Un golpe a la impunidad
Los treinta años de democracia tuvieron como piedra basal de su legitimidad el Nunca Más. Hoy un importante sector de los argentinos pareciera estar dispuesto a escribir un nuevo capítulo de la historia que el movimiento de derechos humanos (MDH) inaugurara en el hostil escenario de la dictadura y del terrorismo de Estado. Digo un nuevo capítulo, pues la principal demanda que expresó el silencio de la marcha del 18-F fue, como en el pasado, un grito contra la impunidad estatal. Este emergente social no es en sí novedoso: así como el MDH fue principalmente motorizado por los familiares de las víctimas de la violencia del Estado autoritario, a lo largo de estos años hemos sido testigos de movilizaciones promovidas por los familiares de víctimas de nuevas formas de violencia generadas por la desidia y la corrupción estatal, desde María Soledad Morales a las innumerables víctimas de gatillo fácil, desde el caso Carrasco a las de la tragedia de Once.
A diferencia del pasado, las nuevas víctimas no han encontrado un factor aglutinante que les permitiera alcanzar la cohesión y relevancia pública que tuvo el MDH en las postrimerías de la dictadura y los años iniciales de democracia. ¿Expresa el 18-F la aparición de un reclamo similar que pueda unificar a todos los anteriores bajo la consigna de un nuevo Nunca Más? Ése es el desafío que el escenario que se ha abierto tras la muerte del fiscal Nisman presenta a aquellos argentinos que sienten que ese episodio debería representar un momento de quiebre. Es necesario volver a izar las viejas banderas sobre las que construimos la legitimidad de la actual democracia. Digo un desafío, pues no hay hoy un aglutinante como en su momento lo fueron la existencia del MDH o la voluntad política de Raúl Alfonsín. El primero pareciera haber cumplido un extraordinario papel histórico en sus esfuerzos por promover la agenda de justicia transicional. Sin embargo, ya sea por una secuencia inevitable a todo movimiento social que termina en su institucionalización (y en ciertos casos cooptación), no está capacitado para avanzar con el fuego y la intransigencia que alimentaron el espíritu heroico de sus comienzos. La expresiones de Hebe de Bonafini, quien fuera uno de los personajes mas emblemáticos de dicho movimiento, acerca del 18-F expresan patéticamente esa incapacidad. Tampoco aparece en la clase política una figura dispuesta a asumir decididamente el desafío y los riesgos que la actual hora demanda. ¿Quiénes serán los protagonistas de esta nueva épica? Es difícil saberlo. Lo que si parece estar claro es que la muerte de Nisman instauró un clima cívico propicio a dicho reclamo.
Como en el pasado, hay quienes, por complicidad o por miopía intelectual, están prestos a denunciar estos reclamos como desestabilizadores, antinacionales y antidemocráticos. Como en el pasado, hay quienes se cobijaron detrás de ciertas consignas por motivos estratégicos o espurios. Pero ninguna de esas razones invalida el mensaje presente: si la democracia no desarrolla anticuerpos frente a los abusos de poder poniéndoles fin a los diversos circuitos de impunidad que colonizan su entramado institucional, lo que dificultosamente hemos logrado en estas tres décadas de vida democrática corre riesgo de perderse, en una dinámica de lento pero irreversible deterioro moral e institucional.
Necesitamos de la revitalización democrática que en su momento aporto el MDH. Ojalá que el 18-F sea la fecha de nacimiento de un nuevo movimiento político y social capaz de cuestionar y desmantelar los regímenes de impunidad que diariamente corroen la estructura del Estado y la democracia argentina. Por el bien del país, es necesario comprometernos para darle un golpe final a la impunidad.