples para pintar retratos de la guerra. Para él la guerra son dos cosas: una partida de ajedrez internacional y un crujir doloroso del tejido humano de una sociedad. En sus crónicas hay indignación, temor, miedo, vergüenza, esperanza, hasta cierto humor grotesco que brota en ese viaje al lado oscuro que es cualquier guerra civil.
El odio acumulado activa una fábrica de muerte. Tras el bombardeo a una ciudad, se contaban los muertos y se fusilaba a igual número de presos del bando que bombardeó. "Estos se eligen en macabros sorteos donde no caben trampas", escribe. Pero también destaca la piedad de personas, con o sin poder, que rescatan a hombres y mujeres de esa ciénaga.
Las radios y el telégrafo fueron los medios fundamentales para la información. El cronista se refiere varias veces al "pugilato de las ondas" entre las emisoras de ambos bandos. Los diarios representaban la opinión; eran la única referencia para pensar cuáles eran las principales corrientes de opinión en un país. A través de los diarios hablaban los principales sectores políticos. Desde Le Temps hablaba el establishment francés, desde L’Humanité, los comunistas, y desde Le Populaire, los socialistas. Asimismo, desde The Times hablaba la city inglesa y desde The Manchester Guardian, aquellos sectores más hostiles al franquismo.
Futuros comprometidos
El periodista sostiene que el eje europeo es la relación entre París y Londres, y que "esos dos grandes pueblos pacíficos se acercan instintivamente, y con solo tenderse las manos a través del Canal ya parece que Europa respira mejor". Dice que esas "aproximaciones franco-británicas tienen su rito" y que el primer paso pasa por la publicación de "unos editoriales en Les Temps y The Times".
Las burbujas emocionales y cognitivas eran claras: "como en todo episodio de la guerra española […] la pasión política construye dos versiones y la gente escoge sus ideas".
El cronista enseguida señala la debilidad republicana en su frente interno: "los socialistas matan a los fascistas; los comunistas matan a los socialistas; los anarquistas matan a los comunistas". Esto vendría a ser lo que él llama "el problema político de la retaguardia".
Ya a principios de 1937, Ortiz Echagüe cree que van a triunfar los rebeldes, que "el tiempo trabaja en favor del general Franco". Frente a eso, el periodista describe los esfuerzos franceses e ingleses por minimizar la influencia italiana y alemana en un posterior gobierno de Francisco Franco, y también para evitar represalias de los rebeldes frente a los republicanos.
La Segunda Guerra Mundial también lo tuvo como protagonista a Ortiz Echagüe. Estuvo en París hasta que la avalancha nazi lo desplazó junto al nuevo gobierno de Vichy y salió hacia los Estados Unidos, desde donde cubrió la guerra. Sus días terminaron con misterio cuando se cayó del balcón de un hotel en la París de la posguerra, en 1946.
Escribo esta reseña sobre sus crónicas de la Guerra Civil Española diciendo con Ortiz Echagüe que, "aunque me valga el calificativo de alarmista", más vale prevenir que llorar. En América Latina, la ruptura de los diálogos no es nunca una señal de militancia política comprometida sino, por el contrario, un símbolo de un futuro comprometido.
El autor es profesor de Periodismo y democracia de la Universidad Austral